El Cristo preexistente. Gastón Soublette
Jesús cita en relación con la predicación del evangelio, refiriéndose a aquellos que rechazarán la “buena nueva”, esto es, escribas y fariseos (Comentarios bíblicos San Jerónimo) (Mt. 7, 6).
En el mismo sentido se puede interpretar el pasaje del evangelio en que Jesús cura a un lunático poseído por varios espíritus inmundos que dicen llamarse “legión” y que piden no ser expulsados al desierto, sino trasferidos a una piara de muchos puercos (Marcos 5). Jesús se lo concede, y la piara se precipita por un acantilado al mar. Aquí la palabra legión podría ponernos en la pista de un probable simbolismo de este episodio, pues la entrada de esos espíritus inmundos en los puercos sugiere la intención de referirse a las legiones romanas como a una piara. Eso, aparte de la exégesis que la teología moderna ha hecho de la totalidad de este episodio.
En el mismo sentido debe entenderse la profecía que Jesús hace sobre el día de la ira de Dios que ya estaba cerca, cuando la ciudad santa sea profanada por los gentiles y el templo destruido. En el evangelio de Lucas Jesús dice refiriéndose a ese fatídico momento que cuando Jerusalén sea rodeada por un ejército sus discípulos deben entender que ha llegado el día de su desolación (Lc. 21, 20).
En el evangelio de Mateo (Mt. 24, 28), en referencia al mismo episodio, Jesús al ser interrogado por sus discípulos sobre dónde debía ocurrir todo eso él respondió: “Donde se halle el cadáver allí se reunirán los buitres”. Una forma de expresarse doblemente descalificadora, en cuanto define la institución religiosa, cuya sede está situada en Jerusalén, como un cadáver, y a las legiones romanas como buitres, aves carroñeras con las que él ironiza a las águilas de las insignias militares romanas.
Es preciso recordar también que Moisés poco antes de morir predijo este trágico desenlace de la historia del Israel bíblico, refiriéndose seguramente a los romanos, en los siguientes términos: “El Señor suscitará contra ti desde las extremidades de la tierra, una nación lejana, rápida como el águila, de lenguaje bárbaro, de rostro temible, que no tendrá respeto por el anciano ni piedad por el niño” (Deuteronomio 28, 49-50). La referencia a los romanos se deduce de la magnitud del desastre descrito como el final definitivo de la nación.
En el Capítulo 32, versículo 21 Moisés, refiriéndose a las consecuencias que para Israel tendría el culto de los dioses y el incumplimiento de la Ley, formula amenazas en nombre de Iahvé en los términos siguientes: “Ellos excitaron mis celos adorando lo que no es Dios. Ellos me han irritado con sus vanos ídolos, y Yo excitaré sus celos con aquello que no es un pueblo, por medio de una nación insensata yo los irritaré”.
Nótese cómo estos pasajes del Deuteronomio abundan en expresiones basadas en el supuesto de que los hombres de las naciones con que Iahvé castigará a Israel no son humanos, y tanto que su sociedad no puede ni siquiera ser calificada de “pueblo”.
En relación al versículo 21 antes citado, es interesante considerar que los soldados nazis afiliados a la SS encargados de recibir a los prisioneros judíos enviados a los campos de exterminio, llevaban un cinturón con una inscripción que decía “Gott mit uns”, esto es, “Dios con nosotros”. Con esta expresión esperaban convencer a los judíos de que entonces su suerte no tenía otra explicación que la que ellos podían hallar en sus propias escrituras sagradas, con lo que los nazis procuraban generar en ellos una pasividad suicida (lo que motivó muchos años después la excelente película Juicio a Dios).
Da la impresión de que la espiritualidad que la Ley generó en el sector santo de Israel determinaba una sensibilidad muy despierta acerca de lo que era la santidad, como una calidad humana que diferenciaba en extremo a los justos de ese pueblo, de los modelos humanos seguidos por otros pueblos. Esa sensibilidad es la que demuestra tener en su más alto grado Jesús y los apóstoles y todos los escritores sagrados que se refieren a las aberraciones y monstruosidades que los hombres de otros pueblos eran capaces de cometer. Es una sensibilidad muy fina que solo se daba al parecer entre los justos de la fe monoteísta hebrea, lo que parece transparentarse en figuras tan nobles como José hijo de Jacob, y el profeta Daniel, caracteres donde resplandece la caridad, la mansedumbre y la sabiduría, anticipando el tipo humano que caracterizará a Jesús. En ese sentido resulta reveladora la experiencia del profeta Daniel con el rey Nabucodonosor de Babilonia, quien lo tenía en alta estima y lo había puesto a la cabeza de los sabios (magos) consejeros del monarca. Como en el caso de José hijo de Jacob, este Daniel fue consultado por el rey acerca de un sueño inquietante que tuvo (Dan. 4,7-13). Él vio en su sueño un árbol gigantesco cuya copa tocaba el firmamento y cuyo ramaje se extendía hasta los confines del mundo, de cuyos frutos se alimentaban todos los hombres, a cuya sombra se refugiaban todos los animales y en cuyo ramaje tenían su morada todas las aves. Enseguida vio él venir un enviado del cielo que ordenó cortar el árbol y dejar solo la base del tronco y las raíces. Hecho lo cual, el emisario celeste dio la orden de que dejaran ese resto de árbol expuesto al aire y el rocío del cielo, y que se cambiara su espíritu humano por un espíritu animal, y tuviera su parte de alimento en la hierba del campo durante siete años; eso hasta que entendiera que el Altísimo domina sobre la realeza de los hombres y la entrega a quien le place, y que es capaz también de elevar al más insignificante de los mortales.
La interpretación del profeta de esa rara narración onírica está referida obviamente a la persona del monarca. Él es el árbol gigantesco en la medida que su poder se ha elevado hasta el dominio de los dioses y se ha extendido a los territorios de todas las latitudes, ganándose la fama de ser el benefactor de todo el mundo.
El árbol es abatido quedando a la vista solo la base del tronco y las raíces, por cuanto él es un rey que se ha exaltado a sí mismo por su propia vanidad, negándose a reconocer que hay un Dios que está por encima de todos los reyes. Su castigo consistirá en la pérdida de la razón quedando reducido a la condición de un animal que no puede seguir viviendo entre los hombres y debe buscar la compañía de las bestias del campo cuyo territorio y alimento compartirá con ellas. La base del árbol que queda representa al mismo rey, y su posibilidad de recuperar su reino solo si después reconoce la trascendencia del Dios de los hebreos, lo cual debe ocurrir en el término de un período de siete años. Se cita este pasaje del libro del profeta Daniel por el simbolismo que contiene en referencia al célebre emperador Nabucodonosor, independientemente de lo que la exégesis moderna haya descubierto en relación con las motivaciones de su inclusión en el texto y la época de su redacción.
Esta curiosa historia, narrada con detalles en el libro del profeta Daniel, es muy rica en enseñanzas sobre el tema que estamos desarrollando sobre los tipos humanos que representan a los dos linajes fundamentales denominados como descendencia de la mujer y descendencia de la serpiente.
La interpretación que se hace del sueño del rey deja en suspenso las verdades más pesadas que están implícitas en él. El hecho de que un emisario del cielo mande cortar el árbol significa que el imperio que ha construido Nabucodonosor es una construcción hecha por las fuerzas de las armas y el orgullo y la temeridad de un hombre que falsamente pretende pasar como un benefactor de la humanidad. La prueba de eso se halla en el versículo 24 del capítulo 4 del libro de Daniel, texto que dice: “Quieras tú señor seguir mi consejo: Expía tu pecado por la justicia, y tus iniquidades por la piedad hacia los desgraciados, esto podría ser la condición para que tu prosperidad continúe”.
Pero más interesante que eso e íntimamente ligado a la mención de su injusticia y su iniquidad es la reducción del rey a la condición de bestia. Debemos ver en ellos otro mensaje en el sentido de que los hijos del linaje de la serpiente han dejado de ser humanos. Solo la intervención del santo profeta con su sabiduría, su mansedumbre y su caridad es lo que puede despertar el espíritu embotado del rey de Babilonia. Aunque la conducta disoluta y sacrílega de su sucesor, Baltasar, deje en evidencia la indigencia espiritual que afectaba a todos los administradores de tan brillante civilización.
La continuidad de la historia narrada por Daniel es el mejor ejemplo que tenemos en la Biblia de la alienación mental que los dioses del Medio Oriente de entonces provocaban en los que le rendían culto. En varios pasajes se dice que Daniel se burló de ellos en presencia de reyes y altos personajes sin temer a las consecuencias, por lo que fue enviado al foso de los leones sin ser herido por las fieras.
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