El Cristo preexistente. Gastón Soublette
sabiduría o conocimiento del sentido, pues, nace del conocimiento de las mismas expresiones del sentido, y si la palabra sentido indica dirección y supone el movimiento y el cambio, las expresiones del sentido se hallan en la totalidad del mundo, considerado antes que nada como un macroorganismo en perpetuo cambio, lo cual va desde el ciclo de las estaciones y la floración vegetal, hasta los cambios más sutiles que operan en el organismo y la psique humana.
Para el hombre el sentido consiste primero en el desarrollo pleno y armónico de su potencial vital y psíquico, es decir, aquello que lo habilita para ser un habitante del mundo en plenitud. Por eso la relación del hombre con el hombre y consigo mismo será conforme al sentido, en la medida de que no obstaculice ese desarrollo pleno y armónico.
La sola existencia en el mundo de un ser como el hombre que viene a él trayendo ese potencial interior es suficiente para entender el sentido del quinto mandamiento del decálogo: “No matarás”. Como también el carácter maligno del daño que los hombres se hacen mutuamente y que da por resultado la inhibición, cuando no la anulación, del complejo de posibilidades que cada cual contiene en sí, es decir, todas las formas de explotación y opresión del hombre por el hombre.
En la cultura primigenia el hombre tenía un conocimiento empírico del complejo dinámico del mundo, el cual podía ser muy profundo y vasto, aunque no como un saber al que se accede por intelección mediante la razón. Esta suposición se basa en el hecho de que las representaciones de las diferentes fases del movimiento universal en las imágenes lineales del sistema de las mutaciones de China procede de la prehistoria, y que los símbolos de los trigramas básicos que generan todo el sistema remiten a ideas metafóricas de formas y energías de la naturaleza, procedentes de la experiencia milenaria de una humanidad que vivió inserta en el orden natural sin el soporte cultural de la civilización. A la misma conclusión se puede llegar en el estudio de cualquiera cultura indígena como es el caso de la mapuche y su “mapudungun” o habla de la tierra.
Más atrás se dijo que la cultura china es la mejor dotada para darnos una idea de lo que fue la sabiduría del hombre natural antes del surgimiento de las grandes culturas, pues esa visión del mundo como movimiento o mutación, diferente de una sabiduría que ponga su énfasis en la consistencia del ser, en China no fue olvidada por los que llevaron a cabo la empresa civilizadora, sino que fue codificada y trasmitida a través de las edades, y considerada como válida para todos los tiempos, en el entendido de que la organicidad del movimiento universal está operando constantemente según leyes inherentes a la naturaleza de los seres. Por eso, en los tiempos primitivos o en la más sofisticada civilización habrá siempre movimientos cíclicos –como la sucesión de las cuatro estaciones– y movimientos lineales, que nacen y se desarrollan en etapas sucesivas sin retroceso ni repetición de la secuencia. Y en todo tiempo se generarán procesos de cambio en los cuales se puede distinguir cuándo se hallan en su estado inicial de germen, al que sigue la secuencia de su desarrollo, hasta la culminación de su intensidad propia en su etapa de auge, a la que sigue la declinación hasta su extinción o cierre del proceso. Asimismo siempre permanecerá idéntica en su índole la naturaleza de las fuerzas creativas y las fuerzas receptivas, y las variantes que resulten de la interacción de ambas. Esto se dice del comportamiento de todos los seres del universo, como también de la pareja humana y de la misma polaridad que rige la psique, y que determina su doble comportamiento consciente e inconsciente, intelectual e intuitivo.
En esta cosmovisión, que resulta obligada para una sociedad que vive inmersa en el orden natural, la sabiduría consiste en el discernimiento de la índole del movimiento y en la justa medida de los actos humanos en todas las fases de su evolución, respetando las leyes del desarrollo gradual, con lo cual el habitante del mundo ocupa el lugar que le corresponde en el concierto universal.
La codificación de esa sabiduría de la cultura primigenia en China habría empezado en el cuarto milenio antes de Cristo, y se atribuye al mítico soberano Fu-Hi o Tai-Hao la representación en símbolos lineales de todas las fases del movimiento. Esto, que fue un sistema de símbolos cuyo contenido y aplicación era parte de la tradición oral, evolucionó hasta fines del segundo milenio antes de Cristo, cuando el patriarca de la dinastía Tchou, el así llamado rey Wen, organizó el canon del sistema de las mutaciones, agregando textos epigramáticos a cada símbolo, en cuanto estos representaban fases del destino que requerían un dictamen para la guía de la conducta humana en cada coyuntura. Así nació el libro más antiguo del mundo, llamado I Ching o Libro de las Mutaciones, piedra fundacional de la cultura china, el que en el siglo VI antes de Cristo fue estudiado y comentado por Confucio y su escuela, hasta adquirir la forma que hoy tiene, estructurada en tres etapas: la etapa simbólica originaria, la guía de los dictámenes y la época de los comentarios confucianos.
Como se trata de una doctrina basada en la organicidad del acontecer en el tiempo, su texto efectivamente propone situaciones de la vida del hombre en sociedad, en el orden natural, y de la relación del individuo consigo mismo. Por su grado de abstracción como estructura del suceder es aplicable a los hechos de cualquiera época, y puede percibirse cómo su dinámica propia abarca y explica los acontecimientos de toda la historia conocida del pasado y del presente.
En esta cosmovisión, y participando de la cosmovisión de todas las sociedades que han vivido insertas en el orden natural, el acontecer universal es un solo acontecer, lo cual deriva, de una concepción unitaria del cosmos, lo que a su vez unifica el acontecer subjetivo con el objetivo. En consecuencia, todo lo que acontece influye en el todo, y todo lo que acontece en las profundidades de la psique humana influye también en el todo, y más aun, tiene el poder de polarizar el espacio-tiempo, conformando un paralelismo analógico, por el cual el acontecer objetivo deviene un reflejo del acontecer interior.
El Libro de las Mutaciones o I Ching es el desglose de la acción permanente del Tao (el sentido) en el ámbito de la sociedad humana. Su concepción del tiempo no es mecánica, es orgánica. Hay ciclos del tiempo que se expanden a manera de oleadas y que afectan a todos los hombres, de manera que lo que es posible esperar como resultado de nuestros actos en un ciclo determinado no es posible obtenerlo en otro ciclo.
A esa concepción del tiempo están referidos todos los dictámenes en los que se confronta el quehacer humano con alguna fase del acontecer global (tiempo), en la que es preciso, por ejemplo, “cruzar la gran agua”, esto es, emprender la realización de un proyecto de mayor envergadura y riesgo; o abstenerse de actuar; o contentarse con pequeñas realizaciones, en atención a que, en una dimensión superior del espacio-tiempo en evolución, se dan o no las condiciones para actuar en el sentido que se desea.
Tchuang Tse (sabio Chino del siglo III a. C.), en su antología de ensayos filosóficos (Les Péres du Sisteme Taoiste de Leon Wieger), cuenta el caso de un joven de familia humilde cuyo talento para las artes marciales fue detectado por un prefecto local del imperio y enviado a la capital para su educación. Un tiempo después, otra familia de la localidad, al ver que el hijo de un vecino había sido beneficiado por poseer talento para el manejo de las armas, se hizo presente ante la autoridad local para recomendar a uno de sus hijos para el mismo oficio. El funcionario imperial en esa coyuntura estimó que el recomendado era un hombre peligroso dadas las condiciones políticas del momento y ordenó que le cortaran un pie.
En esta organicidad del tiempo se distinguen los conceptos de “duración”, por una parte, y de “desarrollo gradual”, por otra. La duración es lo propio de las creaciones humanas realizadas conforme al sentido (Tao); y el desarrollo gradual es el modo natural de crecimiento y el desafío que el tiempo orgánico opone a las pretensiones de las empresas humanas. Un dictamen del I Ching sostiene que una demora conveniente en la realización de un proyecto es lo que el sujeto necesita para templar su carácter, a fin de adaptar sus pretensiones al ritmo de los procesos naturales (I Ching, Capítulo “El Conflicto”).
En la totalidad del texto del libro se presupone que el acontecer tiene raíces trascendentes y procede de un macrosistema de fuerzas combinadas cuya trama abarca el universo todo. En su conjunto ese macrosistema es la expresión del Tao como principio (ser supremo) y como sentido (ley eterna). La ley eterna antes de estar expresada en una preceptiva oral o escrita es la descripción de su manifestación en todas las coyunturas posibles que el organismo del espacio-tiempo pueda hallarse en relación