Sola ante el León. Simone Arnold-Liebster

Sola ante el León - Simone Arnold-Liebster


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a los vecinos. Escuchar con atención los comentarios de la gente me ayudaba a aclarar preguntas que yo misma me hacía. Algunos tenían ideas extrañas como aquel pastor que quería defender la Trinidad e intentaba demostrar la igualdad de poder, posición y eternidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo:

      —Tome tres huevos y haga una tortilla. Siguen siendo tres huevos.

      Igual de confusa me resultaba la idea de que el alma sería juzgada inmediatamente después de morir, mientras que el cuerpo tendría que esperar a ser juzgado al fin del mundo.

      —Cuando una persona peca, ¿qué parte comete el pecado: la mente o el cuerpo? ¿Puede el cuerpo pecar por sí mismo?

      Las conversaciones que iniciábamos en las casas de las personas las continuaba con mi madre en casa alrededor de la mesa.

      También quería ir sola a varias granjas a presentar el folleto titulado Cura para todas las naciones. Hablaba acerca de la maravillosa perspectiva de que bajo el gobierno de Cristo la Tierra se convertirá en un paraíso, donde no habrá ni muerte ni dolor. Yo tenía un vivo interés en compartir este pacífico mensaje bíblico con los granjeros. Fueron muy amables conmigo y aceptaron encantados los folletos. Aproximadamente una hora más tarde, cuando volví al pueblo, los folletos salieron volando de una de las casas. El granjero gritaba:

      —¡Malditos Bibelforscher! ¡Es una vergüenza que exploten a los niños!

      ¿No se daba cuenta de que yo no era una niña? ¡Tenía ocho años! ¡Yo misma había decidido visitar a aquella gente!

      Recogí todos los folletos, levanté la cabeza y seguí caminando repitiéndome lentamente: “El esclavo no es mayor que su amo”. Me sentí orgullosa cuando me reuní con el grupo que había visitado las otras granjas.

      ¿Por qué los católicos decían que la Biblia era un libro protestante y lo miraban como algo maldito? Ese mismo día más tarde, papá cogió un libro de historia, se sentó conmigo y me ayudó a encontrar la verdadera respuesta.

      —La Biblia solía estar escrita en latín. Algunos sacerdotes católicos la tradujeron en contra de la voluntad de las autoridades eclesiásticas romanas, que querían mantenerla en latín. Sin embargo, el amor que sentían por el contenido de la Biblia era mayor que cualquier prohibición. Fíjate en esta imagen: representa la noche de Bartolomé, cuando los protestantes fueron asesinados por orden del gobierno católico (24 y 25 de agosto de 1572, noche en la que los nobles católicos y otros ciudadanos de París masacraron a los hugonotes franceses). Durante la Inquisición, la Iglesia trató de asesinar a todos los que se le oponían. A menudo se les quemaba vivos, como al reformador religioso checo del siglo XV John Hus y a otros.

      —Yo pensaba que la Inquisición era contra los judíos.

      —Era contra cualquiera que no estuviera de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia.

      Pronto me encariñé con la pequeña congregación de Bibelforcher. Tenía dos jóvenes compañeros de juegos, André Schoenauer y Edmund Schaguené, y un abuelo, el señor Huber, un ingeniero jubilado viudo de pelo cano y buenas maneras. Un padrazo que tenía un reloj con cadena de oro en el bolsillo del chaleco. Marcel Graf, oficinista en las minas de potasio, era alto, calvo y muy hablador. Los hermanos Zinglé vestían a menudo pantalones de montaña porque les gustaba escalar los Alpes suizos. El señor Lauber era un padre viudo con dos niños pequeños que había perdido una pierna en la guerra. Aun así, acudía fielmente a todas las actividades de la congregación en una vieja bicicleta con su hija de cinco años, Jeannette, sentada detrás de él. También estaban los Dossmanns, cuyo hijo trabajaba en la sucursal de los testigos de Jehová de París, y otros que acudían de fuera de la ciudad.

      Mamá, con su espíritu misionero, desempeñaba un papel muy importante en las actividades del grupo. Visitaba y ayudaba a familias, como los Saler, a superar situaciones de necesidad y vivir una vida mejor. Ella creía que no solo se debía enseñar sino también hacer obras de caridad. Entre las personas que visitaba, estaba Martina Ast, una alegre doncella de una familia judía, dueños de la Gallerie Lafayette, los grandes almacenes de Mulhouse. Me encantaba ir a visitarla. Siempre planteaba preguntas bíblicas muy interesantes, pero ¡también servía deliciosos pasteles! A veces incluso jugaba conmigo.

      6Adolphe Koehl ya era miembro de la congregación de Mulhouse cuando esta le mandó un telegrama al gobierno de Hitler como protesta por la persecución a la que estaban siendo sometidos los testigos de Jehová en Alemania. El 7 de octubre de 1934 los Testigos de 50 países enviaron telegramas de este tipo a Hitler, lo que le enfureció mucho.

      —Pero, ¿quién se cree que es? ¿Un dios? —le decía uno a otro.

      —Es una simple marioneta en manos de los demonios —respondía el otro.

      —Se considera el salvador de Alemania, el Heiland. Y sólo es un gusano.

      —Un gusano dañino y podrido.

      —Gana una batalla tras otra.

      —Sí, pero nunca vencerá a los testigos de Jehová.

      —La información que sacamos de este libro es muy importante. Nos ayudará a ser cautos como serpientes, pero inocentes como palomas —concordaron los dos hombres.

      Cuando los Koehl se marcharon, dejaron a sus espaldas el aroma de su barbería. Pero también dejaron un inmenso vacío. De algún modo sentía que ahora tenía otro par de padres.

      ♠♠♠

      Regresé a Bergenbach con la tía Eugenie, que había decidido no volver a pisar nuestro piso nunca más. Empecé a darme cuenta de que la abuela me trataba de manera muy diferente a Angele. A mí me hacía trabajar.

      —Ya eres suficientemente mayorcita como para bajar al pueblo a por dos hogazas de pan.

      Saltando alegremente colina abajo, me preguntaba si me habrían salido alas invisibles.

      Por extraño que parezca, la gente del pueblo se ponía a susurrar cuando pasaba por su lado.

      —¿No es muy pequeña? ¿Demasiado pequeña?

      Mi prima sí que era pequeña, casi dos meses menor que yo. Yo había crecido de la noche a la mañana como las setas, y mi abuela se había dado cuenta, y también las vacas. Tenía que llevarlas a los pastos. Me gustaba el sonido de sus diferentes cencerros. Las vacas se daban cuenta de que yo ya no era una niña. ¿Por qué


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