El Cristo preexistente. Gastón Soublette

El Cristo preexistente - Gastón Soublette


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frente a la consistencia de la realidad. En ese sentido la alta cultura, para los sabios como Lao Tse, termina por alienar la mente de los hombres.

      En el epigrama XVIII del Tao Teh King se lee:

      Cuando la inteligencia y el saber prosperaron surgió la falsedad.

      Con este antecedente debemos entender lo dicho en el epigrama III:

      No favorecer a los hombres de ciencia y talento para que

      el pueblo no compita.

      En el epigrama XIX se dice:

      Rechaza el saber y la ciencia y el pueblo se beneficiará cien veces.

      En el epigrama XXX la referencia al conocimiento es más explícita:

      Desde que la civilización comenzó surgieron los nombres

      pero los nombres adquirieron al fin existencia propia

      y al final se ignoró dónde detenerse.

      Esta última cita es interesante en el sentido de que Lao Tse demuestra tener claro el problema de la autonomía malsana que el lenguaje adquiere sobre la realidad que pretende designar (fenómeno típico de los tiempos decadentes) y el proceso acelerado de la pérdida del sentido del discurso humano, lo cual queda bien determinado con la frase terminal: “Y al final se ignoró dónde detenerse”. Así puede entenderse que todo gigantismo civilizado es precedido siempre por una mente cuyo discurso se ha desvinculado de lo real.

      La escuela de Confucio, habiendo sido definida como una sabiduría de la cultura, enfrentó este mismo problema, por eso una de las características de esa escuela fue lo que él denominó: “Rectificación de nombres y conceptos”, esto es, depuración o saneamiento del lenguaje.

      En lo que se refiere a Lao Tse, toda la crítica que él hace a la civilización en su Tao Teh King está basada en la idea de que la vida por sí misma tiene su propio orden y su propio desarrollo gradual, y que para el bien de los hombres no necesita ser mejorada. Pues ninguna invención humana podría ser mejor que el orden dado. A este respecto cabe citar los últimos versos del epigrama del capítulo LXXV que dice:

      Quienes no se preocupan de mejorar la vida

      son los que en verdad la favorecen.

      En el epigrama del capítulo XIX Lao Tse dice:

      Rechaza la habilidad y el lucro

      y no habrá más ladrones ni bandidos,

      pues estas cosas no son más que simulacros,

      por eso cuida también que los hombres

      puedan recuperar su confianza

      que sean simples y naturales.

      En el primer verso él formula una afirmación que contradice flagrantemente la tendencia, común a todos los hombres, a apreciar la habilidad y el estatus económico. Según él ambas cosas no son más que simulacros de una plenitud de vida que no es conforme al Tao, y que por su misma naturaleza tiende a incrementarse hasta que los hombres adquieren el estatus de poderosos y privilegiados sobre una gran masa anónima de otros que están muy lejos de serlo. De ahí su perentoria declaración del Cap. XXX:

      Hacerse poderoso es contrario al Tao

      y todo lo que se opone al Tao perece rápidamente.

      En el mismo sentido el capítulo LXXVI en sus dos versos finales dice:

      Lo grande y fuerte declina

      lo suave y tierno prospera.

      Resumiendo todo lo que se ha escrito en China sobre la armonía original de la vida humana en el mundo, lo que aparece como semejante al relato bíblico son las líneas generales en la descripción del estado paradisíaco y las consecuencias de la caída, concebida como un proceso gradual de pérdida de la virtud hasta la aparición de grandes hombres nefastos por su perversión, capaces de causar grandes daños a los hombres y al mundo mismo. El paralelo incluye un diluvio que acabó con la mayor parte del pueblo chino, calamidad que fue enfrentada por los soberanos del tercer milenio antes de Cristo, quienes lograron mediante obras ciclópeas de ingeniería hidráulica evacuar las aguas hacia el mar (Chou King, capítulo Yao Tien). Se nota una diferencia grande con el diluvio bíblico sufrido por los hombres en estado de total indefensión y contra el que solo cabía implorar la misericordia divina gracias a la cual se salvó un retoño familiar del que procede la nueva humanidad, esto es, Noé y su clan.

      El mito chino del paraíso y la caída incluye también el mito metalúrgico, destacando al que podría llamarse el Caín mongólico llamado Tchi Yeu, monstruo que comía arena y piedras dice el relato, aludiendo al trabajo de extracción de minerales, y quien fue vencido por el emperador Hoang Ti (2705 – 2597 a.C.), apodado el “emperador Amarillo”, señor de la tierra, santo patrono del taoísmo. Es interesante un pasaje del relato en que se dice que gracias a su gran ascendiente espiritual Hoang Ti logró convocar a muchas manadas de animales feroces y enjambres de insectos que se aliaron a él para vencer a Tchi Yeu. Hoang Ti es calificado por los historiadores como el ancestro común a todos los linajes de soberanos chinos y en ese sentido viene a ser algo así como el Abraham de los chinos.

      En comparación con la versión bíblica del paraíso y la caída, la versión china presenta, en apariencia, diferencias considerables en cuanto una procede de la tradición sapiencial del extremo oriental y 1a otra de la tradición profética del monoteísmo hebreo. Con todo, profundizando en la versión bíblica, esas diferencias se van atenuando hasta permitirnos hallar finalmente una semejanza de base, disimulada por las formas de expresión, y por cuanto ambas están referidas a un mismo hecho reconocido en todas las tradiciones espirituales del mundo.

      Antes dijimos que la versión bíblica estaba fuertemente influida por las exigencias de la fe monoteísta del pueblo de Israel, Con todo, el mito bíblico, al igual que otros, se remonta a un estado de la humanidad en que los hombres vivieron íntegramente insertos en el orden natural, desnudos, sin sufrir daño ni avergonzarse. Y dado que se trata de un mito, lo mismo que dicen los relatos de la tradición oral china sobre la vinculación del cielo y la tierra, el texto hebreo lo expresa mediante la metáfora de la presencia manifiesta de Dios en el jardín de Edén, y la posibilidad de que esta situación venturosa daba a los hombres de dialogar con el autor de la vida y conocer directamente su voluntad (esto es, el sentido). En consecuencia, la posterior expulsión del paraíso de la pareja primordial equivale necesariamente a una expulsión lejos de la presencia divina (desvinculación del cielo y la tierra).

      Hasta aquí el relato parece dirigido a todos los hombres, pero la irrupción del tentador sitúa el relato en la ortodoxia monoteísta hebrea. El texto bíblico correspondiente se halla en los capítulos 2 y 3 del Génesis. El primer texto dice: “El Señor Dios dio este mandato al hombre: Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que comieres de él, morirás”.

      La mención del tentador aparece más adelante en el capítulo 3 en los siguientes términos: “La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho; y dijo a la mujer: ¿Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín? La mujer respondió a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solo que del fruto del árbol que está en medio del jardín, nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, porque si lo hiciereis moriréis. La serpiente replicó a la mujer: No es verdad que moriréis, bien sabe Dios que cuando comáis de él, se abrirán vuestros ojos, y seréis como los dioses conociendo el bien y el mal”.

      La serpiente fue escogida por el redactor del texto por varias razones, al parecer. Una de esas razones es la ambivalencia simbólica de que este animal está dotado. Símbolo de la energía de la tierra, de la sexualidad por su semejanza con el miembro masculino, símbolo de la cautela astuta, y divinidad de la fertilidad en Canaán, en cuyo territorio se asentaron definitivamente las doce tribus de Israel.

      Por


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