Dédalo. Camilo Bogoya
su taita no ha pagado, y al escuchar la voz silbarme en el oído me oriné, yo no soy Margarita Herrera, le insistí, de eso yo no sé nada, me contestó, y me dijo que volviera al escondite, que un padre como el mío era un amarrado y que ella también iba a apretarse el cinturón y a tasar el pan y la aguadepanela, me dijo que iba a traerme un compañero, aquí no hay espacio, antes de mí hubo otra persona, hay una mochila, puedo rozarla, o es un animal que me roza los pies, antes de mí hubo alguien, sus cosas o los restos de sus cosas están aquí
las uñas ya empezaron a crecer, puedo raspar y hacer un túnel, solo me faltan las ganas, me faltan el pan y el caldo que lleva prometiéndome durante días, un caldo que me quite el sabor que tengo, un pan que llene el estómago, debo pensar que estoy en huelga, que soy alguien importante y hago una huelga y no como, no para dejarme morir sino para seguir viviendo
logré quitarme la sudadera y los calzones, un hilo de aire los seca, estoy en posición de cúbito lateral, como le gustaba a Mario, mi niña, ponte en cúbito lateral, debes pensar en mí todo el tiempo, debes hablarles de mí a las mujeres, piensas en mí cuando las acaricias, pero no vas más lejos, mi recuerdo te frena, quieres llamarme, quieres volver a sentir mi piel, a decirme palabras soeces al oído, quieres morderme el cuello y que te arañe los muslos, y no quieres que sea celosa, y yo te prometo que jamás volveré a sospechar de ti, no te molestaré con horarios ni te preguntaré de dónde vienes, en qué piensas o quién te llama, no miraré tu teléfono ni saltaré detrás de ti cuando te vea escribir un mail, y en cambio te apretaré con mis piernas, no dejaré que te salgas ni te escurras, con la fuerza de mis piernas te haré sentir lo que todos los hombres han sentido, porque serás el hombre de las cavernas, de los campos, de las ágoras y las ciudades y los cuartos diminutos, el hombre de los aviones y los cohetes, el hombre que nada dentro de mí, que se siente volar
vino con un perro y lo dejó amarrado, es una muestra de amor, dijo, le traigo lo que más quiero en esta vida, le traigo mis apegos, hágame el favor de tratarlo bien, de no contarle pendejadas, no es un perro como los otros, aquí lo alimentamos con el mejor hueso del país
el perro ladra, tira de la cadena, y pasa un momento hasta que oigo a la guardiana, sus botas de caucho, grandes para sus pies, el aire silbando al interior, ya vino la mami, le dice al perro, ella se acerca, oigo las llaves, afloja la cerradura, escupe, abre la puerta del escondite como si levantara un puente de hierro, entra un baldado de luz, la última luz de la tarde, me dice salga y respire y huela lo que le traje, me muevo rápidamente, quiero salir y me raspo las costillas, veo al pastor alemán, su cuello amarrado, la cola feliz, la cabeza entera que sigue la olla, me pregunta si tengo hambre, vuelve a preguntar, sonriente, dígame mami si tiene hambre, si las tripas le graznan, veo al animal hundir el hocico en mi caldo hirviendo, buscar en el fondo de la olla y salir con un hueso y la cabeza chorreando, la veo a ella, maciza, llegará empinándose al metro con cincuenta, y veo su cara, los asesinos tienen la cara triste, como torcida, con los rasgos desencajados, y ella con su carita bizca, mirándome la cintura, vuelve a preguntarme si ya comí, ¿ya probó bocado?, mami, ¿ya se relamió?, hay para todos, el perro sorbe la sopa hasta acabarla, nos mira, la punta de los bigotes aún chorreando, sus ojos ansiosos entre la olla vacía y las manos de la guardiana, me tienen de cocinera, dice, y me gusta cocinar, un buen sancocho en fogón de leña y un traguito de aguardiente, las sobras son para el perro, y lo acaricia, le repite que ya vino, le observa las orejas, le quita las garrapatas y las bota al suelo, dice que matar es pecado, que ella no mata ni a una mosca porque todos tienen derecho a zumbar, a untarse las patas y molestar un rato, a poner huevos y a darse una vueltecita, me dice todo eso y yo miro la luz entrar por los muros, los muros acribillados
me habla de una receta de sancocho que despierta a un muerto, del postre de limón que me haría daño, el azúcar enferma, y dice que no me enferme, porque no hay enfermeras ni veterinarios, ni siquiera una mula para huir, no hay nadie, solas ella y yo, y el hambre, dice chupándose un dedo, y vuelve a preguntarme si quiero comer, así que amaneció mudita, dice, pues se mete al hueco y la próxima vez contesta, o rebuzna y me dice lo que quiere comer, son más educados los burros que hablan cuando se los arrea, los marranos que protestan todo el tiempo, a usted no la adiestraron pero aquí le voy a enseñar, y vuelvo a meterme en el agujero, la puerta del escondite cae, ruidosa, levantando el polvo, la luz entra por la ranura y sobre esa ranura el pastor alemán duerme la siesta, el hambre encoge mi estómago, la tarde pasa, la noche se avecina
y llega la noche y Flora no quiere seguir con miedo, quiere volverse otra, comer insectos y larvas, no quiere la sensación de peligro, el picoteo en el abdomen, la estrechez del cautiverio, la amenaza de los zumbidos y las lenguas que reptan, Flora quiere dejar la angustia a un lado como quien se desviste, al menos dormir, aunque el miedo no es como un traje
quítese la ropa, dice, y me saca del establo, me lleva desnuda por un caminito, sus botas de caucho siguen mis pies, amanece, oigo la bulla de las aves, oigo mis pies, temblorosos e inestables, como aprendiendo a caminar, tocando la tierra húmeda, y siento las hierbas rozándome los tobillos y las rodillas, metiéndose entre los muslos, hay un bebedero abandonado, se ven aún las últimas lucecitas en la montaña, en el cielo aparece la luz demasiado limpia del amanecer, la luz abriéndose paso en el cielo, ande con cuidado, me dice, hay mucha serpiente en el monte, párese ahí, me dice medio sonámbula, señalando una piedra donde pulen los cuchillos, quietica, no se mueva, toma una manguera y me apunta, y empieza a lavarme, el agua corre por mi cuello como corría en las mañanas heladas de Bogotá, el agua que pone fin a la noche, voltéese, me dice la guardiana, veo el monte igual a un desierto, el agua me empuja, me bombardea el cóccix, me hace perder el equilibrio, me resbalo, siento la cercanía de las serpientes y me dan ganas de correr en la maleza
por la ranura entra un hilo de aire, no soy la primera que ha estado aquí, hay un pedazo de mochila, una cuchara de plástico, seis molares y un canino superior izquierdo, me ponen a pensar en mi práctica en forense, observando tibias, clavículas, esternones, también hay una moneda, pienso en Mario, quien no cabría aquí, es la primera vez que sueño, sueño que la guardiana me baña y huyo entre las serpientes, ahora sé que estoy despierta, que aún respiro y estoy lúcida y puedo recordar las historias de mi papá, la historia del hombre que se escapó
decido escribir un diario, escribir es un decir, para llevar la cuenta de los días, hoy es dieciocho de mayo, y es domingo, me gusta empezar un domingo, era el día en que mi papá me llevaba al cine, pero no voy a escribir sobre eso, este es un diario, paso el día o la noche elaborando listas, me gusta la de los libros que no he leído enteros, empieza con Guerra y paz, leí doscientas o quinientas páginas, y tiré el libro diciéndome que luego iba a seguir hasta terminarlo, recuerdo la historia de un tipo que bebe y hace maromas en el marco de una ventana, es casi todo lo que recuerdo de ese libro, así será cuando Mario piense en mí, recordará las sobras de las sobras
la lista de hoy es de lo que no quiero hacer nunca, por ejemplo, nunca quiero ir con Mario a una piscina, me daría mucha pena que su cuerpo deambulara por ahí, que le vieran la cola de pollito, que me miraran con piedad, otra cosa que nunca haría es pedirle dinero a Mario, mucho dinero, vaya y venga si me quedo sin lo del bus y le pido ayuda, o si lo dejo pagar el almuerzo, o pagar mi rescate como una muestra de generosidad, pero nunca pedirle dinero, jamás
hago una lista de cosas no hechas, o que no me han pasado o no he tenido tiempo de hacer, no derramé ni una lágrima cuando Mario me dejó, llevábamos unas semanas y se fue, luego le vino la culpa y lo tuve en la mano como un corderito, jamás he tenido varicela, nunca he ido a la costa con Mario, renuncié a aprender chino, finlandés, árabe, renuncié a olvidar ese momento en que, no diré su nombre, daba la impresión de haber muerto sobre mí, de haber tenido un ataque y estar inconsciente, no he empezado el Manual de teoría romano-canónica sobre la costumbre jurídica, no me he bañado en el Sena en medio de un verano ardiente, ni en el Ganges ni en el Mar Muerto, aún no he tenido hijos, aún no he matado a nadie, no me he vuelto vegetariana, no he hecho un curso de cocina, y aún no he matado a nadie ni tenido hijos, ni me he depilado hace varios días, demasiados días, ni estoy muerta, no, todavía no
ya no hago más listas, debo tener fe, no voy a bajar la cabeza, no voy a entristecerme, voy a tener una fe, porque la fe mueve montañas, yo moveré estos muros y mi única fe será huir, no pienso