El Cristo preexistente. Gastón Soublette
Dios (el sentido), y las divinidades paganas son dioses civilizadores que inspiraron su sabiduría a los reyes, sabios y sacerdotes antiguos para construir los imperios del Medio Oriente en Egipto, Mesopotamia, y Canaán; si los modos de existencia que se daban en esos imperios eran ambicionados por los israelitas para sentirse en igualdad de condiciones con los demás pueblos y dejar de ser el pueblo de un Dios metafísico que los llamaba a través de su profeta a asumir la responsabilidad de introducir en el mundo la fe en el Dios único con riesgos evidentes para lo que ellos consideraban su seguridad, y su buen vivir; si por otra parte lo que Dios señaló a la pareja primordial como el deber ser de la vida humana era un estado en que los hombres viven insertos en el orden natural en plenitud de vida y tanto más si se consideran las condiciones de vida que durante tanto tiempo fueron las del pueblo de la alianza; todo eso como premisa, ¿no contiene acaso implícitamente un rechazo a lo que hoy llamamos “civilización”?
Esta interrogante se vuelve más clara y directa si se considera que, de los hermanos primordiales, el que a todas luces es el héroe civilizador es aquel que cae bajo la reprobación de Dios e inaugura un nuevo orden en el mundo, el orden civilizado, cuyo homicidio fundante fue el asesinato de su hermano Abel, pues su más famosa obra fue la construcción de la primera ciudad de que se tiene noticia. Muy poco después el texto del Génesis, en su capítulo 6, se refiere a que la perversión de los hombres se había generalizado en el mundo, por lo que Dios concibió el proyecto de aniquilar a todos los pueblos y salvar solo al clan de Noé, el justo patriarca, descendiente del tercer hijo de Adán, Set, quien reemplazó a Abel y fue la raíz del linaje santo.
Conforme a esta hipótesis se advierte que en la bipolaridad Caín-Abel hay una clara opción por el nómade pastor y un rechazo del sedentario civilizado. Asimismo, se advierte que en el culto agrario de Caín están ya las simientes del politeísmo civilizado que llevó a este héroe desde la agricultura al trabajo de los metales y la construcción de ciudades. Y si así fuera, ¿qué alcance espiritual tiene la opción por el nómade pastor?
Por lo que se ha podido investigar, parece que los pueblos pastores se inclinan a poner su fe en un Dios único, sin muchas complicaciones rituales ni mayor desarrollo doctrinal, como es el caso del famoso Tangri, dios de los mongoles. Tal habría sido la fe de Abraham.
En lo que se refiere a este patriarca, nótese que antes de ser llamado por Dios él era un opulento señor que habitaba en la ciudad de Uruk, capital del imperio sumerio, y por tanto, vivió sometido a los dioses de ese imperio pagano. Nótese también que el Dios único irrumpe en su vida como una realidad tan viva y avasalladora que genera en él de inmediato la fe en su más alta expresión, y tanto que él ni siquiera se extrapola de su aventura para averiguar qué entidad superior ha tomado posesión de su vida y su destino. El hecho sobrenatural se impone para él como lo real sin suscitar mayores interrogantes.
En lo que al ciclo de Abraham se refiere, nótese que la escritura abunda en ejemplos de la vida impía que se llevaba entonces en las ciudades, con lo cual queda una vez más en evidencia el desprecio mutuo que entonces se tenían los sedentarios civilizados y los nómades pastores. Desprecio que queda sellado en la envidia con que Caín enfrenta el hecho de que la ofrenda a Dios de su hermano sea aceptada y no la suya. Sobre Abraham, nótese que desde la irrupción de Dios en su vida todo cambia para él, y ese cambio no es menor referido a la investigación en la que se busca verificar hasta qué punto la hipótesis planteada antes es digna de ser aceptada, pues de ser Abraham un opulento señor, residente de la capital del imperio sumerio, deviene, como Abel, un rey pastor que peregrina por el mundo sin ciudad firme, y esa forma de vivir es la que se aviene con su fe en el Dios único.
Con todo, la posibilidad de que haya en toda esta narración un rechazo implícito por lo que llamamos civilización, como tantos pasajes lo sugieren, lo cual quedaría rubricado por la tercera tentación de Jesús que formula una condena global a todos los reinos del mundo, ese rechazo tendría un matiz diferente a como lo entiende hoy la posición de los que profesan una ideología antisistémica. La palabra civilización concebida así genéricamente no pertenece a la estructura mental de un hombre de esos tiempos remotos, porque, en lo que a esta palabra se refiere, lo que entonces había en el mundo era precisamente lo que en las tentaciones a que Satanás sometió a Jesús se denominaba los “reinos” del mundo, que eran también civilizaciones. Con todo, no sería del todo erróneo sostener que en este relato que se inicia en la caída de nuestros primeros padres, los hermanos primordiales, la perversión generalizada que motiva el castigo del diluvio, y la vocación del padre de la fe monoteísta hay en efecto un rechazo del fenómeno histórico que llamamos civilización.
Aclarado esto cabe considerar que si el deber ser está representado en el orden primigenio, esto es, el paraíso, el valor del estado en que Adán y Eva se hallaban mientras vivían en él, no consistiría solo en el hecho de vivir en armonía con el orden natural, sino, según el relato bíblico, en cuanto el hombre en ese estado venturoso no conoce más ley que la que emana de su vinculación al ser supremo. No hay en la Biblia ningún pasaje directamente alusivo a la naturaleza como paradigma y fuente del conocimiento. Por eso, en el Génesis, el relato sobre el estado paradisíaco de nuestros primeros padres se ha redactado desde el punto de vista del monoteísmo hebreo sin referencias explícitas a una sabiduría originaria procedente de la experiencia del hombre como habitante del mundo.
En lo que al orden natural se refiere, las escrituras sagradas hebreas están referidas solo a un mundo de hombres, independientemente de si estos viven como pastores o como ciudadanos. Lo que importa, en cuanto a ellos, es que pongan su fe en Dios y cumplan sus mandamientos en cualquiera circunstancia, y que se abstengan de rendir culto a otros dioses.
En esto reside una diferencia de actitud con la antigua tradición china, en la que se describe la caída de la humanidad como un lento proceso de degradación.
La antigua sabiduría del extremo Oriente
La sabiduría cósmica china, heredada de un pasado remoto, como doctrina y enseñanza se desarrolla en el crecimiento de la cultura. Su paradigma fundante es el orden natural, aun en el sistema confuciano, el cual, no obstante, se define como una sabiduría de la cultura.
De la sabiduría se sigue necesariamente el concepto de “cultivo de sí mismo”, a la manera de un proceso constante de rectificación y purificación de la vida, por el que el hombre pasa a raíz de una decisión fundamental de trabajar sobre sí mismo para seguir un comportamiento sensato, esto es, conforme al sentido.
Sobre esa base la mente del hombre natural distingue intuitivamente dos modalidades fundamentales de comportamiento de las cosas y los seres vivos: una de carácter creativo, fuerte, y otra de carácter receptivo, suave. Esta bipolaridad lo cubre todo, y es la base del discernimiento por analogía. Nada hay en el universo que no pueda ser clasificado conforme a esta dialéctica cósmica, la cual determina la naturaleza de todas las cosas. Así todo lo que es creativo y fuerte tiende a asemejarse por su modo de comportamiento, aunque se trate de objetos muy disímiles en su apariencia. Se trata de una intuición que determina el lenguaje en sus formas originarias. Todo discurso humano dirigido al entendimiento mediante metáforas tomadas de las cosas, seres o fenómenos naturales se aproxima a lo que ha debido ser el habla de la prehistoria.
En los tratados anexos al Libro de las Mutaciones, cuya autoría, en parte, es atribuida a Confucio, se puede observar cómo la racionalidad civilizada china del período Tchou trabaja con elementos de lenguaje procedentes de la 9ª edad, aquella que se extiende antes del tercer milenio a. C., descifrando un repertorio de ideas expresadas mediante formas y energías de la naturaleza, y distinguiendo entre ellas las que por su índole se comportan como entidades creativas o receptivas.
Los tratados anexos mencionados son el Shuo Kua, esto es “Discusión de los trigramas”, y el Ta Chuan, “El gran tratado” (traducción de Richard Wilhelm, versión castellana de D.J. Vogelman. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1986).
Cabe preguntarse cómo surgió la sabiduría cósmica, es decir, el conocimiento del sentido desde el orden natural. Para eso es preciso superar la racionalidad occidental cuya tendencia discriminadora busca siempre definir taxativamente los diversos aspectos de la realidad, llevada por un impulso original hacia la consistencia del