En busca de la unidad del saber / In search of the unity of knowledge. María Lacalle Noriega

En busca de la unidad del saber / In search of the unity of knowledge - María Lacalle Noriega


Скачать книгу
más instruido que nunca, pero más inculto también.11

      Por otra parte, asistimos desde hace décadas a una excesiva acentuación de la dimensión técnica de la inteligencia humana frente a la función sapiencial. La dimensión técnica es aquella que nos permite dominar y someter la naturaleza, fabricar instrumentos y obtener recursos. La función sapiencial de la inteligencia mira, en cambio, a entender el significado del mundo y el sentido de la vida humana. Acuña conceptos no con la finalidad de dominar, sino de alcanzar las verdades y las concepciones del mundo que pueden dar respuesta a la pregunta por el sentido de nuestra existencia.12

      La cultura utilitarista y relativista provoca un desequilibrio de estas dos funciones de la inteligencia: la técnica y la sapiencial. Desde el relativismo se dice que no tiene sentido preguntar sobre lo que es, y que solo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las cosas. Lo que importa no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas para nuestro provecho.13 Esto tiene también una consecuencia directa en la docencia universitaria, y es la conversión del profesor en una especie de técnico que transmite conocimientos útiles.

      Así, la mentalidad utilitarista se impone sobre el humanismo integral y lleva a desconsiderar las necesidades y las expectativas de la persona, a censurar o a sofocar los interrogantes más constitutivos de su existencia personal y social. La cuestión sobre el sentido de la vida es considerada como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo imaginario.14 Las consecuencias de todo esto pueden llegar a ser dramáticas, como ha señalado Benedicto XVI: «desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder».15

      Como corolario de todo lo anterior, muchas universidades han abandonado su vocación originaria para convertirse en escuelas de formación profesional de alto nivel. La formación de las personas ha cedido su lugar a la capacitación de profesionales y la universidad se ha transformado en una empresa proveedora de los peritos que necesita la sociedad, preocupándose únicamente por su preparación técnica y olvidando su formación humana.16 Los alumnos acumulan datos, pero no son capaces de discriminarlos, de distinguir entre lo principal y lo accesorio, entre lo verdadero y lo falso, entre los hechos y las opiniones. Se imparte mucha instrucción y poca sabiduría que tiene que ver con el sentido de la vida. Y esto se puede agravar con el planteamiento que se deriva del Espacio Europeo de Educación Superior, que señala como objetivo primordial de la enseñanza universitaria el facilitar al máximo la empleabilidad del estudiante.17

      En definitiva, ¿qué es lo que ha ocurrido? Primero, la ciencia positiva desplazó a la Teología y a la Filosofía de su función integradora de los distintos saberes, perdiéndose una visión unitaria de la realidad. La búsqueda de la unidad fue sustituida por la fragmentación y la especialización exagerada. Más recientemente, las propias ciencias positivas han sido desplazadas en su peso relativo por las disciplinas técnicas, de alta demanda social. Las universidades se han convertido, en gran medida, en institutos politécnicos de capacitación para el trabajo, con espacios cada vez más reducidos para el desarrollo de la visión contemplativa de la inteligencia.18 Y el nihilismo se ha instalado en la universidad: en una enseñanza fragmentaria, sin verdad, sin sabiduría, sin maestros y sin verdaderos estudiantes. Por todo ello podemos afirmar que la institución universitaria se encuentra sumida en una profunda crisis de identidad.

      1.2. ¿PARA QUÉ ENSEÑAMOS?

      Conocer la realidad de la universidad actual es importante para, situándonos con pie firme en el presente, construir la universidad del futuro.19

      Ahora bien, para ello es preciso que nos planteemos una pregunta fundamental: ¿para qué enseñamos? En efecto, parece que lo más adecuado es que un docente se plantee su trabajo desde el punto de vista de su causa final. Es decir, fijándose en el fin que persigue, pues si no tiene claro esto, si no sabe para qué se esfuerza, nunca podrá desempeñar adecuadamente su tarea. La causa final es la primera, como lo es el planteamiento de objetivos y la enunciación de propósitos en cualquier acción que pretenda ser humana. «Si perdemos de vista el fin último vamos, sencillamente, a la deriva. Con todo lo grave que esto puede ser. Porque ir a la deriva significa dispersarse, tanto interior como exteriormente. Interiormente: porque se trabaja desgastándose sin saber bien para qué, ni a dónde se va. Exteriormente: porque uno termina dominado por la preocupación de subsistir en un ambiente tan competitivo como el que nos rodea, y en consecuencia se abandona el camino que, de verdad, nos conduce hacia una meta formativa».20 Habrá que aplicar, pues, la máxima escolástica: «finis est primus in intentionem, ultimus in executionem».

      La pregunta clave entonces es la siguiente: ¿para qué enseñamos? ¿Hacia dónde queremos orientar a nuestros alumnos? ¿Hacia la competitividad? ¿Hacia el triunfo económico? ¿Hacia la fama? ¿Nuestro objetivo en la enseñanza es preparar a los estudiantes para el éxito profesional, exclusivamente?

      Consideramos que la universidad debe preparar a los alumnos no solo para el mundo del trabajo, sino, sobre todo, para la vida, para que sepan desentrañar la realidad y comprender el mundo, para que asuman con responsabilidad su proyecto de vida, para que se desarrollen plenamente como personas y sirvan al bien común de la sociedad en la que viven. Hacia esa meta tan ambiciosa se deben encaminar los esfuerzos de todo buen profesor.

      El profesor de la universidad Francisco de Vitoria no debe ser un mero técnico, simple transmisor de técnicas, sino que debe comunicar auténtica sabiduría, pues «es tarea de la universidad forjar hombres y mujeres que sepan dar testimonio de sabiduría que es saber y sabor (scientia et sapientia) de las cosas de Dios, del hombre y del mundo».21 La auténtica universidad se interesa por transmitir sabiduría, por cultivar el alma, por enseñar a vivir.22 El saber no es erudición, no es poder, no es un título, no es amontonamiento de datos; el saber es vida, y vida que satisface las aspiraciones más profundas del alma.23

      1.3. JUSTIFICACIÓN Y NECESIDAD: HOMO QUARENS

      Esto no es solo una idea loca fruto de la ingenuidad de una universidad joven y demasiado entusiasta, sino que es algo que se deriva directamente del propio ser del hombre. Lo vemos con claridad si nos preguntamos: ¿está el hombre hecho para algo más que para ser un buen profesional?

      Parece que sí, que somos algo más que homo faber. Y también más que homo oeconomicus. El hombre es cabeza y corazón, inteligencia y voluntad, afectividad, libertad, creatividad. El hombre es un espíritu encarnado que se relaciona con las cosas y con los demás hombres, que depende de su entorno vital y tiene una historia, una biografía, que va haciéndose en camino con otros como él. El hombre es un ser capaz de amar y ser amado. Es un ser abierto al infinito. Es un buscador.

      En la encíclica Fides et Ratio, Juan Pablo II, citando a Aristóteles, recuerda que: «todos los hombres desean saber»,24 y define al hombre como «aquel que busca la verdad».25 El hombre desea saber y desea amar. ¿Hay alguna relación entre la verdad y el amor? Sí, la hay. La verdad sin el amor es algo frío y tremendo. El amor sin la verdad es un engaño. Ambas realidades exigen una respuesta armónica por parte del hombre. Pero ¿qué tiene que ver la universidad con todo esto? Creemos que mucho. La universidad ha de convertirse en el lugar privilegiado donde se elabora esa síntesis armónica, el taller donde se forja, en el interior de la persona, la pasión por la verdad y el amor sin fronteras, sin límites, sin obstáculos interiores.26

      Reconocer que el hombre en cuanto buscador de la verdad, del bien y del amor es la razón de ser de nuestro proyecto universitario es una invitación a educar, y ser educados, en el descubrimiento del significado del mundo, en la atracción que ejerce la realidad, en la sorpresa que nos producen las cosas, en la sed de verdad, de felicidad, de belleza, de significado, de amor, que nos hace humanos. Lo cotidiano en la vida académica —una poesía, un teorema, un fenómeno químico, un fragmento de música— es ocasión preciosa para descubrir el camino que, desde cualquier fragmento de la realidad, conduce hasta la verdad última, aquello que da unidad y confiere sentido a todas las cosas.

      Muchas


Скачать книгу