El Cristo preexistente. Gastón Soublette

El Cristo preexistente - Gastón Soublette


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      El supuesto ineludible que contiene el texto en el sentido de que esa sabiduría es maligna, aunque sea calificada en los ambiguos términos de ser una “ciencia del bien y del mal”, se relaciona justamente con el pasaje antes citado del libro “Números” de la Torah. Los exploradores que Moisés envió a la tierra de Canaán, para informarse acerca de cómo era el país como fuente de recursos naturales, pero sobre todo cómo era su gente y sus formas de vida, y que causó la admiración de estos visitantes clandestinos cuya confusión de valores fue castigada con la muerte, contiene una referencia al problema central del texto de la tentación de Adán y Eva; pues la sabiduría prometida por esta divinidad de la fertilidad, esto es, la serpiente, no es otra sino aquella que permite a los cananeos la construcción de una civilización admirada por los israelitas pero cuyos fundamentos son tenebrosos. El texto antes citado del libro “Números” contiene un breve comentario por el que los emisarios le advierten a Moisés que se trata de una sociedad que devora a su gente, declaración que es seguida por la mención de los gigantes. Sociedad esclavista entregada a lo que en el Antiguo Testamento se denomina las “abominaciones de la idolatría”, entre las que los sacrificios humanos y especialmente los sacrificios de niños eran prácticas rituales ordinarias.

      Entendido así el carácter de la sabiduría ofrecida por la serpiente, cabe detenerse para analizar el problema que plantea su nombre, esto es, “del bien y del mal”. Se ha dicho que con este par de opuestos según las modalidades idiomáticas hebreas se está significando un saber que lo abarca todo, y que por tanto, esa denominación no debe ser entendida solo en términos de lo bueno y lo malo en el sentido moral. Ese argumento sería entonces el que permitiría interpretar el pecado de Adán como el orgullo de querer acceder al saber de los dioses o sea de ser un superhombre, en circunstancias de que Dios lo ha creado como un ser con una naturaleza determinada con sus posibilidades y limitaciones, cuyo saber le ha sido dado justamente para vivir en la plenitud de la ley que rige su ser. Dicho así resulta una aventura trágica en la que es protagonista el ancestro mítico y su consorte, pero que se mantiene en lo que es lejano y extraño como cualquier mito heroico de la antigüedad cuyo contenido humano no nos alcanza. Fundamentar en tal arquetipo narrativo la convicción y el dogma de que por eso la humanidad cayó de su venturoso estado primigenio a la condición de humanidad desgraciada y pecadora, y que por eso necesita ser salvada, lo cual conlleva la terrorífica posibilidad de condenarse; y convencer de eso, primero, al pueblo de Israel y enseguida a todos los que adhirieron a la fe cristiana e islámica, no resulta convincente hoy como explicación teológica; aunque no sea erróneo decir que con el par de opuestos “bien” y “mal” se quiere designar la totalidad de las cosas existentes.

      Resulta más acertado entender este problema si se atiende a las consecuencias del engaño del tentador y la desobediencia de la pareja primordial. En efecto, salta a la vista que la adquisición de esa sabiduría capaz de hacer de los hombres un igual de los dioses, como primer aporte al conocimiento de los ancestros míticos, fue la conciencia que en ellos se despertó de estar desnudos y sentir vergüenza de su condición. Luego vino el miedo y la necesidad de esconderse, en lo que va involucrada la angustia culpable. Acto seguido surge una distancia entre el hombre y Dios que antes no existía, y por la necesidad de justificarse ante el creador nace el discurso humano manipulado caprichosamente: “La mujer que me diste por esposa me ofreció del árbol y comí…”. “La serpiente me sedujo y comí…”. En suma, todo esto puede calificarse globalmente como una pérdida de la inocencia, dando a esta palabra su más alto significado, tal como Confucio la concibe como la conciencia recta del hombre que es auténtico, en quien no hay doblez ni hipocresía ni tendencia a pensar mal. El ofrecimiento de la serpiente comenzaba diciendo que al comer del fruto prohibido por Dios se abrirían sus ojos. Con esto el tentador insinuaba que en su primer estado los hombres estaban ciegos, porque lo que veían y conocían del mundo y de sí mismos no era la realidad, la cual les era intencionalmente ocultada por Dios. Pero, continuando con las consecuencias de la desobediencia, a la pérdida de la inocencia que provoca la caída en el miedo y la culpa, sigue ahora el juicio de Dios, quien maldice la tierra por el pecado de Adán, y tanto que hasta llega a expresar su arrepentimiento de haberlo creado. Le anuncia a la mujer que parirá sus hijos con dolor y que será dominada por su marido. Al hombre le anuncia que con penosos trabajos encontrará su alimento y que comerá el pan con el sudor de su frente, mientras la tierra le producirá cardos y espinos. Finalmente Dios cierra el ciclo de su sentencia condenatoria definiendo al hombre como tierra y polvo, al que retornará cuando muera.

      Se entiende que en esta tragedia en cuatro actos, en los tres ya descritos, dos parecen dirigidos a toda la humanidad, esto es, el primero y el tercero. El segundo, vale decir, el dilema que se presenta a la primera pareja entre obedecer a Dios o dejarse tentar por la serpiente, es una expresión fundamental de la polémica que se daba para los israelitas entre Iahvé, el Dios único, y los dioses, a causa de los atractivos que las civilizaciones paganas presentaban para un pueblo en situación de alto riesgo por andar errante y desprotegido por el mundo tras la guía de un profeta mediador que los vinculaba a un Dios metafísico que no se dejaba representar en imágenes, y en el seguimiento de una aventura en la que nada parecía estable ni seguro.

      El cuarto acto de esta tragedia fue la expulsión de la pareja primordial del paraíso a lo que el texto agrega el irónico comentario de Dios: “Mirad como el hombre se ha vuelto como uno de nosotros conociendo el bien y el mal”. El hecho de que quien pronuncia esas palabras se refiera a sí mismo en plural procede justamente de que el nombre de Dios en los primeros capítulos del Génesis es “Elohim”, un plural que significa las potestades, como antes quedó dicho. Otros comentaristas ven en eso un uso de lo que se llama el plural mayestático.

      Este cuarto acto, que incluye el episodio de la expulsión de Adán del Paraíso, contiene también una referencia al inicio de la etapa agrícola de la especie humana por la mención del pan y la explícita mención del cultivo de la tierra, lo cual parece dirigido también a toda la humanidad. Así se establece el nexo que une los cuatro actos de esta tragedia con la siguiente, la de los “hermanos primordiales”, en la que es posible percibir con más claridad el carácter real de esa ciencia del bien y del mal, adquirida por Adán y Eva, ante la cual su condición primera queda definida solo en términos de carencia, por la desnudez.

      Justamente ese aspecto del relato es el que da la clave para entender que la serpiente, divinidad cananea, al decir a la pareja primordial que Dios les ha ocultado el conocimiento verdadero capaz de cambiar su condición actual por la de la omnisciencia de los “Elohim”, está dejando en evidencia la razón básica por la que los hombres terminaron despreciando su propia naturaleza original para vestirse con los brillantes ropajes de la civilización, esos que el pueblo de Israel admiraba y ambicionaba para sí, incluidos sus dioses, por su falta de fe en el Dios único que había hecho alianza con sus ancestros.

      Llegando a este punto hemos tocado la razón de fondo por la que las interpretaciones que hasta hoy se han hecho de esta narración sagrada sobre el origen de la condición humana no han establecido un vínculo real entre la así llamada caída original y el sentido de la sufrida historia que los hombres hemos vivido por milenios hasta los convulsionados tiempos acaecidos en los dos últimos siglos.

      En esas interpretaciones no se ha podido evitar que la investigación y sus conclusiones permanezcan solo en un plano teórico especulativo y ajeno, como quien está tratando con una rareza arqueológica de la remota antigüedad que solo tendría validez para sus contemporáneos.

      Pero al desenlace de nuestra investigación no se llega sino con la interpretación del episodio de los hermanos primordiales.

      El lazo fraterno que supuestamente habría unido a Caín y Abel podría ser mítico y no real. Y eso para representar a los pueblos pastores e itinerantes en Abel, y a los sedentarios, agricultores, metalúrgicos y guerreros en Caín. Este nombre significa literalmente “herrero”, fundidor de cobre y hierro. En plural designaba al gremio metalúrgico que explotaba las minas de estos metales en el monte Sinaí. Es probable que este mito de los hermanos primordiales haya tenido por base un acontecimiento real en el cual el rey de los pastores fue muerto por el rey de los herreros. En todo caso, la muerte de Abel a


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