Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


Скачать книгу
hay una primera vez para todo, ¿verdad?

      Mar se acercó a él, Brian se inclinó y se besaron en los labios.

      —Voy al lavabo —dijo ella—. Dame cinco minutos.

      Cuando salió vio a Brian sentado en el borde de la cama. Dejó el neceser encima de la mesa. Se había cambiado de camiseta y braguitas, y se había puesto los tejanos rojos que llevaba cuando se conocieron por primera vez. En cuanto se dio la vuelta, Brian estaba de pie junto a ella.

      Se miraron a los ojos durante unos segundos y, acto seguido, empezaron a besarse apasionadamente. Al cabo de unos minutos, Brian la cambió de postura, de espaldas a él. Metió las manos en el interior de la camiseta y subió lentamente, notando el tacto de su piel, rozando su vientre plano, hasta llegar a tocarle los senos. Enseguida se dio cuenta de la generosidad de sus dimensiones. Ella, por un momento no entendió su atrevimiento, pero a medida que la tocaba se iba calentando más y más. Empezaba a fantasear, a dar rienda suelta a su imaginación, a dejarse llevar, a disfrutar del momento.

      Brian le quitó la camiseta y la dejó caer al suelo. Después, con un hábil y sutil movimiento de los dedos, se deshizo del sujetador.

      Ella se dio la vuelta y sonrió de placer.

      Él observó sus pechos con deseo.

      —Oh, Brian... —estaba muy excitada. No podía dejar de sonreír.

      Hicieron el amor con verdadera lujuria, mientras él la susurraba al oído y le daba suaves mordiscos en la oreja.

      A la mañana siguiente, en el despacho de John Everton.

      —Óliver ha comprado las acciones de Gabriel —dijo—. Ayer se reunió con uno de sus hermanos y materializó el acuerdo. Es oficial. Ahora mismo, Óliver cuenta con una participación directa del 49% de Everton Quality.

      Brian sintió una gran crispación al enterarse de aquella noticia.

      —¡Te lo dije! —exclamó Brian, señalándole con el dedo.

      —Lo sé. Pero no he podido hacer nada para evitar que se produjera ese encuentro.

      —Ya...

      —La muerte de Gabriel ha sido... me ha dejado en fuera de juego. Quería esperar un par de semanas para tratar el tema con sus hermanos. Sé que hubiese llegado a un buen acuerdo con ellos. —Se quedó callado unos instantes—. Conozco a la familia de Gabriel desde antes de que tú nacieras. Por eso he creído conveniente que tenía que darles cierto margen y dejar que pasaran el duelo en la intimidad.

      —Pues Óliver no ha perdido el tiempo. De hecho, ha actuado con tremenda rapidez.

      —Sí —dijo John Everton, asintiendo con la cabeza—. Así es. Pero desde un punto de vista legal, no podemos reprocharle nada. Ha realizado una transacción económica que le reportará grandes beneficios en el futuro; ¡punto! Mal que nos pese, es libre de actuar como mejor le convenga.

      Brian le miró, sin estar muy convencido.

      —¿Eso es lo que realmente piensas?

      —Todavía soy el accionista mayoritario de Everton Quality —manifestó el señor Everton—. Que no se te olvide.

      —No lo hago —replicó Brian—. Lo que sí es cierto es que Óliver está resultando ser un gran estratega. Primero, se adueñó del Departamento Comercial, tu departamento; ese al que ni siquiera pude optar de ninguna de las maneras —esto último lo dijo con un tono celoso, que no pudo evitar mostrar delante de su padre—, poniendo patas arriba la gestión que realizaste durante tantos y tantos años. Poco después, Gabriel y tú le disteis plenos poderes, convirtiéndolo en el administrador único de la compañía. Esto significa que, en cualquier momento, podría tomar decisiones unilaterales, sin tener en cuenta la intercesión de ninguno de nosotros. En definitiva, papá, las decisiones más importantes serán tomadas y ejecutadas exclusivamente por él, relegándonos a un segundo plano. La realidad es cruda, pero es la que es. Si no actúa fuera de lo que estipula la ley, será muy difícil cesarle del cargo.

      John Everton miró seriamente a su hijo.

      —Esta tarde tengo una reunión con él. Supongo que querrá explicarme los últimos acontecimientos. En el hipotético caso de que no haga mención alguna a la compra de las acciones de Gabriel, créeme si te digo que no lo voy a pasar por alto. De igual modo, si deseas estar presente, ya sabes que siempre puedes venir.

      Brian negó con la cabeza.

      —Esta vez voy a pasar. Prefiero mantenerme al margen. Al fin y al cabo, legalmente no pertenezco a la Junta General de Accionistas, ya que no poseo ni una sola acción de la empresa.

      —Tu opinión siempre la he tenido en cuenta.

      —Últimamente, no está siendo así, papá. En los últimos meses, ha habido demasiados cambios, demasiadas presiones. Por si fuera poco, hemos firmado un convenio colectivo en el que no estábamos de acuerdo. Y todo, para contentar a Óliver.

      John Everton negó con rotundidad.

      —Todo para evitar que los sindicatos convocasen una huelga y parasen la producción, que es muy diferente. ¿O hubieses estado dispuesto a correr ese riesgo? ¿Lo estarías ahora? ¿Sabes lo que supondría para nosotros si eso ocurriese?

      —Perderíamos dinero.

      —Perderíamos mucho dinero —le corrigió—. Cada asiento que no sale de nuestro Departamento de Producción supone un gran lastre a la hora de ser puntuales en la entrega. Imagínate un parón de 24 horas, el equivalente a tres turnos sin producir un solo asiento —inspiró profundamente y soltó el aire muy despacio—. No, sería muy difícil poder llevar la situación. Han pasado cuatro meses y, de momento, Óliver está gestionando bien el funcionamiento de la empresa. Hoy en día, puedo decir que hicimos bien en llegar a un acuerdo.

      —¿Y qué me dices sobre lo de captar a nuevos clientes?

      —De momento, ese proyecto está en proceso. Y todo proyecto se ha de apoyar en unas directrices a seguir. Como te he dicho antes, esta tarde me reúno con él. Veamos lo que tiene que decir. Si trae algo interesante y positivo para el crecimiento de Everton Quality, por supuesto que lo tendré en cuenta. Y espero que tú también hagas lo mismo. —Hizo una pequeña pausa y añadió—: Puede que me haya equivocado en trabajar para una sola empresa.

      —¿Eso crees? Hasta ahora nos ha ido bien con Neissy.

      —Cierto —admitió John Everton—. Pero, cuando te enfrentas a otro proveedor que ofrece lo mismo que tú a menor precio, la cosa cambia. Por suerte, Neissy no solo ha tenido en cuenta ese detalle. En este caso, ha primado la confianza que tiene depositada en nosotros, por encima de todo. Una confianza que nos la hemos ganado a pulso a lo largo de todos estos años, aunque hay algo que me tiene mosqueado desde hace un tiempo.

      —¿El qué?

      —Que tardasen tanto en decidirse. Nuestra fábrica, geográficamente, está ubicada a menos de ochocientos metros de la suya. Y, aun así, se les pasó por la cabeza la posibilidad de cambiar a un proveedor de Marruecos.

      Brian tragó saliva.

      —No quiero ni imaginarme lo que hubiera pasado —manifestó.

      —Pues que hubiéramos tenido que cerrar —dijo su padre sin tapujos—. Quizás, ahora no, pero probablemente sí, dentro de un par de años. Es por esto por lo que no veo tan disparatada la idea de Óliver.

      Brian odiaba a Óliver y todo lo que estuviera relacionado con su persona, hasta las propuestas que salían, de vez en cuando, por su boca; aunque dichas propuestas fuesen positivas para Everton Quality. Era indiferente. La cuestión estaba en hacerle la puñeta de cualquier forma. No soportaba que fuese más inteligente que él. No entendía que ahora llevase la voz cantante ni que su padre le hiciera más caso a él, que a su propio hijo.

      Pensó,


Скачать книгу