Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


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      Mar asintió de nuevo.

      —Claro. No ha podido desaparecer, así como así.

      John Everton respiró hondo.

      —Mar, te pediría que no dijeras nada a tus compañeros. Si contacta contigo en algún momento, da igual la hora que sea, me llamas. —Cogió una tarjeta de visita del montón que tenía al lado del ordenador y la dejó sobre la mesa—. Esta es mi tarjeta. Por favor, no dudes en llamarme.

      Ella cogió la tarjeta y se la quedó entre las manos.

      —Usted haga lo mismo.

      John Everton asintió mientras la miraba con zozobra.

      —No hace falta que ahora vayas a trabajar. Tómate un descanso.

      Mar suspiró.

      —Gracias.

      Se levantó y salió del despacho. Acto seguido, mientras caminaba por el pasillo, sacó el móvil y volvió a llamar a Brian. Por segunda vez, saltó el buzón de voz.

      «¿Dónde estás?», se desesperó.

      Intentó autoconvencerse de que todo aquello era un malentendido; pero ese pensamiento duró tan solo unas décimas de segundo.

      Una ola de pesimismo golpeó de frente a su ingenuidad.

      Una hora más tarde, agentes del grupo de investigación de la comisaría de El Prat se presentaron en Everton Quality. Tomaron declaración a los dos vigilantes, a la auxiliar de servicios y a John Everton; además de a todas las personas que estuvieron ayer trabajando en el turno de tarde. En este caso, hablaron con el personal de todos los departamentos, menos con el de Producción, ya que los operarios que estuvieron trabajando en el momento de la desaparición de Brian pertenecían al turno de tarde.

      Los investigadores analizaron las pruebas facilitadas por el equipo de seguridad y descubrieron que la última persona que habló con Brian no era el responsable de Jannet, la empresa de limpieza, sino un trabajador de Everton Quality. Se llamaba Carlos Vidal. El tipo llamó desde su teléfono móvil con número oculto; sin embargo, no contó con un detalle importante: Everton Quality disponía de Identificador de Llamadas; incluso, la conversación estaba grabada. En ella, para sorpresa de los investigadores, se escuchó perfectamente cómo el hombre amenazaba a Brian durante los siete minutos y cuarenta y siete segundos que duró la llamada. En un momento de euforia, el cabo del grupo de investigación dijo:

      —Este caso es uno de los más fáciles a los que me he enfrentado.

      Diego Carrasco habló con el inspector de la Unidad de Investigación de la comisaría de El Prat y pidió «entrevistarse» personalmente con Carlos Vidal.

      Raquel se levantó del sofá como un resorte, cuando vio a Xavi entrar por la puerta. Él se quedó allí, de pie, inmóvil. Tenía los ojos vidriosos y el labio inferior le temblaba. Algo no iba bien y ella se dio cuenta enseguida.

      —Cariño, ¿qué te ocurre?

      Pero Xavi no contestó. No pudo. No tenía fuerzas. No fue capaz de articular una sola palabra. Cerró la puerta y caminó lentamente, como alma en pena, hacia donde estaba ella. Entonces, se echó a llorar, desconsoladamente, como si de un niño pequeño se tratara, al haberse roto su juguete preferido.

      Raquel no pudo evitar conmoverse al verlo sollozar y derramar lágrimas, de ese modo tan sufrido.

      —¿Por qué lloras? —preguntó.

      Xavi, cabizbajo, continuó llorando. Hizo el ademán de abrir la boca, pero no dijo nada. Ella le cogió las manos, para intentar tranquilizarle. Más tarde, consiguió que se sentara en el sofá.

      Una vez sentado, Xavi incorporó el cuerpo hacia delante, apoyó los codos sobre las piernas y su cabeza se posó encima de sus manos, quedando su rostro mirando hacia el suelo. Raquel colocó la mano sobre la cabeza de Xavi, para que sintiera su calor y su apoyo. En ningún momento habló. Solo se limitó a aguardar, pacientemente, hasta que él estuviese listo para hacerle partícipe de lo que había ocurrido.

      Pasados unos minutos, Xavi recobró la compostura y se sentó correctamente. Raquel lo miraba, con absoluta dedicación.

      —No ha sido mi mejor día —comenzó diciendo Xavi. Cogió aire y lo soltó lentamente—. Siento haberte asustado de esta manera. —Hizo una larga pausa antes de continuar—. Marek quiere que colabore en el secuestro de una persona.

      La situación superó a Raquel por completo y provocó que se llevase la mano a la boca.

      —Me ha dicho que no tengo alternativa —prosiguió—. Eso significa que, si no lo hago, es capaz de hacerte daño. Y no podría soportar que te ocurriese nada. Pero lo que me pide está mal. —Se quedó un momento en silencio—. Me encuentro en un callejón sin salida, porque, haga lo que haga, estoy vendido.

      Raquel se quedó anonadada, no sabía qué decir ni qué hacer para ayudarle.

      —¿Cómo puedo salir de ésta sin que nadie resulte herido? —se preguntó en voz alta.

      Después de permanecer un rato callada, Raquel intervino y dio su opinión.

      —Bueno... sabes que siempre me he mantenido al margen de tus negocios con Artur, pero creo que a lo mejor es el momento adecuado de replantearte si lo que has hecho hasta ahora merece la pena.

      Xavi la miró fijamente.

      —Entiendo lo que tratas de decirme, pero todavía le debemos bastante dinero de la última mercancía que recibimos; primero, tendríamos que vender todo para poder pagarle; además, no es tan fácil abandonar este mundo, así como así. Ahora mismo, no puedo hacerlo; es imposible.

      Al escuchar estas palabras, Raquel se movió y se sentó encima de él, quedando sus rodillas apoyadas en el sofá y el rostro a escasos centímetros de él. Xavi la tomó de la cintura. Ella le rodeó el cuello con las manos. Por unos momentos, se miraron a los ojos. Entonces, Raquel dijo:

      —Tendrás que pensar muy bien lo que haces desde este mismo momento: quiero que seas el padre de mis hijos.

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