Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez

Alicia en el país de la alegría - Nieves Álvarez


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y la vecina estaban gritando en su habitación, me dio miedo y me vine a casa con el bolígrafo. Ahora no sé qué hacer.

      —Sí, sí que lo sabes. Tienes que ir a devolverlo.

      —Pero el Alemán se va a enfadar mucho conmigo.

      —Puede ser, pero es a lo que te arriesgas cuando no haces lo que tienes que hacer. ¿Por qué has mentido a tu madre? ¿Para qué has cogido el bolígrafo?

      —Yo, es que...

      —Ya, tú has hecho una travesura y ahora tienes que arreglar el entuerto.

      —Es que... el bolígrafo no es como parece.

      —Lo sé, Alicia, lo sé. Pero tú tienes que devolverlo. Cuanto antes lo devuelvas mucho mejor.

      Mi padre me da un beso y se mete en la cama para dormir la siesta. Yo entro en el desván, envuelvo el bolígrafo en un pañuelo y bajo las escaleras muy despacito. Mi madre también duerme la siesta, con la cara reposando sobre los brazos apoyados sobre la mesa. Mi hermana está en la cocina, lavando los cacharros. Mi hermano se ha ido a la era, a ayudar a mis tíos a trillar.

      Salgo sin hacer ruido y entro en casa de la vecina. Pongo el bolígrafo sobre la mesa y llamo:

      —¿Se puede?

      —Sí, Alicia, ¿qué quieres?

      —No quiero nada. He venido a devolver este bolígrafo, porque no es mío.

      —¿Lo ves? —dice la vecina—, ¿te das cuenta?, no estaba aquí, tus hijos no lo habían cogido. Seguro que te lo dejaste en el bar y por eso lo trae Alicia.

      —No, no se lo ha dejado en el bar. Yo vine antes y como no había nadie, cogí el bolígrafo para verlo, pero luego, como los escuché gritar, me asusté y salí corriendo con el bolígrafo. Se lo he contado a mi padre y él me ha dicho que se lo devuelva a usted, que le explique lo que ha pasado y le pida perdón. Si quiere darme un guantazo me lo puede dar. Me lo he ganado.

      —¿Nos escuchaste gritar?

      —Sí. Por eso me marché.

      El Alemán y la vecina se miran y se echan a reír a carcajadas.

      —¿Has oído? La hija de Juan dice que nos escuchó gritar.

      —Sí, pobre Alicia ¿pensabas que el Alemán me estaba pegando o qué?

      —Nada, no pensé nada. Pero me asusté y salí corriendo.

      —Bien hecho.

      —Bueno, aquí dejo el bolígrafo, que me tengo que ir a casa.

      —Espera, Alicia, espera, no corras —dice el Alemán, seguro que ahora es cuando me va a dar un guantazo, pero no pienso escapar, lo tengo merecido—. ¿Has visto lo que hace el bolígrafo? ¿Quieres verlo? Te lo puedo enseñar.

      Por lo visto no me va a dar un guantazo, pero yo no pienso contestar a sus preguntas. Por eso salgo corriendo, mientras ellos se ríen a carcajadas y yo no sé por qué. Llego a casa, subo arriba y me siento a pensar. No puedo comprender lo que ha pasado. El Alemán y mi vecina son muy extraños.

      He contado a Mari Puri lo del bolígrafo. Ella, a cambio, me ha contado un secreto. Dice que su padre le ha dicho a su madre que el Alemán tiene otra mujer y cuatro hijos en Alemania. Debe de ser verdad, porque la Guardia Civil se entera de todo y el padre de Mari Puri es el Sargento de la Guardia Civil. Pero, de todas formas, he preguntado:

      —¿Lo dices de verdad? ¿Cuántos hijos puede tener un hombre? Aquí tiene ocho y otro en camino y en Alemania cuatro más.

      —Todos los que quiera. Las mujeres, como mucho, pueden tener un hijo al año, pero los hombres, si quieren, pueden tener cien o doscientos hijos al año, pero, claro, con mujeres diferentes.

      —¡Hala! ¡Qué barbaridad!

      A lo mejor, por eso, el Alemán cada vez envía menos dinero a su mujer de aquí. Tiene que alimentar también a su otra familia.

      —Las mujeres en Alemania también trabajan —dice mi amiga—, pero no como aquí, que solo trabajan las maestras, las limpiadoras o las secretarias. Allí trabajan en los mismos trabajos que los hombres.

      —¿De verdad? Eso sí que no me lo creo.

      —Bueno, allá tú, pero te estoy diciendo la verdad.

      Cuando volví al desván, estuve pensando en eso de que las mujeres en Alemania trabajan fuera de casa. Pero, entonces, ¿quién hace la comida?, ¿quién cuida a los niños?, ¿quién los lleva al médico? Se lo tengo que preguntar a mi padre o a Sergio. Seguro que ellos lo saben.

      Hoy, en mi casa, somos cinco para comer. Mi madre sabe que vamos a ser cinco porque la vecina, el Alemán y sus hijos han ido a Ávila para pasar el día. Pero, cuando estamos a punto de comenzar a comer, entra Chispita y dice:

      —Se han olvidado de mí.

      —¿Se han olvidado de ti o te has quedado tú, aposta?

      Chispita no contesta. Mi madre pone un plato más y listo. Hay lentejas con carne y tortilla de patata. La niña nos mira, mira su plato, se relame y sonríe. En nuestra casa es feliz. Chispita forma parte ya de nuestra elástica familia.

      QUIERO IR A LA ESCUELA

      Una pizarra grande, dos pequeñas, tizas blancas, tizas de colores, borradores, mapas, pupitres, armarios llenos de libros, tiestos, y todas las niñas del pueblo que son mis amigas. Todas menos yo. ¿Qué hago en casa? Me aburro, eso es lo que hago, aburrirme y pensar lo bien que estaría en la escuela, en el recreo, en todos los lugares en que están las niñas que ya van a la escuela. Ir a la escuela es subir un grado: de muy pequeña a pequeña sin muy. Quiero ir a la escuela, lo digo y lo repito. Nadie me hace caso, pero yo estoy todo el día dando la tabarra con el mismo soniquete.

      —¿Y por qué no puedo ir a la escuela, vamos a ver? Todas mis amigas van a la escuela y yo no.

      —No puedes ir a la escuela porque no tienes edad para ir a la escuela. Tus amigas tienen unos meses más que tú, por eso pueden ir a la escuela. Además, ya estás aprendiendo a leer y escribir —dice mi madre—; a la escuela se va para eso y tú lo estás haciendo en casa, ¿qué más quieres?

      —Quiero ir a la escuela, estar con las otras niñas, aprenderme las cartillas, jugar con mis amigas en el recreo, hacer todo lo que hacen las niñas en la escuela.

      Ante mis protestas, mi madre y mi padre dicen siempre lo mismo:

      —Aún no tienes la edad. Podrás ir el año que viene.

      Pero como soy una pesada (eso lo dice mi hermana) y como sigo insistiendo hasta la saciedad (mucho, pero mucho, mucho), mi madre ha ido a hablar con doña Elena.

      La maestra de las niñas pequeñas le ha dicho que en la escuela, en este momento, hay asientos de sobra para que yo pueda ir, pero eso lo tiene que decidir el Ayuntamiento. Dice que mi caso podría sentar un precedente y si todas las niñas de mi edad quieren ir a la escuela, sería imposible. Mi madre le ha dicho a la maestra que no hay más niñas de mi edad en el pueblo, que mis amigas son unos meses mayores que yo y están en la escuela.

      Con las noticias que trae mi madre, mi padre ha ido al Ayuntamiento, para pedir que se me autorice a comenzar la escuela, aunque aún no tenga la edad. Ha tenido que hacer una solicitud por escrito, hablar con el secretario y con el alcalde. Luego, el tema se tratará en una reunión del Ayuntamiento y nos darán el resultado.

      En mi pueblo, nunca nadie había querido ir a la escuela antes de la edad. Todo lo contrario, las niñas y los niños prefieren quedarse en casa, jugando o ayudando a sus padres.

      Hoy ha venido el alguacil y le ha dado a mi madre una carta del Ayuntamiento. Como está a nombre de mi padre, no ha querido abrirla. Estamos seguras de que es la respuesta del Ayuntamiento a nuestra petición, pero tendremos que esperar todo el día para saberlo. Yo estoy muy nerviosa y trato de convencer a mi madre


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