El Cristo preexistente. Gastón Soublette

El Cristo preexistente - Gastón Soublette


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como nación a las divinidades paganas de los pueblos nativos de Canaán a los que dominaron, pero en cuya vecindad tuvieron que vivir durante dos milenios. Esa tentación se explica en cuanto las divinidades paganas son potestades civilizadoras y, por tanto, aparecen como más inmediatamente capaces de dar a los hebreos lo que ellos creen necesario para vivir una vida semejante a la de los demás pueblos; desentendiéndose así de la misión espiritual que Iahvé les ha confiado por el ministerio de sus patriarcas, sus jueces y sus profetas, porque se advierte claramente en las narraciones históricas contenidas en la Biblia que la tendencia espontánea de esa sociedad de doce tribus era seguir el ejemplo de los países civilizados que ellos habían conocido. Por eso el primer acto de rebelión contra el monoteísmo Iahvista ocurrió cuando Moisés permaneció demasiado tiempo en la cima del monte Sinaí, mientras recibía de Iahvé el código fundamental de su pueblo. Se trata del conocido episodio del “Becerro de oro”, réplica de la divinidad taurina egipcia y por ser solo un novillo parece ser un primer anuncio simbólico de que este pueblo de pastores caminaba hacia un futuro de sociedad sedentaria agrícola. Nótese además que el oro con que fue hecho había sido sustraído a los mismos egipcios en el momento de la liberación (Ex. 12,35-36).

      Este y otros episodios semejantes ilustran una situación de divorcio casi total entre el inspirado profeta, cuyo rostro resplandece hablando cara a cara con Dios, y las expectativas terrenales de su pueblo estimulado por el ejemplo de las culturas paganas del Medio Oriente.

      En los capítulos 12 y 13 del libro de Moisés llamado “Números”, se dice que el profeta antes de hacer entrar al pueblo a la tierra de Canaán envió exploradores para recabar información completa de cómo era el país y sus habitantes. Estos, después de una ausencia de cuarenta días, volvieron e informaron a Moisés en los siguientes términos: “Hemos viajado al país donde tú nos has enviado. En verdad es un país donde mana leche y miel, y he aquí una muestra de sus frutos. Pero el pueblo que lo habita es poderoso, las ciudades son fortificadas y muy grandes”. Enseguida declararon: “No podemos marchar contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros”. Más adelante describen a los hombres de la región como de muy elevada estatura, entre los que incluyeron hasta algunos gigantes (hijos de Anak), frente a los que ellos se vieron semejantes a langostas.

      Por lo que dice la continuación de este relato, estos exploradores espías fueron castigados con una plaga que los hizo morir rápidamente. Y eso, porque en tales testimonios se transparentaban dos cosas graves. Primero, la desconfianza en la constante protección que Iahvé ejercía sobre su pueblo, y segundo, una no confesada admiración por la civilización pagana, hacia la cual miraba el grueso del pueblo, ambicionando sus modos de vida y el consecuente sometimiento a la protección de sus dioses; esto contrastaba fuertemente con la riesgosa experiencia monoteísta que el profeta los inducía a vivir, no obstante haber presenciado todos los prodigios que su Dios había realizado a su favor. En ese sentido se puede decir que Moisés aparecía ante ellos exigiéndoles poner su confianza en algo que para ellos no tenía un asidero seguro en la realidad, y que por momentos parecía una aventura sin destino.

      En pasajes como este de la Torah de Israel también se transparenta el contraste que presenta la tendencia común de los hombres a renunciar al desarrollo de sus facultades espirituales superiores, lo cual conlleva un esfuerzo y un sacrificio que pocos están dispuestos a asumir, a cambio de una existencia más segura en lo material y psicológico. Especialmente clara parece esta propensión en el hecho de que el pueblo de Israel, liberado de la esclavitud a que estuvo sometido en Egipto, con prodigios del poder de Dios que debieran haber reforzado su fe, murmuró contra Moisés por haberlo sacado de esa tierra, donde, no obstante la servidumbre a que estaba sometido vivía una existencia más segura. La enseñanza que contienen estos pasajes de la Torah es de gran trascendencia, aunque en apariencia sean episodios circunstanciales de una narración histórica.

      Estos y otros antecedentes semejantes es necesario invocar a la hora de abocarnos a la interpretación del pasaje de la Torah en que se narra la caída de la humanidad. Pues si esa versión que da la Biblia hebrea de un hecho común a todas las mitologías del origen está influida por las exigencias del monoteísmo israelita, no es muy difícil reparar en que el dilema que se establece entre obedecer a Dios o a la Serpiente es la misma que reaparecerá en numerosos pasajes en que se describen las vicisitudes, cuya secuencia forman la accidentada aventura de la iniciación del pueblo de Israel en el monoteísmo Iahvista bajo la guía de su profeta.

      Entendido así el problema, queda en evidencia la insignificancia de los criterios de quienes, ante esos textos bíblicos, han tomado posición por una interpretación literal o han inventado el falso problema del monogenismo y el poligenismo, o han caído en la mezquindad de ver en esta tragedia que afecta a toda la humanidad solo un “pecado” relacionado con el acto sexual.

      El solo hecho de que el tentador ofrezca a nuestros ancestros míticos una sabiduría que los hará igual a los dioses si comen del fruto del árbol que Dios les ha prohibido comer y que el texto diga que Eva accedió a comer de él porque le pareció bueno para alcanzar la sabiduría, basta para entender el alcance de ese lenguaje para quien tiene un conocimiento integrado de la Torah.

      Pero una vez entendido eso y descartadas todas las interpretaciones que no se avienen con esta polémica fundamental del monoteísmo hebreo contra el paganismo politeísta de las naciones del Medio Oriente, se abre la puerta para la comprensión de las más pesadas verdades acerca de la evolución histórica global de la humanidad en el proceso del ascenso del hombre mediante la tecnología y la generación de riqueza. Y es justamente llegando a este hito de la interpretación del mito bíblico del paraíso y la caída que la versión china y la versión hebrea se encuentran.

      Mirado el problema con un criterio agnóstico, es evidente que tanto el monoteísmo israelita como el politeísmo pagano no corresponden hoy a ninguna realidad para nuestra comprensión intelectual y científica del mundo. Pero aun así, un agnóstico podría entender más bien por la vía de la antropología filosófica y la psicología analítica que las divinidades antiguas por proyección reflejan aspectos importantes y muy profundos del funcionamiento psíquico de los hombres. De lo cual se puede extraer una conclusión general útil para nuestra investigación, en el sentido de que Dios o los dioses, polos de una disyuntiva que en los textos bíblicos parece de vital importancia para el pueblo de Israel, representan opciones básicas de vida capaces de configurar un destino histórico en términos mucho más graves y reales que lo que podría ser el mero estudio objetivo de las características que la historia, la antropología y la sociología podrían describir como propias de las culturas que generan una u otra opción.

      Desde el punto de vista agnóstico se podría establecer también un paralelo entre los dioses civilizadores de la antigüedad con las ideologías del siglo XX, las que llegaron a adquirir para sus adherentes hasta un carácter numinoso, a la par que sus fundadores fueron rodeados de un aura semejante a la de las divinidades antiguas y venerados en santuarios. Así se entiende que en la antigüedad la opción por el culto a determinados panteones de dioses correspondía de hecho a optar por un determinado tipo de orden cultural y, en consecuencia, social y político. Así se entiende, por ejemplo, lo que Mao Tse Tung quiso decir en su famosa afirmación que reza: “Lo más importante en el hombre es la ideología”, lo que equivale a decir en la naciente iglesia cristiana, que lo más importante en la vida humana es la fe.

      Se da esta explicación para entender la gravedad real que significaba para los israelitas antiguos adorar dioses extranjeros, el peor de los pecados, el cual atentaba contra el primer mandamiento del decálogo.

      Dicho así fuera de contexto parece ser solo una concepción propia de épocas remotas en las que primaban las estructuras religiosas de la sociedad, lo que hoy carece de sentido. Pero entendido el problema en su real significado espiritual, el dilema que se presentaba al pueblo de Israel entre una opción por Iahvé y otra por los dioses extranjeros se vuelve próximo y actual, hasta adquirir rasgos inquietantes como se verá a continuación.

      Los ejemplos dados sobre lo que se ha acordado en llamar la “revolución monoteísta” son, pues, los que nos permiten descifrar sin mucha dificultad el texto en que aparece el tentador en el paraíso en la forma de una serpiente que induce a nuestros primeros padres a desobedecer


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