Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez


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de manga larga de color verde.

      —Acaba de llamarme Marek —contestó, mientras se ponía el tejano.

      —¿Ahora? Si son las ocho de la mañana. ¿Qué quiere este hombre tan temprano?

      —No lo sé. Lo único que me ha dicho es que vaya allí cuanto antes. Le he notado disgustado.

      —¿Por qué?

      —No tengo ni la más remota idea —reconoció. Luego, hizo una inspección ocular alrededor del cuarto, como si estuviese buscando algo—. ¿Has visto mis zapatos?

      Ella torció el gesto.

      —¿Vas a irte sin tomar el desayuno? —le contestó con otra pregunta.

      Xavi la miró y se encogió de hombros.

      —¿Qué otra cosa puedo hacer?

      —Desayunar —respondió ella, con seriedad.

      —No puedo —dijo contrariado—. ¿Has visto mis zapatos? —Volvió a preguntar—. No los encuentro por ningún lado.

      Raquel se agachó, se puso de rodillas y miró debajo de la cama; se levantó con los zapatos en la mano.

      —Aquí tienes.

      Xavi los cogió, se sentó en el borde de la cama y, sin perder más tiempo, se calzó los pies.

      —No me gusta que te vayas sin desayunar.

      Xavi se puso en pie, se acercó a ella y la abrazó. Ella hizo lo propio. Después, aún cogidos, sus cuerpos se separaron un poco y él manifestó:

      —A mí tampoco me gusta tener que marcharme de sopetón y dejarte sola.

      Continuaron abrazados durante unos pocos segundos más y se besaron.

      —Comeré algo en cuanto pueda parar y descansar. Te lo prometo.

      —Más te vale —le presionó cariñosamente—. Hablando de comer, parece ser que tendré que bajar yo sola al supermercado a comprar la comida de toda la semana. —Dijo resignada y con una leve sonrisa.

      —Creo que esta vez sí —contestó Xavi.

      De inmediato, volvió a besarla. A continuación, cogió la parka marrón que estaba colgada dentro del armario y se la puso. Raquel, por su parte, no podía evitar mirarle con preocupación.

      —Ten mucho cuidado.

      Xavi asintió y se marchó de su casa rumbo a Cuatro Plantas, sin tener conocimiento alguno de por qué se requería de sus servicios, de manera tan súbita e inesperada.

      A las diez de la mañana, John Everton entró con su BMW Serie 5 en el complejo industrial de Everton Quality.

      Había dos vigilantes en el interior de la garita de seguridad en ese mismo momento. Ambos permanecían sentados en sus respectivos puestos. Cuando se percataron de su presencia, el vigilante que estaba más cerca de la puerta se levantó de su asiento y salió a recibirle.

      John Everton al verlo, paró el coche y bajó la ventanilla del copiloto.

      —Buenos días, señor Everton —dijo el vigilante.

      John Everton le devolvió el saludo.

      —Tengo que hablar con usted. ¿Le importaría salir de su coche? —el vigilante se mostró muy serio.

      —¿No me lo puedes decir desde ahí fuera?

      —No, señor.

      Al observar la expresión tan seria de su rostro, John Everton decidió acceder a su pretensión.

      —Está bien, ahora salgo —dijo, un poco incómodo. Bajó del BMW y se acercó hasta él—. ¿Qué hay de nuevo?

      —El vehículo de su hijo no ha salido del recinto esta noche.

      —¿Cómo que no ha salido del recinto? —preguntó John Everton con extrañeza—. ¿A qué te refieres?

      —Pues que todavía sigue estacionado en su plaza.

      —¿Y Brian...?

      —No lo hemos visto. De hecho, ningún trabajador lo ha visto. Hemos preguntado en el Departamento de Producción y nos han dicho que Brian, ayer, no pasó por allí en todo el día. La última persona en fichar de Recursos Humanos asegura que Brian estaba en su despacho cuando ella terminó su jornada a las seis de la tarde. El resto de los departamentos tampoco tienen constancia de su presencia.

      —¿Las cámaras? ¿Podemos ver las cámaras que enfocan en la zona de los directivos?

      —La cámara que en teoría debe grabar hacia ese objetivo, no funciona.

      —¡Maldita sea! ¿Puedes explicarme para qué coño estoy pagando un servicio de seguridad, si hay cámaras de videovigilancia que están estropeadas?

      —Pues, yo...

      —¿Por qué no me habéis avisado antes de su desaparición?

      —Bueno, hemos pensado que su hijo volvería durante el transcurso de la noche y...

      —Pues ya ves que no está aquí. ¿No habéis aprendido nada de la muerte de Gabriel?

      —Lo siento, señor. ¿Quiere qué avisemos a los Mossos d’Esquadra?

      —No, no llaméis a nadie. Toma. —Le entregó las llaves del BMW. El vigilante las cogió, sorprendido—. Apárcame el coche y buscad una imagen donde aparezca mi hijo.

      Sin esperar una contestación, se alejó caminando a grandes zancadas hasta la puerta principal.

      Mientras subía las escaleras, a toda prisa, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta e hizo una llamada.

      —Inspector Carrasco —respondió.

      —Diego, soy yo —dijo con nerviosismo.

      Enseguida se dio cuenta de quién era la persona que estaba al otro lado de la línea.

      —Sabes que no podemos hablar... y menos por teléfono. Quedamos en eso hace mucho tiempo, ¿ya no te acuerdas?

      —Sí.

      —¿Y entonces? Debería colgarte ahora mismo.

      —No me cuelgues, te lo ruego.

      —¿Por qué no?

      —Porque han secuestrado a mi hijo.

      Diego Carrasco frunció el ceño.

      —¿Cómo has dicho?

      —Han secuestrado a Brian.

      —¿Estás seguro de lo que estás diciendo?

      —Sí.

      —¿Has avisado a emergencias?

      —Todavía, no. Quería hablar contigo primero. Sé que estás supervisando personalmente la investigación, para esclarecer cuanto antes el asesinato de Gabriel.

      —Así es. ¿Cuándo ha ocurrido?

      —No tengo ni idea. Supongo que ayer por la tarde. Cuando he llegado esta mañana, el vigilante de seguridad me ha dicho que el coche de Brian no se ha movido de aquí en toda la noche. Tampoco lo han visto salir por la puerta.

      —¿Cabe la posibilidad de que se haya ido con alguien de la empresa? Puede que Brian tenga alguna amiga especial y que, simplemente, esté con ella ahora mismo.

      —Conozco muy bien a mi hijo. Nunca se iría de aquí sin su coche.

      —¿Qué hay de las cámaras de videovigilancia?

      —La mitad de ellas no están operativas. Y, sinceramente, no lo entiendo. Tendrían que funcionar perfectamente. No hace ni un año de la última revisión.

      Diego Carrasco notó angustia en su voz.

      —Debes


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