Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018). Carlos Medina Gallego
conformado por el estudiantado latinoamericano: este sector social se convirtió en la punta de lanza de la nueva izquierda. Muchos de sus integrantes se vincularon, fundamentalmente, a organizaciones insurreccionales y focos guerrilleros en los años que siguieron el triunfo del ejército rebelde sobre la dictadura de Batista: algunos jóvenes intelectuales pudieron conocer de cerca la experiencia cubana, nutrirse de su entusiasmo e iniciar en sus respectivos países procesos similares, que la mayoría de veces terminaron en desalentadores fracasos.
Efectivamente, el impacto de la Revolución cubana en América Latina generó importantes procesos de organización y lucha social y política en los distintos países. Sin embargo, la forma unilateral en que la experiencia cubana fue tomada y reproducida por la izquierda, y en particular por los grupos que decidieron seguir el camino de las armas, produjo un sinnúmero de traumas al desarrollo las luchas y conflictos políticos en el interior de cada país en particular, multiplicándose las formas de violencia.
Si se acepta la tesis de que cada proceso revolucionario triunfante obedece a condiciones excepcionales que lo posibilitan, la victoria del pueblo cubano sobre el régimen de Batista servía como ejemplo, porque determinaba que las características de cada proceso particular eran, precisamente, las condiciones excepcionales que se configuran en la especificidad de cada conflicto nacional48.
Se pensó, en ese momento, que la Revolución cubana le transmitía al proceso revolucionario latinoamericano tres enseñanzas fundamentales: primera, que una fuerza político-militar relativamente pequeña, respaldada efectivamente por las masas, podría derrotar un ejército regular, equipado y entrenado por los Estados Unidos; segunda, que no bastaba llamarse a sí mismo Partido Comunista para ser realmente vanguardia de las clases populares, sino, que una organización revolucionaria que interpretara correctamente el momento histórico y se lanzara a la lucha con una táctica y una estrategia político-militar convenientemente empleada, podría colocarse al frente del pueblo y conducir el proceso revolucionario; y tercera, que no siempre era necesario que se dieran todos las condiciones objetivas que hicieran posible la victoria, sino que la misma dinámica de la lucha las iba madurando (Guevara, 1962)49.
Estas tres enseñanzas en gran medida contenían el fundamento que explicaría las actitudes y comportamientos que bien o mal caracterizaron el movimiento revolucionario de la época: la primera se prestaba para que en el desarrollo de la concepción del foco guerrillero, dadas las particulares condiciones de la lucha, afloraron las posiciones militaristas; la segunda, contenía el germen del vanguardismo revolucionario que distanció durante décadas los distintos grupos de izquierda; y la tercera generó una lectura subjetiva de las realidades nacionales, que se acomodaba más a los condiciones y necesidades de las organizaciones que a la realidad y especificidad de los conflictos, los sectores sociales y las regiones. Esto se reflejó en la dificultad que tuvieron las organizaciones armadas, entre ellas el ELN, de articular sus proyectos político-militares en sus comienzos al movimiento de masas y de imprimirle a este una dinámica transformadora.
Al referirse a los grupos que se formaron durante el periodo de impacto de la Revolución cubana, Jaime Arenas (1971) concluye que, desafortunadamente, estos no asimilaron todo el conjunto de experiencias ni se preocuparon por comprender la combinación de circunstancias y hechos que hicieron posible el triunfo del socialismo en la isla. Además, Arenas señala que se creyó, de buena fe, que bastaba un grupo alzado en armas para que el desarrollo revolucionario se produjera y el triunfo se hiciera no solo inevitable, sino inmediato. Igualmente, concluye Arenas, se confundía la incapacidad evidente de algunos partidos comunistas para dinamizar el proceso con la inutilidad de los partidos revolucionarios, llegándose a considerar que solamente eran importantes las organizaciones guerrilleras en las montañas o las unidades tácticas de combate en las ciudades, considerando secundario, y en la práctica inoficioso, el trabajo y la organización política.
En este contexto, pronto la lucha armada se convierte prácticamente en la única vía revolucionaria en la lucha por el poder y cualquier otra posibilidad cae bajo el señalamiento de reformismo. Así, la participación en la lucha electoral se desplazó a un plano reformista y el abstencionismo se convirtió en la expresión revolucionaria a través de la cual el pueblo supuestamente expresaba su inconformidad frente al régimen.
La carencia de estudios sistemáticos y científicos de la realidad latinoamericana en general, y nacional en específico, se suplió estructurando discursos políticos basados en el materialismo histórico y un presupuesto amplio de consignas “anti”, que fueron dándole a la lucha un cariz cada vez más radical: los movimientos armados se declararon antiimperialistas, antioligárquicos, antielectoreros, antireformistas e incluso anticomunistas, entendido esta última categoría como la confrontación con las tácticas y los programas de los partidos comunistas tradicionales. Pese a esto, no surgió en los distintos proyectos políticos un programa y un plan de acción que respondiera en forma inmediata a las necesidades que el conflicto social, en contextos históricos concretos, colocaba al orden del día.
Para completar este cuadro de limitaciones, una profunda escisión comenzó a producirse entre las distintas fuerzas de izquierda a raíz del conflicto chino-soviético. Los comunistas chinos, al combatir a los partidos comunistas tradicionales influenciados por la órbita soviética, alimentaron y estimularon a un crecido número de revolucionarios a avanzar en su lucha ideológica contra los métodos y las plataformas de los partidos comunistas, llegándose a producir, como en el caso colombiano, fraccionamientos importantes que dieron origen a un nuevo partido: el PCC-ML de orientación pro-china. En Colombia organizaciones como el MOEC y las Juventudes del MRL, recibieron la influencia de las tesis chinas (Arenas, 1971)50.
Durante la década del sesenta y comienzos de la siguiente, la influencia de la Revolución cubana y su solidaridad con los movimientos de liberación nacional especialmente de América Latina, así como las tesis políticas de los comunistas chinos, a pesar de representar enfoques diferentes de la lucha política por el poder, animaron a muchos sectores revolucionarios a impulsar la lucha popular, buscar nuevos métodos y formas de trabajo. Además, se intentó estructurar núcleos guerrilleros que en la ciudad y en el campo desarrollaron la lucha armada (en los enfoques insurreccional o de guerra popular prolongada), como el camino principal para la “toma del poder” (entrevista con Raimundo Cruz, Bogotá, octubre de 1990)51.
Era inevitable que en estas condiciones no se incurriera en “desviaciones”, se cometieran errores y, sobre todo, se generara una práctica política cargada de dogmas, actitudes sectarias y una buena dosis de oportunismo. La combinación de estos elementos condujo, para el caso colombiano, a que proyectos político-militares que podían haber llegado a tener gran importancia sucumbieran en las aguas de su propia dinámica como producto de sus contradicciones internas. En este periodo de impacto de la Revolución cubana fueron eliminadas las guerrillas de Tulio Bayer en el Vichada; la de Federico Arango Fonnegra en el territorio Vásquez; los intentos guerrilleros de Antonio Larrota en el sur del país y los del MOEC en Urabá y en Bolívar (Antioquia), así como los del PCC (ML) en el Valle, en la zona de San Pablo. Se produjeron un sinfín de divisiones en esta última organización que dieron origen a nuevos grupos emeeles. Finalmente, durante este periodo (1960-1965) fueron desapareciendo organizaciones como el FUAR (Frente Unido de Acción Revolucionaria), las Juventudes del MRL y el MOEC (Entrevista con Raimundo Cruz, Bogotá, 1990. Cfr. Arenas, 1971 p. 12).
Las condiciones sociales y políticas de América Latina, las que se podrían caracterizar como de marginalidad social, exclusión y represión política, representaban un terreno abonado para que el ejemplo de la Revolución cubana generara un gran impacto en cada país. Pero al impulso, consolidación o fracaso de cada proyecto revolucionario contribuyó enormemente la tradición que cada región tuviese en el desarrollo de sus propios conflictos políticos y sobre todo sus especificidades culturales. Colombia permaneció dividida políticamente desde los orígenes de la República en dos colectividades que se enfrentaron continuamente en encarnizadas guerras civiles, producto del “irreconciliable” sectarismo partidista. Su última gran confrontación había sido precisamente ese periodo de La Violencia que se extiende desde 1946 hasta el primer gobierno del Frente Nacional (1958).
Los gobiernos de hegemonía liberal, los de hegemonía conservadora, la dictadura militar