Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


Скачать книгу
como lo sé yo. A la gente hay que tratarla con respeto y no ofrecerle las migajas, porque éstas podrían desmenuzarse y estallar ante nuestras propias narices.

      —¿A dónde quieres llegar? —preguntó John Everton.

      —Como he podido comprobar a lo largo de la reunión, no vamos a ir a ninguna parte si no planteamos juntos una reducción efectiva de los salarios encima de la mesa. Por lo tanto, el acuerdo al que lleguemos con los sindicatos integrará dicha reducción, en la nueva escala salarial, pero no de un 40%.

      Se hizo un leve silencio.

      —¿Y de qué porcentaje estaríamos hablando? —preguntó Gabriel Radebe.

      —De un 17% —respondió Óliver.

      —Esa cantidad la veo más acorde para empezar a negociar con ellos —manifestó John Everton—. ¿No crees, Brian?

      Pero Brian miró hacia otro lado.

      —El 30% de los trabajadores fijos en plantilla supera los 60 años —puntualizó Óliver—. Es un dato más que interesante, teniendo en cuenta la cantidad de jóvenes operarios que han pasado por nuestras instalaciones durante todo este tiempo y han tenido que marcharse. Al fin y al cabo, en la actualidad, solo contamos con un fiel cliente, ¿verdad?

      John Everton le miró con gesto serio, pero guardó silencio.

      —En mi humilde opinión, debemos dejar de ser tan retraídos y volver a ponernos en el mercado. Es inaudito que, hoy por hoy, solo elaboremos los asientos de automóvil de un único fabricante. Durante los últimos seis meses, hemos estado con la soga al cuello, esperando a que Neissy resolviese el concurso de manera favorable a Everton Quality. Esta vez ha sido así; pero podría haberse dado de un modo completamente distinto. —Se terminó el café con leche que restaba en la taza y dijo en tono resuelto—: Es el momento idóneo para captar a nuevos clientes. Y me ofrezco voluntario para llevar las riendas del Departamento Comercial. Para ello, necesito tener plenos poderes para poder trabajar en una reestructuración de la empresa, cuando sea el momento oportuno.

      —¿Cuál sería el siguiente paso? —preguntó John Everton.

      —Creo que, en el fondo, siempre lo has sabido, John. Cuando tengamos todo listo y comencemos a producir en masa, calculo que será dentro de unos tres meses, tendrás que mantener una reunión con los altos mandatarios de Neissy y hacerles comprender que necesitamos abrirnos al mundo. Quiero que los sindicatos tengan en cuenta, en el plan de viabilidad que les presentemos, nuestro compromiso de contactar con otros fabricantes y ofrecerles nuestros servicios. Después de tantos años volando solos, es nuestra obligación.

      —¿Y si te dijera que no aceptamos tu propuesta? —dijo John Everton—. Personalmente, no apruebo la imposición con respecto a que tengamos que cederte el mando de la empresa; aunque sí podría discutir contigo la posibilidad de que seas el nuevo jefe del departamento que, hasta ahora, he dirigido yo. Por otro lado, creo que es necesario esperar hasta el año que viene, para comunicar a ambas partes la pretensión de trabajar algún día para otros fabricantes.

      Óliver notó que estaba entrando en un callejón sin salida y decidió jugarse todo a una carta.

      —Diría que no se me está tomando en serio. Si se diera el caso, aunque no deseo tener que llegar a tal extremo, convocaría una reunión extraordinaria con los representantes de los trabajadores. No estoy tan seguro de que les sentase muy bien el hecho de que Brian, en su brillante intervención, haya asegurado que se tendría que bajar el 40% del sueldo anual a futuros operarios; ni tampoco que vuestro deseo es estancar la posibilidad de incorporar a nuevos clientes en un futuro. Además, no tengo muy claro cómo afectaría a la productividad de Everton Quality; es decir, ¿hasta dónde estaríais dispuestos a llegar para seguir conservando la estabilidad en la fábrica? ¿No sería perjudicial para nuestros intereses que, en esta mesa, se decidiese continuar por el mismo camino? Piénsalo, John. Sería importante que reconsiderases tu postura.

      —¿Serías capaz de echarnos a los leones a tan solo unos días de rubricar el acuerdo con Neissy? —preguntó John Everton, con el ceño fruncido.

      —Sin que sirva de precedente —dijo Gabriel—, creo que esta vez estoy con Óliver. Como bien sabes, no podemos arruinar una operación que nos va a suponer millones, por una cuestión de egos, ni tampoco soportar una huelga a la vuelta de la esquina. Lo siento, John, pero mi decisión es firme.

      John Everton se quedó en silencio durante casi un minuto, mientras asentía con la cabeza, pensativo. Le habían asombrado las palabras de su viejo camarada. De hecho, ahora mismo se sentía como si le hubieran dado una puñalada trapera.

      —Está bien —dijo John, resignado—. Autorizaré las gestiones pertinentes para que puedas trabajar sin presiones. —Luego, miró a su hijo, pero al ver su rostro cabizbajo y enojado, prefirió no decirle ni una sola palabra—. Ahora, si me permitís. —Dio un par de golpecitos en la mesa, y luego, sin más preámbulos, se levantó de la silla y abandonó la sala.

      Obviamente, Óliver sabía que le había golpeado donde más le dolía. Pero fue necesario dar un golpe de efecto, para poder reconducir la tensa situación y llevarla al punto que más le interesaba. ¿Hubiera sido capaz de concertar una cita con los sindicatos a espaldas de los demás socios? Seguramente no hubiese tenido el valor.

      Por suerte para él, no tuvo que comprobarlo.

      Este tanto tenía marcado su nombre.

      Brian Everton salió de su despacho y avanzó por el Departamento de Recursos Humanos a paso ligero. Ni siquiera se paró a saludar a los empleados que se encontraban allí trabajando. Salió del departamento y caminó escaleras arriba para reunirse con su padre. Estaba furioso. Realmente furioso.

      Todavía no se le había borrado de la cabeza la humillación sufrida a manos de Óliver. Se sintió ridículo, utilizado como un puto sparring. Para colmo, la negociación resultó ser un tremendo fiasco de principio a fin. Lo peor para él fue la poca resistencia que ofreció su padre contra las malas artes de Óliver. ¿Por qué no se rebeló? ¿Influyó tanto la decisión de Gabriel? Resultaba patente que necesitaba respuestas.

      Brian entró dando un portazo.

      —¿Qué ocurre, Brian? —preguntó John Everton, al ver entrar a su hijo de esa manera.

      —Lo sabes perfectamente.

      —Si vienes a pedirme explicaciones sobre lo que pasó en la reunión, ya dije lo que pensaba.

      —¿Vas a permitir que se salga con la suya? —preguntó Brian, en un tono enfadado.

      —Es mejor esperar, hijo.

      —¿Esperar? No podemos permitirnos el lujo de que Óliver gane terreno de esta manera. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Venderle parte de nuestras acciones para que pueda tener una participación superior a la nuestra? ¡Hay que hacer algo!

      —Ahora mismo no podemos mover ni un dedo. Sé que es difícil para ti, Brian, pero debes comprender lo que está sucediendo.

      Brian tragó saliva.

      —No hay nada que comprender —dijo—. Es tu decisión, pero espero que no tengamos que arrepentirnos dentro de un tiempo.

      —A mí tampoco me gusta todo esto. Óliver ha sabido jugar bien sus cartas, y Gabriel se ha puesto de su parte. Supongo que lo ha hecho porque ha entendido que era lo mejor para la empresa. No puede haber otra explicación. Aunque nunca me lo hubiese esperado de él. Gabriel y yo siempre hemos tomado las decisiones conjuntamente. Esta vez también contaba con su apoyo. En fin, tendré que resignarme y mirar para otro lado. Cuando anunciemos la producción del nuevo modelo junto a Neissy, me gustaría que seas tú, en nombre de Everton Quality, el que se encargue de la presentación y se haga las fotos de rigor junto a ellos. No quiero exponerme en público. ¿Me harás ese favor?

      Brian asintió con la cabeza.

      Xavi


Скачать книгу