Ciudad y Resilencia. Отсутствует

Ciudad y Resilencia - Отсутствует


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de crisis se repiten cíclicamente y son especialmente dañinas con estas economías sobreexpuestas a los vaivenes de los mercados financieros y los flujos de turistas. Antes tuvimos la de 1992-1996 y, aún antes, la de 1983-1985[17]. Estas crisis son cada vez más destructivas y antes de la llegada de la covid ya aparecían signos de una desaceleración que iba a impactar en esta ocasión sobre la burbuja turística y de alquileres. La pandemia ha acelerado y probablemente empeorado todo[18].

      EL PROBLEMA DE LA PANDEMIA Y EL PROBLEMA DE LA POLÍTICA

      Las consecuencias de la pandemia de la covid para este tipo de economías pueden ser catastróficas. El virus ha acelerado una crisis en ciernes, pero además suma un parón sin precedentes en los desplazamientos ociosos, lo que evidentemente afectará a las economías más dependientes del turismo. Durante un tiempo indefinido el volumen de visitantes se verá tremendamente afectado. La mayor parte del turismo se hará a corta distancia y dentro de los límites estatales, y la recuperación de una situación como la de 2019 puede estar lejana o no producirse. Es importante identificar los impactos de esta crisis sobre los territorios dependientes del turismo porque nos están indicando un coste de sobreexposición a las crisis, no solo epidemiológicas. Hay al menos tres aspectos clave que explican este sobrecoste para estos países.

      En segundo lugar, la interrupción de las visitas internacionales supone una sangría en cuanto a la entrada de divisas. El turismo no es una exportación y, sin embargo, funciona en cierta medida como tal, porque implica un flujo constante de dinero cruzando las fronteras. Los desplazamientos cercanos intrafronterizos pueden implicar la redistribución de riqueza dentro de ese territorio o, en todo caso, como alternativa a las salidas al extranjero, una divisa que no se pierde. Pero la pérdida del turismo extranjero es difícilmente reemplazable, ya que supone una pieza clave de la balanza comercial para muchas regiones. En otros términos, la entrada de euros por este medio, unida a las exportaciones, compensa la importación de todo lo que consume la población y que no se produce en el propio territorio, que, en muchos de estos casos, es casi todo. Hemos visto cómo algo tan básico como mascarillas (por no hablar de otros suministros médicos más complejos, como los respiradores) deben importarse. Si se importa casi todo y esto no se compensa comercialmente, la única opción es el endeudamiento de las instituciones del Estado, algo a lo que aboca también la necesidad de afrontar la crisis social generada por el crecimiento del desempleo. Aunque la Unión Europea esté dispuesta a proveer de liquidez a estas economías, habrá que ver hasta qué punto y bajo qué condiciones. Resulte como resulte, el endeudamiento de los países del Sur de Europa será significativo, en ocasiones desastroso, y va a redundar en una mayor subordinación de los países receptores.

      Por último, el parón nos deja una gran cantidad de infraestructuras infrautilizadas, a veces de un nivel muy alto incluso para estándares europeos y, por ello, difíciles y costosas de mantener. Esto es evidente en las infraestructuras de transporte, que pueden sufrir un rápido deterioro y que absorben una buena cantidad de los presupuestos públicos. También en las infraestructuras privadas, incluida la vivienda, que se enfrenta no solo al deterioro que somete el tiempo a todo lo humano, sino a una rápida pérdida de valor de los activos inmobiliarios por la paralización de las transacciones. Esto parece un resultado inevitable del estallido de la burbuja de alquileres alimentada por los alquileres turísticos, pero que inevitablemente se contagiará a la devaluación del alquiler convencional y a la vivienda en venta, con precios en su mayor parte compuestos por un inflado precio del suelo de naturaleza especulativa. Esto implica que el rentismo como forma de vida de parte de las clases acomodadas de estos territorios, incluidas ciertas clases medias, se verá seriamente amenazado, expandiendo el efecto de empobrecimiento por la crisis.

      Nadie parece capaz de imaginar una alternativa real a algo que «medio funciona». En el prólogo a la Contribución de la Economía Política, Marx decía que los pueblos solo se plantean las tareas que pueden resolver, cuando cuentan con las condiciones materiales que permiten hacerlo. O quizá se las plantean solo cuando no tienen más remedio, como parecería decir Walter Benjamin en la cita que inicia este libro y que sirve de inspiración para su portada. Para escapar de un modelo basado en la precariedad, la dependencia y la destrucción de nuestro patrimonio cultural y natural, que ya ni siquiera funciona para la mayoría ¿no deberíamos virar hacia una economía más real, más productiva y respetuosa con el territorio? Pero la pregunta más importante es ¿quién lo va a plantear? Todos los agentes políticos parecen poner su esperanza en volver en alguna medida a lo de antes. Las soluciones pasan por seguir apostando por el turismo, la hostelería y la construcción. Recientemente, con muy pocas y honrosas excepciones, el discurso y la práctica política han seguido la senda ya transitada con anterioridad de buscar la solución a los problemas económicos potenciando los factores de la crisis. En Andalucía la covid está siendo una coartada perfecta para impulsar reformas neoliberales y la profundización en la economía más especulativa. Ha servido, en primer lugar, para acelerar el intento de la Junta por flexibilizar la normativa turística, facilitando la construcción de campos de golf (terriblemente escasos en el litoral, como sabemos) y el negocio inmobiliario. También se ha advertido sobre la necesidad de una nueva ley del todo urbanizable a nivel andaluz, que permita dinamizar este sector, cuyo sobredimensionamiento ya nos ha arrastrado por dos crisis terribles en poco más de una década. A esto se suma el anuncio de la Junta de Andalucía de un recorte del 10 por 100 en el presupuesto de la universidad pública, destinado a alimentar el fondo para hacer frente a la crisis de la covid, una contribución desmedida en relación con el peso real de las universidades en los presupuestos autonómicos. Esto da una idea muy clara de la conciencia existente sobre Andalucía como un territorio de camareros, donde el dinero invertido en formación es un dinero perdido. Y esto no es solo patrimonio de la derecha. Los ayuntamientos de las ciudades de mayor tamaño toman medidas con una orientación similar, como es el caso del Ayuntamiento de Sevilla, su Plan 8 y su intención de promover una marca «Covid free» para atraer el turismo extranjero. El gobierno canario, por su parte, se ofrecía a pagar el test de la covid a los turistas que se aventuren en las islas. La salida del confinamiento en España ha venido presidida por la reanudación de La Liga profesional de fútbol, repleta de anuncios sobre el carácter seguro del turismo en este país, y la apertura de bares y veladores, mientras los colegios y los parques infantiles se han mantenido invariablemente cerrados y vigilados para evitar su uso. La apuesta de los gobiernos es insistir en el modelo, pero tampoco es que haya planteamientos


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