Ciudad y Resilencia. Отсутствует
el crecimiento de los desplazamientos, abaratando los costes de alojamiento y multiplicando las posibilidades de los mismos. También ha desempeñado un papel determinante en ampliar las zonas de actividad turística, al facilitar el acceso con pernoctación a nuevas áreas. Asimismo, tiene un papel determinante en el sector de la vivienda y en el proceso de urbanización, contribuyendo a la inflación de los alquileres y alimentando la demanda de construcción de nuevas viviendas.
Probablemente las primeras menciones a la turismofobia aparecen en prensa en Barcelona desde 2008 para referir la existencia de un conflicto creciente entre el incremento de turistas y los residentes habituales de la ciudad. Este tipo de denuncias tuvieron gran importancia en Barcelona durante toda la fase de boom turístico y se expandieron a otras ciudades como Madrid o Lisboa. También a ciudades de rango inferior como Valencia y Sevilla. En muchos casos dieron lugar al nacimiento de plataformas o asociaciones que denunciaban este tipo de conflictos, habitualmente en relación con el crecimiento de los alquileres turísticos en áreas tradicionalmente residenciales.
El término turismofobia ha venido acompañado por el de turistificación. En realidad, esta noción, y otras, como balnearización, se utilizan desde hace al menos tres décadas en la academia hispanoparlante, generalmente para referir la capacidad del sector turístico para destruir el patrimonio natural, cultural y etnológico de un territorio. El término turistificación parece importarse en gran medida de la academia latinoamericana a la española en este contexto de boom turístico y notoriamente en relación con la denuncia de los efectos de los alquileres turísticos no regulados. Aproximadamente desde 2013 se suma el término sobreturismo (overturism) en el ámbito anglosajón (prensa, política y academia), llegando incluso a merecer la atención de organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas o el Consejo Europeo[5].
Hay abundante evidencia empírica sobre los perjuicios que ha causado el turismo intensivo y los alquileres turísticos durante este periodo, los cuales han afectado, en primer lugar, a las áreas centrales, a aquellas que tradicionalmente han sido espacios turísticos y a otras, habitualmente zonas residenciales obreras o sectores industriosos de la ciudad histórica, que han sido integrados recientemente en los circuitos turístico-comerciales. La inflación de los alquileres en estas áreas y la progresiva reducción de la oferta habitacional convencional conforme crecía el alquiler turístico cuentan con datos bastante fiables y se han publicado numerosos trabajos al respecto[6].
El conflicto entre los usos turístico-comerciales y residenciales en las áreas centrales tiene cierto recorrido en casi cualquier ciudad de determinado tamaño del Sur de Europa. En el urbanismo mediterráneo, alejado del modelo de suburbanización en torno a un central bussiness district anglosajón, los centros históricos han tendido a combinar usos residenciales con tendencias a la terciarización, a menudo ligada a cierta turistización temprana dependiendo de la ciudad. La sangría demográfica de los centros históricos durante el siglo XX ha sido un problema típico tratado por los urbanistas, fruto de una combinación de terciarización con la descapitalización de la edificación residencial y la valorización de nuevos sectores alejados del centro con mayor capacidad de atraer población de distintos estratos sociales. Esta tendencia va a invertirse en muchas ciudades desde la década de los noventa, en algunos casos fruto de procesos de colonización de clases medias locales, en otros por el asentamiento de migrantes extranjeros y en otros por una combinación de ambos. Sin embargo, el auge del supuesto home sharing desde 2012 genera nuevos efectos expulsivos por la conversión de alquileres convencionales en alojamientos turísticos. Por ejemplo, en Sevilla, el centro histórico, que ganaba población todos los años desde el cambio de siglo, entre 2012 y 2019 pierde unos 3.000 residentes[7].
Además, la inflación del alquiler ha afectado al conjunto de la ciudad. Más allá de que la apuesta del capital inmobiliario por el alquiler y la consecuente burbuja especulativa puedan tener varias razones, el impacto del alquiler turístico ha sido indudable. Podría hablarse de una inflación escalonada, en la que los precios prohibitivos de barrios más o menos céntricos aumentan la presión sobre otros espacios residenciales antes menos cotizados, empujando los precios al alza. Este efecto se expande a los sucesivos barrios de la ciudad, de tal forma que todos los hogares en régimen de alquiler pueden potencialmente sufrir los efectos de la concentración de alquileres turísticos.
Más allá de la existencia de un desplazamiento forzoso, los conflictos entre residentes y turistas se han multiplicado. La masificación de turistas sobre espacios residenciales preexistentes genera un efecto en el que los vecinos experimentan una alienación respecto del barrio que habitan. La población siente que la ciudad (o el barrio) le ha sido arrebatada por el turista y que sus transformaciones escapan a su control. De la experiencia de ser parte de un barrio, de un vecindario, sobre el que se tenía cierto control cotidiano, se pasa a un entorno siempre cambiante en el que es imposible entablar relaciones estables. La alienación espacial sería aquí lo contrario de un espacio urbano apropiado por sus habitantes[8]. El espacio turístico en las ciudades contemporáneas está en constante transformación: cambian los comercios, cambian los usos del espacio público y cambia la gente al ritmo de los alquileres vacacionales. Con el boom turístico muchos barrios céntricos han entrado en una nueva aceleración de la destrucción creativa del espacio, en la que todo envejece rápidamente y se renueva para recibir nuevas rondas de inversión. Y esto se vuelve a extrapolar al conjunto de la ciudad. Los principales lugares de significación, de fiestas populares, de identidad colectiva, le son enajenados al conjunto de la población, que deja de reconocerse en ellos, generando efectos sobre la identidad y la capacidad de acción colectiva. Las zonas centrales se van haciendo inaccesibles para cualquier uso no turístico o comercial (precios prohibitivos, plazas impracticables, exceso de control sobre el espacio público, etcétera).
EL MONOCULTIVO TURÍSTICO COMO MODELO
Los mencionados con anterioridad no son sino una parte de los epifenómenos asociados a la especialización turística, concretamente aquellos más claramente vinculados a la estructura urbana y su problematización. Sin embargo, la especialización turística en gran parte del Mediterráneo europeo no es solo una actividad puntual que pueda tener cierto tipo de efectos regulables o incluso compensables en determinados espacios urbanos. Se trata de un modelo que sostiene la economía y, por ende, las instituciones en esta región y que está íntimamente ligado al proceso de urbanización en su conjunto en el último siglo.
El turismo supone prácticamente por definición una redistribución de riqueza entre territorios receptores y emisores de turistas, por ejemplo, entre regiones urbanas y regiones rurales o, a otra escala, entre el Norte y el Sur de Europa. Esto ha llevado al turismo a convertirse en una panacea para impulsar el desarrollo en regiones desfavorecidas. Por supuesto, las grandes capitales europeas del Norte son algunos de los puntos más visitados del planeta. Sin embargo, la situación es notablemente diferente entre regiones urbanas, para las cuales los beneficios del turismo son un complemento a su base económica, y aquellos territorios que han tendido a especializarse en el sector turístico y en los que aparentemente no existen alternativas viables para proporcionar unos estándares de vida razonables a su población. Esta es la situación de una parte importante del Sur de Europa, que ha apostado desde hace más de medio siglo por este tipo de economía como su vía al desarrollo. Es también un planteamiento expandido por todo el mundo como una fórmula mágica para regiones donde han fracasado los procesos de industrialización y que cuentan con una inserción claramente desfavorable en el mercado capitalista global; la apuesta por el turismo es una alternativa que ha tendido a ser aceptada por gobiernos y agentes económicos de manera acrítica.
Hace ya casi cincuenta años, Henri Lefebvre denunciaba cómo las ciudades mediterráneas se estaban transformando en mercancías para el consumo de alto estándar de extranjeros, turistas y visitantes, mezclando el espacio de consumo y el consumo de espacio. En el Sur de Europa, la ausencia de industrialización habría encontrado un sustituto en el desarrollo de un circuito no