Reino, política y misión. Alberto Roldán
en nuestro continente al respecto; pues logran superar, mediante sólidas relecturas de los evangelios, las limitaciones “escatologizantes” de otros autores sobre el mismo tema, y ponen sobre la mesa de discusión muchas de las implicaciones sociopolíticas que permanecían inexploradas y que salieron a la luz, forzosamente, en los años más álgidos de las luchas revolucionarias, causando enorme desazón y desconcierto entre las comunidades evangélicas, gracias a la postura supuestamente “apolítica” que aprendieron en el discurso misionero. En ese sentido, van sus respectivos énfasis en la ultimidad, la obediencia y la libertad en la misión.
La segunda vertiente del libro, ligada a las figuras de Juan Calvino y Barth, abarca cuatro capítulos en donde Roldán estudia la ética social y política del reformador, la importancia del comentario de Barth a la Carta a los Romanos, el carácter de la praxis sociopolítica barthiana y, a manera de síntesis y diálogo, el círculo hermenéutico en ambos pensadores. Escasamente se podría abarcar en pocas líneas el alcance de estos textos, el primero de ellos redactado como parte de una estadía de investigación en el Seminario Calvino, de Grand Rapids, justamente en los días del jubileo calviniano. Allí, Roldán discute si la propuesta del reformador constituye una auténtica teoría política, “bañada” de teología bíblica, tan necesaria para fundamentar posturas en toda la historia de la iglesia.
Es notable la manera en que el autor dialoga con diversos estudiosos, antiguos y modernos; entre los más recientes, Schmitt, Walzer y Marta García-Alonso, estudiosa española, a quien ha leído minuciosamente y de quien ha reseñado también su tesis doctoral. Una de sus conclusiones es muy llamativa: “Aunque el calvinismo ha sido superado en la historia y el mundo ha experimentado cambios tan radicales en el modo de ser pensado, todavía sigue siendo un acicate para la acción cristiana en el mundo, cuya meta histórica es lo que la Biblia denomina ‘reino de Dios”.
“Verdadero punto de partida de una nueva teología que representa una alternativa viable a la falsa alternativa entre liberalismo y fundamentalismo”; así resume Roldán la importancia del comentario de Barth publicado en 1919. El capítulo dedicado a esa magna obra es una necesarísima puesta al día de los entretelones y el impacto que causó en su momento, así como de su recepción en América Latina, en donde Barth tuvo seguidores muy atentos y discípulos directos, como Emilio Castro y Rolando Gutiérrez.
En nuestro medio, afirmaciones como las de Roldán (por ejemplo, “La Carta a los Romanos, de Barth, constituye un punto de partida para una nueva forma de leer la Biblia, desde una nueva hermenéutica contextual y existencial”) solo han sido aceptables y digeribles después de décadas de incomprensión, pues la barthiana hermenéutica existencial (por mencionar únicamente un aspecto) se adelantó a su tiempo. Las palabras de Míguez Bonino, gran lector del teólogo suizo, siguen siendo muy útiles para acercarse con “seguridad” a quien temieron tantos profesores de seminarios: “Si se quiere entender a Barth, hay que leer la letra pequeña de su Dogmática, donde hace exégesis de los pasajes bíblicos con los cuales intenta darle fundamento a su teología”. La teología barthiana es eminentemente tangencial, pues solo roza la explicación de las relaciones de Dios con el mundo, resume Roldán. El gran comentario barthiano, si se escribiera hoy, sugiere el autor, sería muy distinto, pero no dejaría de ser profundamente contextual, en diálogo con las nuevas realidades. Sería una muestra de auténtica teología liberadora y reivindicadora.
La indagación en el pensamiento de Barth, especialmente en su énfasis en la justicia divina y la praxis que se deriva de su comprensión, se ahonda en el capítulo siguiente y se cierra brillantemente con la comparación, desde la perspectiva del círculo hermenéutico (de origen filosófico y con el matiz protestante de Bultmann y Ricœur), con la obra de Calvino, pues Roldán los ve como creadores de desarrollos propios. En el caso de Barth, como un pionero en la ampliación de horizontes de su teología heredada, especialmente en temas como la soberanía de Dios y la predestinación, siguiendo los momentos del mencionado círculo. Este es quizá el ensayo más original e intuitivo del libro, puesto que pone a dialogar a dos teólogos reformados en el seno de la misma tradición, mediante un criterio de análisis que la teología latinoamericana asumió como propio y específico, sobre todo a partir del trabajo de J. L. Segundo, antes incluso de que su uso se volviera una propuesta hermenéutica prácticamente universal. Por ello, es capaz de señalar que, entre sus propósitos, está demostrar en qué medida “la teología reformada ha sufrido modificaciones sustanciales que, lejos de reducirla ha ampliado sus horizontes y ha mostrado su capacidad de adaptación a nuevas situaciones”. Prueba de ello es la brillante relectura que Barth hace de la obra de Calvino.
Los capítulos finales del libro se ocupan de dos temas que siguen siendo vigentes: las teologías políticas de Moltmann y Metz, y el tránsito de la misionología desde una visión del Congreso de Edimburgo (1910) hasta cien años después, desde América Latina, antiguo territorio de misión. En el capítulo dedicado a los dos teólogos alemanes, Roldán expone la forma en que ambos reaccionaron a los escritos de Schmitt para producir notables aportaciones, desde los campos protestante y católico, como “caminos desafiantes para la praxis cristiana en el mundo de lo político”. Partiendo de las tesis centrales de Schmitt, Roldán señala los rumbos divergentes de Moltmann (del monoteísmo monárquico al concepto trinitario de Dios y la teología política de la cruz) y Metz (crítica a la privatización de la fe, relaciones iglesia-mundo y dialéctica de teoría y praxis) para encontrar dichos caminos, en medio de la crisis posterior a las dos guerras mundiales.
Por último, Roldán hace una relectura latinoamericana, crítica y comprometida de lo que representó el congreso de Edimburgo en la visión misionológica. Advierte que pasar de la exclusión al protagonismo, es un salto cualitativo nada despreciable, sobre todo porque hoy el futuro de la iglesia y de las misiones ya no depende de las coyunturas del llamado Primer Mundo, sino de los desarrollos cristianos en los países que antes fueron colonias y que ahora están despegando en una labor misionera inconcebible hace cien años. Para él, la misión, concebida como sumarse a la labor del Dios trinitario en su esfuerzo de automanifestación, ya no puede ser excluyente ni ajena a los contextos socioculturales, religiosos o políticos de las sociedades actuales. América Latina está hoy a la vanguardia de las misiones.
Con todo este contenido, al que poca justicia hace este prólogo, el presente volumen viene a mostrar la madurez de su autor y su capacidad para comunicar, con una terminología intensa y clara, algunos de los debates teológicos actuales. Celebremos su aparición con una lectura atenta y comprometida.
Leopoldo Cervantes-Ortiz
México, DF, enero de 2011
Introducción
¿Qué tienen en común el reino de Dios, la política y la misión? En principio, el primero y el tercero de esos factores se relacionan entre sí de un modo que llamaríamos “natural”, porque el Reino es la esfera de gobierno divino y, como tal, representa el marco teórico de la misión en el mundo. ¿Pero qué tiene que ver la “política” en esa relación? ¿No será más bien un factor disonante entre el Reino y la misión? La presente obra tiene como finalidad exponer el significado del reino de Dios para la misión en el mundo y de qué modo la política —entendida en un sentido amplio como el gobierno y la teoría sobre el gobierno— es también un factor importante en ese significado. En palabras de Paul Lehmann: “Cuando decimos, pues, que Dios es un político y que lo que está haciendo en el mundo es ‘hacer política’, tenemos en mente la definición aristotélica y la descripción bíblica de lo que está pasando”1. Para Lehmann, esa acción de Dios tiene como finalidad “mantener humana la vida humana”2. Mostraremos que lo político es parte constitutiva del reino de Dios, expresión que en su propia formulación es política, ya que apunta al modo en que Él actúa soberanamente en el mundo. Pero lo político no se reduce simplemente al modo en que Dios actúa en el mundo, sino que también el reino de Dios precisa de mediaciones sociopolíticas. Este es un aspecto bastante ignorado por las teologías evangélicas, conservadoras y fundamentalistas que todo lo reducen a “lo espiritual” desconociendo que la vida no se vive en una esfera etérea, sino en un tiempo