El Cristo preexistente. Gastón Soublette

El Cristo preexistente - Gastón Soublette


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la diversificación del conocimiento y el desarrollo de las artes útiles.

      A la luz de estos antecedentes cabe decir, entonces, que lo que Jesús demostró ser como maestro y profeta, y en el solo ámbito de la religión de Israel, no parece ser, a estas alturas de la historia, todo lo que se podría entender de su evangelio, aunque en el Nuevo Testamento, conforme al entendimiento de los judíos que redactaron los textos que lo constituyen, es lógico y de fe pensar que allí está contenido todo lo que Él es. Con esto se está queriendo decir que conforme a la sabiduría que le precedió en la historia, en la persona de Jesús, en sus dichos y en sus hechos se perciben aspectos que pueden ser entendidos desde otras formas de pensamiento sin faltar a la verdad.

      El hecho de que el Taoísmo sea una doctrina elaborada por una vía muy diferente al itinerario espiritual del pueblo de Israel plantea una problemática interesante para la historia de las religiones y para la misma Cristología. Esa problemática podría, sin embargo, aclararse recurriendo a razones más sencillas que las que podría creerse necesario invocar. Me refiero a lo que sobre este tema enseñaba el maestro Lanza del Vasto, discípulo europeo del Mahatma Gandhi. Después de realizar profundos estudios sobre las escuelas de sabiduría oriental (India, China, Japón) Lanza del Vasto llegó a la conclusión de que Dios viene en ayuda del hombre en desgracia, y lo primero que le envía es la sabiduría. Después, para llevar su obra a la perfección, le envía el amor. Con la palabra amor se refiere obviamente a Jesucristo y con la palabra sabiduría se refiere a los grandes maestros que le precedieron en la historia.

      Las reflexiones de Lao Tse sobre el ser supremo que se expondrán a continuación son derivaciones del contexto religioso monoteísta de la cultura de la antigua China, cuyo pueblo le rendía culto al Dios único, denominado entonces “Soberano del Cielo”. Personificación del poder que gobierna el universo, el cual, en tiempos de la dinastía Tchou devino simplemente el Cielo, sin que por eso perdiera los atributos que son inherentes al Dios supremo.

      Todo lo que conocemos de la doctrina de Lao Tse, fundador del Taoísmo, está enteramente contenido en su célebre Tao Teh King, esto es, Libro del Tao y la Virtud. Efectivamente, el nombre supremo empleado en el texto, esto es, la palabra china Tao, que literalmente significa “sentido”, por el tratamiento que el sabio hace de ella, entendemos que trasciende ese significado para designar el “principio” supremo de donde procede todo cuanto existe y también el sentido o ley eterna que rige todo acontecer. Y resulta claro en la lectura cuándo se pone énfasis en una u otra acepción.

      El desarrollo de esta primera parte del tema puede ordenarse conforme a lo que se deduce de una lectura atenta de todos los capítulos del libro que se refieren explícitamente al Tao. Ese ordenamiento debe contemplar primero una referencia al ser supremo o principio eterno en sí mismo y enseguida al ser supremo como dotado de fecundidad, esto es, como creador de todo cuanto existe. Ambos aspectos constituyen un patrón de pensamiento presente en todas las reflexiones filosóficas sobre el ser supremo. También en este ordenamiento se planteará la cuestión del nombre, en el entendido de que el ser como principio y fundamento de todos los seres solo admite una referencia a él en términos negativos. Asimismo, se incluye en este ordenamiento temático el concepto de sentido, pues la palabra Tao tiene originalmente esta acepción, de la que deriva también la denominación “Ley eterna” empleada por Lao Tse (Cap. XVI. Tao Teh King); de esta proceden dos formas de comportamiento, uno sensato y otro insensato, esto es, conforme al sentido o contra el sentido.

      En el capítulo XXV del Tao Teh King, Lao Tse, refiriéndose al Tao, dice: “Yo no conozco su nombre, pero lo llamo Tao”, y esto, en referencia a la costumbre de su época por la que ningún hombre de baja condición social podía pronunciar el verdadero nombre de un alto personaje, permitiéndosele aludir a él solo mediante un apelativo. En este pasaje de su texto el autor deja la impresión de querer inclinarse ante este alto “personaje” designándolo solo mediante el apelativo de Tao, con lo cual se refiere, como antes se dijo, a sus dos aspectos fundamentales, esto es, el “principio” y el “sentido”.

      Todo este razonar es filosófico y carece del tenor profético que es propio de la fe en un Dios revelado, como el de la Biblia. No obstante esa diferencia, ella no es tan grande como para no advertir que las reflexiones de Lao Tse sobre el ser supremo pueden ponerse en paralelo con el Dios que se reveló a Moisés, desde el episodio de la “zarza ardiente”, cuando se hizo presente por primera vez a este profeta y le dio a conocer su nombre, hasta la revelación de su Ley.

      El proceso de esta revelación comienza en efecto cuando Moisés presencia el prodigio de una zarza que arde sin consumirse, de la cual surge una voz que le dice: “Yo soy el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob”. Según las modalidades del lenguaje de la época, da la impresión de que el Dios que se está revelando a este hebreo antiguo es solo el de una etnia o un pueblo como los había tantos, de ahí que el profeta le pregunte a su misterioso interlocutor cuál es su nombre. Entonces Moisés es instruido acerca de la verdadera identidad del Dios de sus ancestros, quien se revela a él no con un nombre de divinidad tribal, sino como un Dios universal sin más nombre que el de quien simplemente es. En hebreo, Iahvé, palabra que contiene las tres formas del verbo ser, es decir, el que era, es y será; como también el que hace ser, el que da el ser a todo lo que es. Los demás nombres con que los israelitas se refirieron a él son apelativos.

      Este Dios universal, en el sentido lato de la palabra, no tiene nombre ni puede ser representado en imágenes ni objetos simbólicos. Solo se puede decir que es y da el ser, aunque interviene en la historia de su pueblo y se comporta como su padre, su esposo y protector, esto es, su ser inefable se transforma en la mente del profeta y asume las modalidades de comportamiento y categorías de expresión de los seres humanos, pues su manifestación al pueblo se realiza por medio de uno de ellos.

      En ese sentido las reflexiones de Lao Tse sobre el ser supremo se elevan hasta aquel que solo es y da el ser, como puede percibirse en varios capítulos del Tao Teh King, y en los textos que nos dejaron otros taoístas célebres como Tchuang Tse (S. III a. C.), quien en el capítulo 2 de su texto canónico llamado simplemente el “Tchuang Tse” (León Wieger. Les péres du sisteme taoiste) dice: “¿Qué se puede decir del ser universal, sino simplemente que él es?”. Más adelante agrega: “Si se pudiera distinguir algo especial en el principio y aplicarle atributos, no sería el principio universal”, afirmación rubricada con el siguiente comentario: “Saber detenerse ahí donde la inteligencia, y la palabra llegan a su término, en eso consiste la sabiduría”.

      Por su parte las reflexiones filosóficas de Lao Tse sobre el Tao como principio universal y ley eterna, consideradas en el contexto del mensaje contenido en la totalidad de su libro, nos llevan a concluir que ellas configuran una actitud del autor frente al principio supremo que no es la del simple filósofo que razona, sino la de alguien que se halla ante una verdad que asume plenamente en su vida personal, y que deviene el soporte trascendente sobre el que se genera y sustenta todo su conocimiento del mundo y de los hombres. Lo que pudo quedar solo en el ámbito de los conceptos adquiere, de hecho, las características de lo numinoso, esto es, de las revelaciones.

      En el capítulo XXV se lee lo siguiente:

      Hay un solo ser perfecto

      Antes que el Cielo y la Tierra fuesen él ya era.

      En el capítulo XXXIX se lee lo siguiente:

      He aquí los que de antiguo alcanzaron el Uno.

      El Cielo alcanzó el Uno y tuvo firmeza.

      Los dioses alcanzaron el Uno y tuvieron poder.

      El abismo alcanzó el Uno y tuvo plenitud.

      Todas las cosas alcanzaron el Uno y nacieron.

      Soberanos y príncipes alcanzaron el Uno

      y llegaron a ser modelos para el mundo.

      Todo eso fue hecho por el Uno (o Único).

      En ambos capítulos las reflexiones de Lao Tse coinciden con las de los filósofos occidentales del pasado sobre el ser supremo (Aristóteles, Tomás de Aquino, etc.). Sin embargo, en su caso, por la


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