Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


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los presentes—. Creo que es demasiado importante como para obviarlo en esta reunión. Se trata del sueldo que estamos pagando a nuestros empleados. —Hizo una pequeña pausa, respiró hondo y prosiguió—. Bien, pues he pensado que, para reducir costes, sería necesario que los trabajadores que se incorporen en los futuros procesos de selección de Everton Quality cobren un 40% menos de salario.

      Óliver hizo un gesto categórico, que no dejaba lugar a dudas de cuál era su posición respecto a ese planteamiento y, por ello, no pudo mantener la boca cerrada.

      —¿Cómo pretendes que seamos competitivos, si pagamos a nuestros empleados sueldos insignificantes? —preguntó Óliver a Brian—. Si queremos volver a ser la referencia a nivel nacional, debemos actuar con nuestros profesionales de manera diligente y honesta.

      —Esto es un negocio —le contestó—. Nosotros buscamos obtener la máxima rentabilidad en cada una de nuestras acciones. Te guste o no, esto es así y seguirá siéndolo por el bien de la empresa.

      —Estoy en desacuerdo con tus ideas.

      —¿Por qué?

      —Dices que nosotros buscamos obtener la máxima rentabilidad. Muy bien. ¿Quieres que te muestre las cuentas de resultados de los últimos cinco años? Logramos beneficios en cada una de ellas. Por lo tanto, no contemplo ningún pretexto para bajar un cuarenta por ciento el sueldo de futuros operarios.

      —Quizá Óliver tenga razón —añadió John Everton.

      Brian frunció el ceño.

      —¿Cómo dices?

      —Es cierto que las ventas han bajado, pero hemos podido salir adelante. Además, da por hecho que, si bajásemos tanto los salarios, los sindicatos aprovecharían la oportunidad y se nos tirarían encima como hienas; créeme. Y lo peor de todo, dañaría la reputación de Everton Quality; algo que no podemos permitirnos, sin haber firmado el contrato con Neissy.

      Los cuatro se quedaron en silencio. Unos segundos después, Gabriel Radebe dijo:

      —Esta operación es muy importante, Brian. Recuerda que muchas familias dependen de nosotros.

      Óliver miró al señor Radebe con cara de auténtica incredulidad al escuchar esto último. Le pareció una tomadura de pelo que hiciera el intento de comportarse como un buen samaritano, como si le importasen de verdad las demás personas que formaban parte de Everton Quality. Así que, con la voz firme y decidida, le replicó.

      —Tenemos el 47% de la plantilla fija. Además, llevamos a cabo contratos de un año de duración a personas que, perfectamente, podrían quedarse con nosotros. ¿Y qué es lo que hacemos? Los mandamos a su casa y les volvemos a llamar en seis, a veces ocho o, incluso, diez meses. Otras personas, sin embargo, no tienen esa suerte. —Dio un pequeño sorbo a la taza antes de continuar—. ¿Por qué actuamos así? ¿Porque somos así de soberbios y no nos importa la gente lo más mínimo? No sé cómo eran las cosas antiguamente, pero desde que llegué aquí, la política de contratación es de risa.

      Después de oír estas palabras, John Everton esbozó una leve sonrisa.

      —Sí. Está todo dicho. Queda clara cuál es tu posición. Es más, en algunas cosas puede que esté de acuerdo contigo, pero así ha funcionado hasta ahora. Con esto, no quiero decir que esté en contra de los cambios; los habrá. Y quiero que seas partícipe de ellos. Además, hace años que la empresa dejó de ser solo mía. Sé que tengo que aceptarlo, Óliver, que las decisiones las tomamos entre todos, pero supongo que hasta ahora me resistía a llegar a esa parte. Escucharé tus peticiones. Es primordial que lleguemos a un acuerdo antes del fin de semana.

      —Me parece bien —dijo Óliver—. Pongámonos a ello.

      La negociación a cuatro que se mantuvo el viernes de la semana anterior, por fin había dado sus frutos. Después de estar encerrados durante varias horas en aquella amplia sala, consiguieron resolver varios puntos clave, en los que no lograban ponerse de acuerdo. Uno de ellos, era la remuneración que percibirían los nuevos trabajadores que entrasen a trabajar en las próximas semanas en Everton Quality.

      Brian Everton expuso de nuevo sus motivos, por los que creía que deberían percibir un 40% menos en su sueldo anual. Creía firmemente en lo que manifestaba. Estaba convencido de que era la mejor solución para que hubiese una mejora en la rentabilidad de la empresa.

      Sin embargo, en su pobre argumento quedó patente lo que su padre siempre había sospechado: Brian solamente tenía en la cabeza poder aumentar los ceros de su cuenta corriente. Solo pensaba en sí mismo. En vivir el aquí y el ahora. En ningún momento de su razonamiento explicó, a los allí presentes, en qué se utilizaría el recorte impuesto al total de las retribuciones de los nuevos operarios.

      Se echó en falta propuestas, ideas concretas, el deseo de invertir en I+D; y lo que resultaba todavía peor, dejó al descubierto muchas carencias y demostró un hecho que para cualquier empresario que quisiera crecer exitosamente sería insólito e imperdonable: no tenía visión de futuro.

      Ello desazonó en exceso a John Everton; en definitivas cuentas, esperaba mucho más de su hijo en la reunión.

      Óliver Segarra se mantuvo fiel a sus convicciones; mientras él estuviese en la mesa de negociación como socio de Everton Quality, jamás permitiría una bajada tan drástica del poder adquisitivo de los salarios, en el nuevo convenio. Para él, era una evidente vuelta atrás respecto a los derechos laborales. Además, creía que las cosas se podían hacer de un modo distinto y que ser tan radical no resultaría fructífero ni productivo, a medio y largo plazo. Por no decir que los sindicatos pondrían el grito en el cielo, nada más enterarse de semejante propuesta.

      Durante el transcurso de la resolución del conflicto, Óliver tuvo que aguantar de Brian lindezas como: «¿Y tú quién eres para opinar de los derechos de los trabajadores?», «Sería increíble que alguien que vive en un ático de ensueño nos dé lecciones de moralidad», «No estoy por la labor de tomar en serio a una persona que piensa antes en los intereses de los trabajadores, que en los de su propia empresa» o «Ya solo hace falta que te asocies directamente con los sindicatos y te unas a su causa».

      El ataque a la yugular de Brian hacia Óliver puso de relieve la mala relación que había entre los dos y, asimismo, dejó claro que sería un hueso duro de roer.

      Aunque Óliver, claro está, sabía que, en algún momento de la embestida, Brian tendría que ceder o, por lo menos, bajar la guardia. En realidad, era contraproducente seguir por el mismo camino de despropósitos. Por eso, Óliver, en todo el proceso, demostró tener una gran entereza y saber estar e hizo saber, no solo a Brian, sino a John Everton y a Gabriel Radebe, que él estaba exclusivamente para llegar a un acuerdo que satisficiera a todas las partes.

      Así que, en lugar de dejar en ridículo a Brian o aprovecharse de su falta de experiencia e instrucción, Óliver mostró su mejor cara y le pidió, amablemente, que justificase con datos objetivos las razones por las que querría llevar a cabo un cambio tan riguroso del actual convenio colectivo.

      Pero Brian no dio, en ningún momento, con la tecla adecuada.

      John Everton, de la manera menos traumática posible, no tuvo más remedio que pedir a su hijo que mantuviera la boca cerrada. Sabía de la importancia que tenía para él esta reunión, pero su inmadurez acarrearía graves resultados para el bienestar de sus intereses. Y no podía dejar que eso sucediera.

      Gabriel Radebe se alineó con Óliver por primera vez, desde que éste aterrizara en Everton Quality. Entendió que el tiempo apremiaba y que las consecuencias por no llegar a un acuerdo podían ser catastróficas para el futuro de la empresa. Por supuesto, intentó expresarse de la mejor manera posible; no quiso sonar desafiante ni tampoco provocar que se alborotase, de nuevo, el gallinero.

      Tras unos momentos de desconcierto, John Everton miró a Óliver y le pidió su opinión sobre lo que había pensado.

      —En este caso, creo que es visible la mala sintonía existente entre Brian y yo.


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