Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez
radiante en el verano y radiante en el invierno, aunque a veces se oculte detrás de las nubes, lo enfríe el hielo o la nieve y se esconda para que no lo veamos; pero está ahí, él siempre está ahí. Eso dice mi padre y mi padre es muy listo. También dice que el sol es imprescindible para las personas, para las plantas, para el agua, para todo. Cuando el sol deje de brillar, se acabará el mundo.
Hoy no es un día cualquiera. La radio ha dicho que hoy se acaba el mundo. Yo creo que es mentira porque el sol sigue brillando. No hay ninguna señal que sirva de evidencia para creer que lo que ha dicho la radio pueda ser verdad. Son solo ganas de atemorizarnos, dice mi padre.
Pero, por si fuese verdad, mi madre ha ido a rezar a la Virgen del Rosario (el cura ha dicho una misa en la ermita) y mis tíos han encentado el jamón y han preparado bocadillos para ellos y para nosotras; cosa rara porque mis tíos, y sobre todo mi abuelo, son de la virgen del puño, más agarraos que un paquete puntas.
El jamón de los marranos de mi abuelo es un jamón buenísimo. Dice mi madre, que eso es por la comida que les dan y porque mi padre tiene muy buena mano cuando mata y estaza al marrano. El secreto está en que el corte sea limpio y sangre bien el animal. Así no sufre y la carne es mejor. Sufrir, no sé si sufrirá, pero se muere bien muerto. A mí no me gusta ir a ver cómo mi padre mata a un marrano, pero me gusta comer el jamón.
Por si fuese verdad que se acaba el mundo, Mari Puri, Mari Tere, Mari Loli y yo hemos pasado la tarde juntas, merendando en nuestro rincón, debajo del anuncio de Nitrato de Chile, pensando en cómo será el fin del mundo.
—¿Se caerá el sol sobre la tierra y moriremos abrasados?
—¿Nos desintegraremos sin darnos cuenta?
—Seguro que empieza a llover y vuelve el diluvio universal. Y, claro, como no sabemos nadar...
—Pues yo creo que habrá una gran explosión y saldremos volando. A lo mejor caemos en una estrella y allí podemos seguir viviendo.
—¡Hala! Eso sí que es imposible.
Sea como sea, como no podemos hacer nada (porque el fin del mundo es cosa de personas mayores y nosotras somos muy pequeñas) es mejor que nos lo pasemos bien. Y eso es lo que estamos haciendo. Hemos hecho una obra de teatro sobre el fin del mundo. La he inventado yo sobre la marcha. En ella el mundo se termina mientras todas las personas cantan, recitan versos, se abrazan y se besan. Yo creo que esa es una manera estupenda de que se acabe el mundo.
Mari Puri dice que hoy no se acaba el mundo, se lo ha dicho su padre y debe de ser verdad. Mi hermano dice que la Guardia Civil tiene ojos en todas partes.
El Sargento tenía razón. Ha pasado hoy, mañana y pasado y no se ha acabado el mundo. Pero, como dijo mi abuelo:
—Nos hemos comido el jamón: que nos quiten lo bailao.
Todas las noches, se acabe el mundo o no se acabe, antes de ir a la cama, mi padre me da un beso y dice:
—¿Qué has aprendido hoy? Ya sabes que cada día hay que aprender algo nuevo. No te acostarás sin saber una cosa más.
—He aprendido a sumar y palabras que empiezan por “p” y por “y”...
—Eso lo has aprendido en la escuela, Pitusina, ¿pero qué has aprendido en la vida?
—Que el mundo no se acaba si el sol sigue luciendo. Que si le cortas las alas a una mosca no puede volar, pero sigue viva. Sin embargo, si la metes en un bote y cierras la tapa, sí que se muere.
—¿Has hecho tú esas barbaridades?
—No. He visto cómo lo hacía un niño. Pero no te puedo decir quién es, porque luego me canea.
—Quiero que aprendas algo más: no cortes nunca las alas a una mosca ¿te gustaría a ti que te cortasen los brazos? Sin alas, las moscas, no pueden volar y se mueren, antes o después. Vive y deja vivir.
Mi padre siempre me decía esas cosas cuando era pequeña. Ahora, que soy mayor, aunque no sea mayor del todo, me sigue diciendo cosas sorprendentes, y yo le cuento lo que aprendo en la escuela y observando lo que pasa a mi alrededor, escuchando a las personas mayores, cuando hablan sin saber que hay ropa tendida. Claro, que nunca digo a quién he escuchado. Él, aunque cuente barbaridades, nunca se enfada. Me explica por qué algo está mal o por qué está bien. Suele decir que de esa forma aprendo algo que no sé. Algo nuevo cada día. Antes, cuando era muy pequeña, y ahora que soy mayor (aunque siga siendo pequeña) mi padre siempre dice para despedirme:
—Que duermas bien. Así estarás preparada para un día lleno de aventuras y podrás aprender algo nuevo.
Mi madre, cuando yo era muy pequeña, me acompañaba hasta la alcoba. Nos arrodillábamos, delante de la cama, juntábamos las manos y rezábamos. Pero no rezábamos el Ave María o el Padre Nuestro, rezábamos rezos diferentes que parecían poemas: Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola que me perdería; Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, tómalo, tuyo es, mío no; Cuatro esquinitas, tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan. A mí me gustaba.
Luego, yo me metía en la cama y ella me arropaba, me daba un beso y decía:
—Que sueñes con los angelitos y que mañana seas una niña buena y bondadosa.
Hace ya varios años que mi madre no reza conmigo. Dijo que ya era mayor, tenía que irme sola a la cama y como iba a catequesis (por eso de la primera comunión) tenía que rezar el Padre Nuestro y el Ave María. Pero, aunque ella no lo sepa, yo sigo rezando (cuando rezo, que algunas veces estoy tan cansada que se me olvida rezar) los poemas que rezábamos juntas. No se lo digo a nadie, porque no quiero que piensen que soy una niña pequeña.
Bueno, pues entonces, cuando yo era más pequeña que ahora, y más grande que cuando era pequeña, nació mi primo Ángel. Pero el Ángel de la Guarda de mi primo Ángel no lo protegió ni de noche ni de día. Claro, como era tan pequeño no sabía rezar y no rezaba. A lo mejor su madre tampoco rezaba de rodillas, junto a su cama, como dice mi madre que hay que hacer siempre. Cuando yo era tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña, que ni siquiera podía andar, ella rezaba por mí.
Mi primo Ángel no nació muerto, como yo, pero murió tres meses después de nacer. Él no pudo resucitar, como yo, y eso que fueron a verlo todos los que tenían que ir: el médico, la comadrona y la tía Irene que todo lo cura. Además, mi madre, la tía Federica y muchas mujeres del pueblo, rezaron sin parar a la Virgen del Rosario, para pedir que resucitara, pero no pudo ser.
Mi primo murió y toda la familia estaba muy triste. Mi madre no se separó de su hermana desde que se enteró.
Ángel era un niño que hacía honor a su nombre, parecía un ángel, siempre sonriente, con el pelo rubio, rizado, ojos grandes y azules, muy azules.
Murió de la muerte blanca, eso dijo la comadrona. Pero... ¿qué quiere decir muerte blanca? Seguro que hay muertes negras, azules y de todos los colores.
El médico dijo que había muerto de muerte súbita. De esa muerte mueren algunos niños que, como mi primo, nacen demasiado pronto y no pueden mamar.
No comprendía nada, menos mal que tía Adoración me lo explica. Ella no ha tenido hijos pero sabe mucho de eso, porque cuando era más joven estuvo sirviendo en Madrid, en casa de unos señores con muchos hijos. Dijo que mi primo había muerto de repente. Tía Federica estaba muy delgada y no tenía leche.
—¿Por qué no le dio de mamar mi madre? Mi primo Ángel habría sido mi hermano de leche, como don Jaime.
Mi tía se ríe de lo que ella llama: tus ocurrencias.
—Tu madre tuvo mucha leche, pero ya no la tiene, está seca. Mamaste más de tres años. Para ti era como una golosina. Cuando tu madre estaba cosiendo en la solana, sacabas una silla y decías: ¡mama, teta! Y ella, ni corta ni perezosa, te daba de mamar. ¡Con lo mayorzota que eras! Te bebiste toda su leche, no le