Dédalo. Camilo Bogoya

Dédalo - Camilo Bogoya


Скачать книгу
vecinos, mi mano empujó a Ricardo, lo arrastré por calles y puentes, no sé cuánto tiempo corrimos hasta que llegamos a mi casa, le pedí que no se fuera, que entrara conmigo, abrimos la puerta y se fue, sin decirme nada, sin devolverme los calzones que al huir había recuperado del basurero y que yo sabía que estaban en su bolsillo

       ¿y qué pasó después?, dice la guardiana, eso es todo lo que pasó, no voy a decirle que vinieron los días y las semanas y no hubo una palabra entre nosotros, nada, solo una carta, me envió una carta con un recorte de periódico en el que hablaban de un sindicato en huelga por la muerte de uno de sus obreros, desangrado en un callejón del barrio América, y nada más, ni siquiera una letra tuya, mi vida, un pedacito de tu caligrafía, enorme y fea, un signo, un reproche, algo que me dijera que después de todo querías volver y destruir ese recuerdo

      ¿y qué tiene que ver el perro?, me dice la guardiana, le digo que no puso atención, que no entendió bien la historia, que el perro tiene todo que ver, que cuando veo las moscas revoloteando en la cabeza del perro estoy viendo la cabeza de Ricardo, que al ver la lengua húmeda que cuelga no puedo sino pensar en él, y al observar la cola feliz estoy viendo su manera tambaleante de caminar, que al ver los ojos húmedos y chorreados de sopa vuelvo a sentir la mirada dulce y la presencia de Ricardo, su compañía, pegado a mí, cuando me acerco y le toco una pata siento la mano de Ricardo, esa mano asustada con la que huyo entre calles y puentes

      la guardiana me dice que va a venir con el libro de serial killers, me lo va a prestar, un día lo leeremos juntas, pero tengo que explicarle otra vez lo del perro, tengo que seguir contándole lo que mi papá me contaba, esa historia le gusta, ella es como esos personajes, verraca y decidida

      7. Dédalo. El invento

      La noche sigue en el taller de Dédalo. Hace una hora que llueve. Los campos se inundan. Un aguacero de estas proporciones solo puede ser un vaticinio. ¿De qué? Al fondo se ve la cabeza de los animales sufriendo la lluvia o sumidos en la resignación, el belfo quieto, sin rumiar. Un árbol se dobla. Un toro brilla en la oscuridad, como una luna terrestre y mojada.

      Sentado en un sillón de arcilla, mirando los bloques de mármol, Dédalo reflexiona. Las especies se acoplan entre sí, un toro no montará a una mujer si no se parece a una vaca. Dicen que la pubertad de las hembras debe empezar a los doce meses. Dédalo inventa una de madera, una vaca sólida que logre soportar el peso del toro y de sus embestidas, que sea suave en su interior vacío; una vaca donde pueda esconderse alguien, como si fuera una segunda piel. Dédalo toma sus instrumentos: un compás y una sierra que le recuerdan el exilio, una goma de pescado, la piedra de esmeril, su cincel de bronce. Las patas deben ser de la altura de las piernas de la reina. El orificio que buscará el toro debe encajar en la línea abrasadora que está quemando a Pasifae. Unas ruedas permitirán llevar la vaca desde el taller hasta los pastos. El cuero de una lechera, cuya carne acaba de inmolarse, reviste las ancas del invento.

      ese man se las trae, dice la guardiana, y mucho descaro tiene, venir a juntar una reina con un toro, es que las de arriba son las peores, en el campo es moneda corriente, una ve a los muchachos detrás de los pollos, las vaquitas, las burras, lo que sea, una los ve y sabe lo que buscan, luego dicen de esta agua no beberé, y una sabe todo lo que tomaron, se les ve en la forma de perderse, en el brinco de los animales cuando esa gente se les arrima, pero le apuesto que la reina va a decir que no, le apuesto un hueso

      —¿Pero quieres humillarme? —dice Pasifae.

      —La idea no es mala. Un toro debe montar a una de su especie.

      —¿Y quién soy yo?

      —Un ciprés no te va a quitar la dignidad. No habrá testigos. Me encargaré de todo.

      —¿Qué quieres a cambio?

      —Nada.

      —Dime qué quieres.

      —Quiero hacerte conocer lo que no conoces. Lograr lo que nadie ha logrado.

      Unas briznas ocultan el rostro excitado de Dédalo, sus ojos fijos siguiendo la curiosidad del toro, sus pisadas acercándose. La naturaleza es inocente y fácil de engañar. O tal vez ella nos engaña. El toro olfatea la cola inmóvil, húmeda en su interior. Lame la madera con su órgano pulposo, irrigado. Pasifae siente el primer escalofrío de la dicha. El toro penetra a la vez un cuerpo de su especie y una vulva humana. Por un instante las pezuñas del animal golpean el lomo hueco. Dédalo se complace del equilibrio y el engranaje de las poleas y los frenos que meditó hace una noche, bajo la lluvia, mientras él mismo se tomaba por una bestia con el fin de probar la estabilidad del armazón. Dédalo, satisfaciéndose, aguardando a la reina, sigue la maniobra del toro, sus patas delanteras que se erigen, sus ojos desorbitados, la sacudida de sus miembros, el caudal que chorrea por el orificio de la vaca. Dédalo escucha, tendido en el pasto, los gritos de placer que atraviesan la isla.

      Una nube se deshace en el viento. Un ave deja su nido. En medio de los pastizales, una vaca de cipreses mira a un toro que se aleja.

      usted se ganó un hueso, me dice la guardiana, pero la cosa no se va a repetir, no se van a volver a ver, yo la verdad no creo, después vienen los problemas, las intrigas que llaman, alguien debió pillarlos, juntarse en pleno día, ¡muchas bestias!, les falló el olfato, seguro que los cogieron y matan al toro, al menos lo castran, ya lo veo echando pica y pala, recogiendo fruta a rayo de sol, echando fertilizante por toda la isla, más solo que una monja, lo veo desyerbando y pegando los platos rotos, y es que lo oigo explicando la situación, quién le va a creer, y es que siempre los inocentes pierden

      El arquitecto abre la puertecita que da sobre el lomo de la vaca. De su encierro de madera y delirio sale Pasifae, sudorosa, los pies ingrávidos. “Algo así debe ser el oficio de comadrona”, piensa Dédalo, viendo el cuerpo que deja el animal. ¿Cómo es el rostro de una mujer que ha vivido el amor?

      Dédalo ve en el espinazo de la becerra las huellas de los cascos, una de las orejas se ha roto, la posadera izquierda se quebró y ha debido astillar a la amante. Sin embargo, el invento rueda aún y pueden regresar con él al palacio.

      —Te dije que no miraras —dice Pasifae, quien ha visto la humedad untuosa en la manta del arquitecto.

      —Miré sin mirar, porque la mecánica es una ciencia nueva, el invento podía ceder. Mi vaca no solo resistía al empuje del toro sino a la mirada de los dioses. En aquel árbol —señala un ciprés—, en esa colina, vi una apariencia que no era humana. Vi unos ojos encendidos, una ira que es propia de los inmortales. Tuve miedo de que lanzaran un rayo y le prendieran fuego a la becerra.

      Pasifae no escucha. Su mano acaricia el vientre lleno de borbotones. La reina trata de caminar. Su rostro está apaciguado y a la vez cubierto de inquietud.

      8. Flora. Leyendo

      hoy vino con el libro de serial killers, me dijo que ella cumplía los tratos, aquí está, el mejor libro de historia, le pregunto si quiere que lea en voz alta, me dice que pues claro, me da la linterna y me dice que lea, que yo le conté mi primera vez, ella me cuenta la suya, esto es dando y recibiendo, me dice, bueno, empiece, recuesta el fusil, coge al perro en sus brazos, y yo intento empezar, tiemblo, o es el aleteo de los zancudos atravesando la luz, empiece a ver, dice la guardiana, ¿o quiere más público?, ¿le llamo unas gallinas?, voy a empezar, le digo, pero no empiezo, y ella me dice tranqui, son unas historias como las suyas, gente que no lo piensa dos veces, un libro que habla de mí

      El cine popularizó a un tipo de hombre, se trata del asesino en serie, más conocido como serial killer. Son individuos que utilizan el arma blanca o un objeto cortopunzante. Son versados estranguladores, ¿qué quiere decir versados?, me pregunta la guardiana, y le digo que una persona versada es alguien que sabe lo que hace, por ejemplo, ella es una versada cocinera, sobre todo por la sopa que me prometió, y me dice la guardiana que no solamente cocina, que es versada en cortar leña, en asear la casa, en dar ejemplo, que las cosas hay que versarlas y que ella no tiene la culpa de que el perro se tome la sopa, y no hablemos más, siga a ver, Son versados estranguladores, necesitan sentir el tránsito de la vida a la muerte. Las mujeres prefieren el veneno; es el arma que usan las viudas negras. ¿Por qué matan? La mayoría son psicópatas, y


Скачать книгу