Sola ante el León. Simone Arnold-Liebster

Sola ante el León - Simone Arnold-Liebster


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blanco que el día que casi se electrocuta en la cocina de la abuela. Tuve miedo. Sin mediar palabra, se encaminó a la cocina. Mamá estaba preparando la comida en silencio. Decidí mantenerme aparte. La expresión colérica de papá me recordó una tormenta.

      —¿Dónde está el altar de Simone? —preguntó ásperamente.

      Mamá siguió preparando la comida.

      —Lo rompió en pedazos.

      —¡Tú le dijiste que lo hiciera!

      —No, sólo le leí las normas escritas en la Biblia.

      —Me dijiste que no le enseñarías tus nuevas ideas. Me lo prometiste.

      —Adolphe, es una Biblia católica y Simone salió corriendo antes de que yo terminara de leer. No puedo entenderte. Nunca te gustó el altar de Simone, ni sus estampitas ni sus velas. ¿Por qué? ¿Por qué te molesta tanto? —Y quitando el plato de delante, añadió—: Te lo calentaré una vez más. Por favor, cómelo, por tu bien.

      Papá masculló algo que ninguna de las dos entendió. Parecía que la tormenta se había calmado, pero mi pregunta seguía sin respuesta. ¿Por qué se habría enfadado tanto papá? Había conseguido atemorizarme. Pensé que quizás las estatuas fueran muy caras. ¿Habría pasado papá muchos días trabajando para pagarlas?

      ♠♠♠

      Haber quedado con la tía Valentine fue una novedad reconfortante. Era una nublada tarde de octubre y me alegraba poder escapar de la incómoda situación que reinaba en casa. La tía Valentine nos esperaba en la parada del tranvía. Para abrigarse del frío llevaba alrededor del cuello su piel de zorro con ojos de cristal que miraban fijamente. El olor a bolas de naftalina la rodeaba. Angele no estaba con ella.

      Tenía que escoger un regalo de la tía Valentine para mí, mientras mamá compraba uno para Angele. Opté por un juego de costura.

      El aroma de las castañas asadas llenaba el aire de la zona comercial de Mulhouse. Al aproximarnos a la estación, pasamos al lado de un hombre con una enorme sartén de hierro sobre el carbón. Mientras las castañas se asaban, él hacía pequeños cucuruchos con papel de periódico. Con el dinero en la mano, la tía Valentine le pidió unas cuantas y me ofreció las castañas recién asadas. ¡Fue una tarde maravillosa! Me olvidé del enfado de papá.

      Debido a lo tarde que era, apresuramos el paso. Yo estaba muy contenta con mi regalo. Era el primer regalo que recibía de mi tía ¡y lo pude escoger yo!

      —Mamá, papá también estará contento, ¿verdad?

      —Seguro, ¿pero no te das cuenta de lo cansado que está? Últimamente no ha jugado mucho contigo. Ni siquiera revisó tus deberes. A lo mejor esta noche tampoco le apetece, así que no insistas. Sería mejor que fueras a tu habitación y conversaras con Claudine.

      Los dos tramos de escaleras me parecieron apenas unos escalones. Corrí directa a papá.

      —¡Mira lo que tengo papá!

      Abrí el paquete para mostrarle mi regalo. Papá se sentó en su butaca sin hacer nada. Era muy extraño. Siempre decía que solo los holgazanes y los muertos no hacían nada. Le enseñé mi regalo.

      —Hmm, hmm.

      —¿No es precioso, papá?

      —Hmm, hmm.

      —La tía Valentine me lo compró.

      —¿Ah, sí?

      —Pero lo escogí yo.

      —Ya veo.

      Los ojos azules de mamá me decían que dejara descansar a papá.

      Fui junto a mi muñeca Claudine y le mostré mi precioso costurero estampado. Dentro tenía carretes de hilo de colores y unas pequeñas tijeras. Al menos a ella le interesaba.

      Un pesado silencio envolvió a nuestra familia. Mamá no intentaba conversar con papá, que ya nunca hablaba. La enfermedad de papá debía de estar empeorando. Incluso mi habitación parecía extraña, estaba vacía. Lo único que quedó sobre la estantería después de mi ataque de devoción destructiva fue la inocente muñeca. Siempre se había cruzado en mi camino, y ahora me molestaba todavía más. Representaba mi conciencia y me recordaba continuamente que debía tenerla en cuenta. Mamá había insistido en que permaneciera allí sentada. Los días tristones parecían no tener fin.

      De nuevo en el colegio, Mademoiselle aceptaba con indiferencia mis dalias y las ponía en una fea maceta sobre el alféizar de la ventana. Será que ya no le gustan las dalias, pensé. Las flores que solía regalarle las ponía en un bonito jarrón, mientras me sonreía y me daba las gracias. Pero ahora ni las flores la hacían sonreír. También estaría enferma.

      Después de tantos días grises, el sol salió tímidamente. Un débil rayo de sol caía sobre un paquete situado encima de la mesa del salón. Mamá me quitó la cartera y me señaló el paquete envuelto:

      Cuando papá regresó a casa del turno de mañana, entró en el salón, cogió el libro y lo dejó caer ruidosamente sobre la mesa.

      —¡Pues sí que tienen prisa! Les escribí apenas hace unos días.

      Durante algún tiempo, el paquete se quedó esperando a que lo abrieran y los ojos de mamá me decían que callara y esperara.

      ♠♠♠

      Tenía prohibido abrir la puerta cuando llamaban. Mamá me había dicho:

      —Tú eres una niña bien educada y sólo debes abrir cuando yo te lo pida.

      Así que tenía que meterme en una de las habitaciones porque “es de muy mala educación ser curiosa y salir al pasillo a ver quién ha llegado”. ¡Pero lo que mi madre no sabía es que yo iba a un lugar desde el que podía ver quién llamaba a la puerta gracias al reflejo del espejo!

      El tío Germain había venido por última vez antes de que la nieve los aislara en Bergenbach durante todo el invierno. Salí corriendo de la habitación. La mirada de mamá fue suficiente para que me volviera atrás, pero eso no hizo más que incrementar mis sospechas y mi curiosidad: me olía a complot. El tío Germain llegaba cargado. Mamá le hizo pasar rápidamente por la cocina hasta el balcón, donde almacenaba la comida hasta que empezaba a helar. Cuando terminaron de colocarlo todo, mamá me advirtió:

      —¡No vayas al balcón! ¡Son órdenes de papá!

      Papá pone muchas restricciones, pensé para mí. A veces podía ir al balcón, otras veces no. ¡Qué variables pueden ser los adultos!

      El tío Germain había traído unas fantásticas manzanas rojas y nueces, que llenaron el piso con el aroma de Bergenbach. Le hice cosquillas y se echó a reír sorprendido. A través de la ventana de la cocina vi ¡un árbol de Navidad!

      —¿Qué hace ahí fuera?

      Me respondí a mí misma. El niño Jesús tendría mucho trabajo, así que mis padres traían el árbol por él. A fin de cuentas, ¿no se había olvidado el año pasado de traerme algo y me lo llevó a casa de los Koch porque sabía que yo había sido invitada? Sin embargo, ¿por qué lo habrían traído tanto tiempo antes de Navidad?

      ♠♠♠

      Había decidido quedarme en casa con mamá y no ir a la iglesia. Mamá me miró con sorpresa, mientras papá me preguntaba


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