Andemo in Mèrica. Danilo Luis Farneda Calgaro

Andemo in Mèrica - Danilo Luis Farneda Calgaro


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en Roma y contar con un carnet oficial de investigador, el párroco de Arsiero permitió que accediera al archivo histórico parroquial donde se custodiaban los libros de bautismo, matrimonio y defunción. Allí estaban los registros de los sacramentos de iniciación cristiana recibidos por los pobladores de aquella vasta región.

      Dediqué varios días a cotejar aquella enmarañada fuente documental. El apellido Calgaro se multiplicaba en cientos de anotaciones. Había que reconstruir la genealogía de distintas ramas, establecer relaciones entre ellas, hacer conjeturas sobre cuál sería la correspondiente al “nonno Gigio”.

      Hasta que llegó el día y el momento en el que se hizo la luz a partir un casi ininteligible registro. ¡Había identificado la inscripción del bautismo del “nonno Gigio! A partir de ese momento las piezas del puzle comenzaron a encajar, estableciendo con claridad documentada las coordenadas espacio temporales del pasado familiar.

      Identidades heridas

      Esta afirmación corresponde a E. Daireaux y consta en su libro “Vida y costumbres en el Plata”, editado en 1888. En la misma obra, el autor deja constancia que, salvo excepciones, la mayor parte de los italianos no han sabido suscitar en sus hijos el amor a la patria lejana.

      Sin ignorar las asociaciones de italianos que cultivan valores y costumbres de origen, debemos reconocer que la afirmación de Daireaux, aunque dolorosa, refleja una cara de la verdad.

      La pregunta que se impone es el por qué. Y, específicamente, por qué el inmigrante alemán, polaco, francés, suizo o español conservó con mayor empeño sus raíces culturales y los italianos han sido tan poco cuidadosos de ese acervo.

      Para un campesino salido de Schio, Breganze, Fara Vicentino, Castana o Cogollo del Cengio... la inmigración fue una experiencia traumatizante e impuesta. ¡Jamás deseada! Su tierra natal ya no les acogía, no les daba esperanzas. Es más, les obligaba a partir, les expulsaba.

      ¿Cómo mantenerse afectivamente ligado a un pueblo y su cultura si lo que habían recibido de él fue el destierro forzoso?

      Para miles de campesinos de la Alta Italia la inmigración implicó un cambio copernicano. Un verdadero renacer. Nada les resultó cercano en las tierras de acogida.

      Nuestros ancestros, en poco más de treinta días, tiempo que duraba el viaje en vapor desde Génova a Buenos Aires, tuvieron que desaprender su mundo para asumir una realidad que superaba con creces todo lo escuchado.

      Se encontraron con un nuevo cielo y una nueva tierra. El verano de la patria lejana había pasado a ser invierno, pero sin nieve. El frío del norte ahora estaba en el sur y sus enmarcados horizontes entre montañas y colinas eran sobrepasados por pampas ilimitadas, o por suaves colinas en el noreste entrerriano. Tenían que hacerse con una nueva lengua y reubicarse laboralmente en un espacio más extenso y más rico de lo soñado.

      El proceso de adaptación al nuevo contexto y las condiciones de miseria que dieron lugar al proceso inmigratorio nos dan una primera e innegable pista para entender el porqué del desapego a sus raíces.

      Debo realizar una matización, que tiene una estrecha relación con el contexto geográfico en el que terminaron asentándose las familias de inmigrantes.

      Es interesante constatar cómo en ambientes menos abiertos al intercambio, algunas comunidades de inmigrantes italianos conservaron, y aún hoy defienden con esmero su cultura originaria, siendo la lengua el principal elemento.

      Es el caso, por ejemplo, de los inmigrantes vénetos en Santa Catarina y Rio Grande do Sul, en Brasil. Ellos se encontraron con una geografía diferente pero más cercana a la de origen, lo cual les permitió retomar gran parte de las tareas que como campesinos desarrollaban en su tierra natal. La falta de medios de comunicación que les pusiera en contacto constante con otras culturas, hizo el resto.

      Reconociendo estas excepciones, la tendencia del inmigrante italiano ha sido la de una rápida adaptación a la cultura de acogida, dejando en el olvido y hasta rechazando su pasado.

      Podemos ahondar en las razones de tal actitud y ubicarla en la línea de una autodefensa más que en un vaciamiento afectivo y cultural que, por otra parte, considero imposible.

      No son pocos los analistas que ven hasta cierto componente “vergonzante” en ese rechazo por la cultura originaria. Un pasado cargado de tanta pobreza y marginalidad no era motivo de orgullo ni provocaba adhesión alguna.

      En contrapartida, esta situación resultó positiva de cara al diálogo intercultural. Los inmigrantes italianos fueron, en su conjunto, más propensos a la aceptación y apropiación de la cultura que les acogía, que otros colectivos. Optaron más por la integración que por el aislamiento chauvinista.

      Para ellos, rehacer sus vidas en circunstancias tan desconocidas reclamaba toda la energía posible. Al mismo tiempo, el rescoldo emocional y cultural de su lejana Italia no podría ser borrado jamás. Chauvinistas no, indemnes al pasado, tampoco.

      De hecho, los mismos inmigrantes, que en un principio trataron de hacer “borrón y cuenta nueva”, relegando la memoria de su doloroso pasado, llegados a la ancianidad, habiendo ya encontrado el progreso para ellos y sus hijos, se reencontraron con la nostalgia por la patria lejana de la cual se habían apartado con tanto dolor y resentimiento.

      Es por ello que, después de haber prácticamente olvidado la lengua y las costumbres, después de haber tomado distancia respecto a las angustias que les empujaron a enrolarse como inmigrantes, los jóvenes ítalo-americanos de la tercera generación comenzamos a reavivar los recónditos amores de nuestros abuelos.

      Bajo las cenizas del tiempo hemos ido descubriendo el candente crepitar de un pasado que nos identifica. La llama no estaba apagada... sólo dormitaba.

      Entiendo que el movimiento que nos lleva a reencontrar las fuentes identitarias se empobrecería si la centramos en razones emotivas o de curiosidad intelectual.

      La cultura véneta y vicentina, en nuestro caso, forma parte de quiénes somos hoy. De ahí la importancia de estudios como el que, con ilusión y comprometido esfuerzo, comparto.

      No se trata de retroalimentar posturas chauvinistas, sino de reconquistar con visión histórico-crítica, con sencillez, reconocimiento y gratitud, elementos quizá olvidados de esa identidad ítalo-latinoamericana que los hijos de los hijos de aquellos primeros inmigrantes llevamos en nuestros genes. Es nuestra identidad lo que está en juego y sin memoria, no hay identidad posible.

      Un pasado intimista y al mismo

      tiempo inclusivo

      Transcurridos más de treinta años desde aquella primera incursión por las tierras de origen, quisiera recopilar, ordenar y compartir la información más significativa que he obtenido. Ha sido un largo y rico peregrinar del corazón y la mente, de los pies, las miradas, los recuerdos de mis padres, tíos, abuelos...

      Este trabajo se enmarca en lo que podemos denominar “historia intimista,” dada la estrecha relación biográfica con las familias Farneda y Calgaro.

      Al tiempo que esta opción marca límites, es indudable que permite una extrapolación para comprender el pasado de otras familias de inmigrantes vénetos esparcidos por el mundo entero, por Argentina y, en particular, por el noreste entrerriano.

      Se trata por tanto de una aportación abierta a la comprensión identitaria de un colectivo que traspasa los límites de las familias aquí estudiadas. No es excluyente, sino integradora de otras biografías que han realizado un recorrido histórico similar.

      He asumido esta tarea con el corazón en la mano, ciertamente, pero


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