El Cristo preexistente. Gastón Soublette
acto de reconciliación, y la mujer con que dialoga, de quien dice el texto que había tenido cinco amantes, está graficando lo que el mismo profeta anunció como un acto de misericordia de Dios para con su esposa prostituida.
La mención expresa que el texto hace de los beneficios que Samaria esperaba obtener de sus amantes refleja lo antes dicho sobre la tendencia del pueblo de Israel a poner su confianza en las divinidades paganas, las cuales no solo eran capaces de darle las provisiones para satisfacer sus necesidades básicas, sino también todo aquello que constituye la gloria de los reinos, aspecto de la cuestión que Mateo menciona refiriéndose a la tercera tentación de Cristo. El hecho de que la profecía de Oseas se refiera solo a ese tipo de beneficios reduce el pecado de Samaria a una infidelidad de ínfima magnitud al lado de lo que en el evangelio se quiere significar con eso de los reinos y su gloria. Porque si Satanás, o el espíritu del mal personificado a nivel universal, es, de acuerdo con las mismas palabras de Jesús, “mentiroso” y “homicida” (Jn 8,44), con estos calificativos se está conceptuando también a la sabiduría prometida por la serpiente, la cual tiene el poder de hacer de los hombres un igual de los dioses. Vale decir, que la sabiduría en que se funda el orden creado por la raza de Caín y sus dioses es una falsa sabiduría; esto tiene por resultado lo que el escritor francés contemporáneo Pascal Quignard llamó la “guerra infinita”, simbolizada en el asesinato de Abel.
Es en este punto de nuestra investigación que conviene recordar que el juicio de Dios por el cual Adán y Eva fueron expulsados del paraíso contiene una muy reveladora distinción entre dos tipos humanos que se generarán a partir de ese momento. Se trata de los versículos 14 y 15 del capítulo 3 del Génesis, que dice así: “El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto, maldita seas tú entre todos los animales y todas las bestias del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás el polvo toda tu vida; pondré hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tu hieras su talón”.
Según este texto, en adelante, el trasfondo de toda la historia humana será una lucha del bien y el mal, pero una lucha que aparece aquí bien acotada en su significación profunda, esto es, la lucha entre dos tipos humanos, la descendencia de la mujer y la descendencia de la serpiente. Descrita así esta lucha, las palabras bien y mal se cargan de un sentido mucho más enjundioso que como simples conceptos de lo que convencionalmente y en abstracto se entiende por lo bueno y lo malo. Si la significación teológica del dilema entre Iahvé y los dioses hoy puede no significar nada para nuestra concepción científica del mundo, los antecedentes que se han invocado para proyectar este dilema en nuestro tiempo y entenderlo a la luz de nuestra racionalidad, nos permiten vincular esa sabiduría del bien y del mal con una actitud básica de cierto tipo de hombre a través de la historia que en Caín tiene su modelo. Porque ¿qué otra cosa demuestra ser la empresa civilizadora de Caín a la que precede la reprobación de Dios, sino la del hombre que, desvinculado de la trascendencia, se propone conocerlo e intervenirlo todo para sacar provecho de todas las cosas y del hombre mismo, decidiendo él qué es lo bueno y qué es lo malo conforme a las directrices del proyecto constructor del mundo que él propone como único sentido de la vida? Saltando muchos milenios nos hallamos frente a las ideologías y las ciencias contemporáneas, las que literalmente han inventado intelectualmente el sentido del mundo, lo cual a la postre ha ocurrido en desmedro del mundo mismo y de la mayor parte de los hombres.
Si en los libros sapienciales de la Biblia se afirma que el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios, esa afirmación en el contexto del monoteísmo hebreo tiene un significado bien preciso, pues ese temor de Dios está referido a las consecuencias que se siguen de no cumplir su Ley, especialmente el decálogo. Pero también tiene un significado más general y abierto en el sentido de la noción de los límites de las empresas humanas, más allá de los cuales se violan las fronteras de lo que es sensato; y lo que es sensato bíblicamente, de todos modos, es lo que no transgrede la Ley de Dios.
A este respecto Confucio reflexiona muy acertadamente cuando dice que la sabiduría consiste en reconocer el don del cielo y saber qué es lo que el hombre debe agregar de sí. Reconocer el don del Cielo en el contexto de la cultura china del siglo VI antes de Cristo equivale a una profesión de fe monoteísta; solo que lo que el Cielo da, en parte y en principio, es conocido por las textos sagrados, pero en gran medida es una vivencia que le sale al paso a los hombres espirituales quienes gracias a esa experiencia llegan a conocer la medida y dirección de su comportamiento en determinadas coyunturas. Así se entiende por qué Confucio sostiene que para conocer al hombre antes hay que conocer el cielo.
En el contexto de la cultura hebrea el don de Dios es la Ley, las promesas y los beneficios con que Iahvé colma a su pueblo. Y es conforme a la Ley que uno conoce al hombre, porque la Ley no solo está formada de preceptos, sino también de narraciones ejemplares; ambos aspectos de la Ley señalan implícitamente el sentido que permite conocer al hombre sensato y al que no lo es. En referencia a este punto de la sabiduría bíblica, lo que caracteriza a la “raza de Caín”, que antes se denominó la “descendencia de la serpiente”, es la temeridad que el orgullo confiere a ese tipo de hombre.
Según lo que se lee en el Libro Rojo de Carl Gustav Jung (Capítulo I, “El reencuentro del alma”), si el hombre no se integra psíquicamente, dicho en forma poética, si no se encuentra con su propia alma para alcanzar su medida individual, será impulsado toda su vida por una ambición sin límites. Según este psicólogo, esa es la gran enfermedad del hombre contemporáneo, por eso su proyecto constructor del mundo lleva dentro un germen letal. Todo lo cual es aplicable a lo que el texto del Génesis deja transparentar acerca del carácter de Caín y su descendencia. Hablando en términos bíblicos da la impresión de que Caín es el que pone en práctica y cosecha los frutos de la así llamada ciencia del bien y del mal, porque carece en absoluto de eso que la sabiduría bíblica llama “temor de Dios”. Es la primera irrupción que registra la escritura sagrada hebrea de la perversidad subyacente en el orden civilizado pagano donde se conjuga la falsa verdad con la soberbia, la ambición desmesurada y el derramamiento de sangre.
Solo con estos antecedentes podemos ahora entender por qué todo progreso de la civilización acrecienta su poder sobre el mundo y los hombres, lo cual demuestra ser inseparable de los sacrificios humanos consumados en las grandes guerras, a lo que ahora se suma no la ofrenda de Caín de los frutos de la tierra, sino el hambre y la destrucción de la tierra misma. Tal es el significado que tiene la frase del historiador alemán Oswald Spengler, en el sentido de que lo que él llama la “gran historia” es muy exigente y eso dicho en el contexto de una civilización de fundamento cristiano.
Jesús en un arranque de rebelión hace una referencia a la raza de Caín, la cual ve encarnada en ciertos hombres particularmente orgullosos, ambiciosos, hipócritas y asesinos, situados en altos puestos de poder: “Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías que murió entre el altar y el templo” (Lc. 11, 50).
La alusión al justo Abel revela qué entiende Él por la descendencia de la serpiente y la de la mujer, esto es el linaje propiamente humano. El hecho de que el otro linaje sea mencionado como el de la serpiente acusa la intención de decir que no es humano. Con lo cual se entiende mejor la afirmación de Confucio en el sentido de que lo humano está referido al Cielo, lo que también se relaciona con la dignidad de origen que el Génesis le atribuye al hombre, al decir que Dios lo hizo a su imagen y semejanza.
Asimismo cabe relacionar con lo dicho antes, la razón que Dios da para decidir el exterminio del género humano en el diluvio, como se lee en el capítulo 6 del Génesis, versículo 3: “Entonces el Señor dijo: mi espíritu no permanecerá siempre en el hombre, porque el hombre solo es carne”.
Finalmente se comprende que lo que caracteriza a Caín como consecuencia de todo lo que él es como tipo humano, es el proyecto constructor del mundo en el sentido en que lo entienden las culturas paganas, las cuales parecen ajustarse a lo que Jung dice del hombre que no se ha encontrado con su alma, esto es el desalmado (Libro Rojo, Cap. I); según el Génesis el hombre que carece de espíritu, y que ha borrado en él su semejanza divina.
El linaje de la serpiente
Jesús