Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


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comunicaba con el exterior de la calle. Constaba de cocina americana, suelos de parqué y calefacción. La habitación más pequeña era usada a modo de despacho. En el centro, había una mesa rectangular de roble macizo, en la que había un cenicero en forma de hoja de marihuana, dos calculadoras, un paquete abierto de 500 hojas de DIN A4 y una bolsa transparente, repleta de bolígrafos azules.

      Los dos amigos coincidieron en la etapa de secundaria, a la edad de catorce años. En esa época, Xavi era un chico deportista que jugaba en el equipo de fútbol del barrio, no fumaba tabaco y, por supuesto, nunca había visto a nadie liarse un porro. Era inteligente, aunque no de los más brillantes de la clase, y sus notas rondaban entre bien y notable. Por su parte, Artur estudiaba en la clase de al lado, odiaba a rabiar la asignatura de educación física —siempre la suspendía— y era considerado como el empollón del curso. A decir verdad, no se esforzaba demasiado en clase porque le aburría, pero los exámenes siempre los bordaba con excelentes resultados.

      Con el paso de los años, Xavi decidió estudiar formación profesional y Artur fue a la universidad, aunque empezaron a frecuentar las calles más de la cuenta y a juntarse con “personas poco recomendables”. Jamás robaron ni agredieron a nadie, como sí otros conocidos suyos, que únicamente dedicaban su tiempo a hacer el gamberro. En determinado momento, se dieron cuenta de que no tenían nada que ver con esa gente y desaparecieron del barrio.

      A Ánder Bas, un camello de cierta relevancia del distrito de Les Corts, lo conocieron en una discoteca situada en el Paseo Marítimo de Barcelona. Xavi congenió con él a las mil maravillas; con Artur fue diferente y no hubo mucho feeling. Además, Artur, desde muy pequeño, había demostrado un comportamiento antisocial, y puede que eso influyera un poco. De vez en cuando, saltaban chispas entre ellos y Xavi tenía que hacer de mediador para evitar males mayores. Y es que, Ánder Bas era un provocador como la copa de un pino; en repetidas ocasiones, invitaba a Xavi a cubalibres y a Artur lo dejaba en la estacada; y cada fin de semana, inscribía a Xavi en su lista VIP, para que pudiese acceder a las mejores discotecas de la ciudad y se «olvidaba» de Artur.

      Aunque para los negocios era otro cantar.

      Cuando pasó el tiempo suficiente, Ánder Bas les propuso sacarse un dinero extra a cambio de que vendieran hachís para él. Ellos se miraron y aceptaron en cuestión de segundos. Comenzaron con medio kilo, para ver qué tal se desenvolvían, y demostraron predisposición para vender el material en muy poco tiempo. Ánder Bas se alegró enormemente y, sin dudar un solo instante, decidió apostar por ellos.

      Quizás, si Ánder Bas lo hubiese sabido, no les hubiera dejado tanta autonomía; pero eran tan efectivos, que hubiese sido un completo imbécil si dejaba escapar la oportunidad de enriquecerse todavía más. Ante los suyos no quiso reconocerlo, pero en el fondo lo vio venir. Siempre ocurría lo mismo. Cuando alguien destacaba por encima del resto y tenía carisma, automáticamente se convertía en un problema.

      Por desgracia para él, Marek, el jefe de la organización, quiso conocer a Xavi García. Se trataba de un hecho insólito: nunca mantenía contacto con ningún colaborador externo de bajo nivel. Sin duda, había visto algo en Xavi García que no había visto en otros, y eso no le inspiraba ninguna confianza.

      Xavi acudió a la cita una semana más tarde.

      Cuatro Plantas1 estaba situado en el distrito de Sants-Montjuïc. El suburbio donde vivía aquel tipo era, prácticamente, una recta de casi dos kilómetros, y solo tenía un supermercado que abastecía a todos sus habitantes. No había tiendas, restaurantes ni ningún otro negocio para que su gente pudiese prosperar. Únicamente, se había permitido montar un bar y un taller mecánico, y era propiedad de una sola familia.

      El barrio estaba mal iluminado y no porque careciese de farolas, sino porque la mayoría de ellas estaban rotas o no disponían de bombillas. De día no era problema, pero de noche era otra historia; si los habitantes no se desplazaban con una linterna, difícilmente podían gozar de una pizca de visibilidad. La escuela estaba casi al final del barrio y solo impartía clases de primaria, en un triste y decepcionante barracón. Los niños que pasaban a estudiar secundaria tenían que dirigirse a los centros del barrio de al lado.

      Marek era considerado por muchos como uno de los personajes más temidos de la Ciudad Condal. Xavi había oído historias sobre él, como que una vez secuestró a un tío porque le debía dinero. Según las malas lenguas, hasta que no le pagó, decidió quedarse con él y con su coche, día y noche, durante toda una larga semana. Al final, abonó la deuda, pero, con el tiempo, nada más se volvió a saber del tipo ni tampoco de su coche.

      Decían que era un tipo que se enfadaba con suma facilidad y que no dudaba en sacar el arma a la primera de cambio. De hecho, en una ocasión, uno de sus matones le avisó de que un hombre le había quitado el aparcamiento (que no era suyo, por cierto). Bajó las escaleras pistola en mano, lleno de rabia, mientras el pobre hombre cerraba su vehículo. En cuanto le vio, el hombre entendió que mejor aparcaría en otro lado. Volvió a meterse dentro, encendió el motor y se alejó de allí a toda prisa.

      Aunque Xavi no tuvo que comprobar su «mal genio».

      Marek le abrió las puertas de su casa y se pasó regalándole los oídos casi las dos horas que duró el encuentro. Con un estilo facineroso, a lo cine de gánsteres, le remarcó que el trabajo bien hecho sería recompensado. Xavi asintió con la cabeza, mientras lo miraba intimidado, con verdadero respeto.

      A partir de aquel día, se convirtió en su protegido. Los primeros meses, Xavi y Artur tuvieron que trabajar a destajo, para demostrar de lo que eran capaces. Por suerte, ambos se defendieron bastante bien.

      Ánder Bas tuvo que aceptarlo, pero no estaba conforme con aquella situación. Para colmo, su peso en la organización fue disminuyendo paulatinamente mientras veía cómo Xavi y su amigo se llevaban todos los honores. La rabia lo consumía por dentro.

      Tres semanas más tarde de la reunión de la Junta General de Accionistas, la cadena de montaje del nuevo modelo de Neissy ya estaba instalada en la fábrica de Everton Quality. Se trataba de dos líneas de producción de gran envergadura; la primera se encargaría de fabricar los asientos delanteros y, la segunda, un poco más reducida en tamaño, de los asientos traseros. Durante ese tiempo, se llevó a cabo el proceso de selección de personal a cargo de Brian Everton, aunque Óliver Segarra también quiso involucrarse. De ese modo, la tarea de entrevistar a los candidatos se hizo mucho más amena y eficiente.

      Óliver era consciente de que, durante muchísimo tiempo, los sindicatos habían estado detrás de un tanto por ciento de las contrataciones. Eso quería decir que tenían una larga lista de posibles candidatos y, en un momento dado, podrían entregar a la empresa los nombres de las distintas personas que querrían enchufar. Sin embargo, no veía con buenos ojos que se siguiera llevando a cabo esta práctica y decidió cortar por lo sano. La respuesta de los sindicatos fue conjunta y enérgica, pero no hubo nada que hacer. El 100% del personal fue escogido sin interferencias. Creía firmemente que restaba poder de decisión a la empresa y, bajo su criterio, no lo podía consentir. Estaba de acuerdo en que los sindicatos debían luchar por los derechos de los trabajadores. De hecho, él era el primero que velaba por sus intereses, pero cada uno tenía que conocer cuál era su sitio en la compañía. De igual manera, el proceso sería más transparente y daría las mismas oportunidades a todo el mundo que quisiera participar. No era lo mismo enviar un currículum a una empresa que estaba abierta a conocer nuevos talentos, que enviarlo a una donde sus empleados eran supuestamente escogidos a dedo.

      Los siete días siguientes, y de manera consecutiva, se lanzaron las primeras unidades de prueba. Directivos de Neissy estuvieron cada uno de esos días vigilando que el producto saliera a su gusto. Fueron días un tanto caóticos y de muchos nervios, pero, al final, dieron el visto bueno.

      Los meses de verano fueron pasando, uno tras otro. Su único hijo, Tony, de diez años, y que atesoraba un gran parecido con él, regresó a la escuela e inició quinto de primaria. Ese año, Óliver Segarra y su familia no pudieron disfrutar de las buenas vacaciones a las que estaban acostumbrados. Ciertamente, desde hacía un lustro, solían viajar a bordo


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