Reino, política y misión. Alberto Roldán
No es este el lugar para analizar las razones por las cuales el evangelio social no tuvo el éxito esperado24. Provocó reacciones diversas, entre otras, la del fundamentalismo que lo consideró poco menos que herético. Pero fue, sin dudas, un aporte importante al situar nuevamente en el plano teológico la centralidad del reino de Dios y su presencia activa en un mundo en crisis.
H. Richard Niebuhr. Siempre en el escenario de los Estados Unidos, resulta importante tomar en cuenta el aporte de otro teólogo notable: Helmut Richard Niebuhr. Hermano del quizás más famoso Reinhold Niebuhr, Richard aportó a la reflexión sobre el reino de Dios en su obra: The Kingdom of God in America. En los comienzos de su reflexión, Niebuhr se refiere al reino de Dios como el principio último de la vida cristiana, en una perspectiva que sigue el camino trazado por Isaías, Jeremías y Jesús de Nazaret. Y puntualiza: “poner la soberanía de Dios en el primer lugar es hacer de la actividad obediente algo superior a la contemplación; sin embargo, es necesaria mucha teoría para la acción”25. Luego de analizar las varias perspectivas que el concepto “reino de Dios” ha tenido en la historia del cristianismo, Niebuhr subraya que la realización del reinado de Dios es el elemento más importante de la fe protestante. Abocándose luego al análisis de la historia de los Estados Unidos de América, Niebuhr subraya que la idea del reino de Dios fue dominante en el primer período de esa historia. Para Niebuhr, hubo tres ideas que imprimieron su sello en la vida americana: el constitucionalismo, la independencia de la iglesia y la limitación de la soberanía humana.
Con referencia al reino de Cristo en la historia de los Estados Unidos, Niebuhr compara la perspectiva de los cuáqueros y los puritanos. Los primeros, junto con los separatistas, ponen la gracia delante de la soberanía, mientras que los puritanos invierten esa relación26. Los cuáqueros tuvieron una conciencia revolucionaria muy pronunciada. Se encontraban más interesados en el reino de Cristo que en la soberanía de Dios: “es decir, estaban impresionados aún por el hecho de que el reino ha venido y podría venir a los hombres en sus propias vidas, trayendo libertad y gozo, que por el hecho de que la ley universal y la justicia reinaran a través de las esferas”27.
Otro momento histórico importante fue el Gran Avivamiento o Despertar, que abarca desde Jonathan Edwards a Charles Finney. Según la comprensión de los adherentes al Despertar, el reino de Cristo ha de adquirir un sentido nuevo: “Dios ha actuado y está actuando en la historia; en Jesucristo él ha producido el gran cambio que ha operado en los hombres el reino de libertad y de amor”28. El Avivamiento tendió a considerar el Reino como algo presente e insistió en su carácter de “revolución espiritual” que era necesaria encarar. “El Reino de Dios en la tierra había venido muy cerca, no como resultado de esfuerzos moralistas que siguen a la perfección, sino como consecuencia del poder del evangelio de la reconciliación”29.
La última etapa de la historia del reino de Dios en Estados Unidos es la que Niebuhr denomina “institucionalización y secularización del Reino”. Si bien la institucionalización es algo inevitable, en el caso de la historia estadounidense, el movimiento post-avivamiento confinó el reino de Cristo dentro de las paredes de la iglesia visible, con un detalle: “La institucionalización del reino de Cristo fue naturalmente acompañada por su nacionalización”30. Se afianzaron las ideas moralistas de un modo íntimamente asociado de lo que Niebuhr denomina “concepción mecánica de la conversión”, lo cual significaba lo siguiente: “Ser reconciliado con Dios ahora significó ser reconciliado para establecer las costumbres de una sociedad más o menos cristianizada”31. En la parte final de su meduloso estudio, Niebuhr se refiere al reino de Dios en la concepción del liberalismo. Es aquí donde introduce su famosa definición de ese movimiento marcado por un fuerte optimismo y el cumplimiento de una promesa sin juicio. Dice Niebuhr: “Un Dios sin ira introduciría a hombres sin pecado en un reino sin juicio mediante los ministerios de un Cristo sin cruz”32. De todos modos, Niebuhr observa que el optimismo evolucionista no prevaleció en todos los ámbitos del movimiento liberal. En aguda observación, sostiene que, mientras algunos mediadores compartieron la protesta contra las versiones estáticas de la soberanía, la salvación y la esperanza, no retuvieron los elementos dialécticos y críticos propios del protestantismo.
A modo de evaluación de la obra de Niebuhr, debemos decir: la concepción del reino de Dios marcó, desde sus orígenes, la historia de los Estados Unidos de América. Pero no se trató de una concepción unívoca y mucho menos estática. Sufrió mutaciones que acompañaron la marcha de la historia estadounidense, desde una concepción de la soberanía de Dios en todos los órdenes, pasando por un énfasis en el reino de Cristo de naturaleza fundamentalmente soteriológica y llegando hasta una cierta secularización del Reino. En estas modificaciones, hay diversas influencias, entre las que se destaca el Avivamiento o Gran Despertar que sacudió las iglesias estadounidenses por medio de figuras clave como Johnatan Edwards y Charles Finney. Esa influencia dejaría una impronta más espiritualista en la concepción del reino de Dios con énfasis en la salvación experimentada en términos de paz y gozo personales. Pero, de esa versión “espiritualista” del Reino, se pasará luego a lo que Niebuhr denomina: “la institucionalización y secularización del Reino”, aspectos que serán acompañados por una creciente nacionalización al punto de identificar el reino de Dios con la historia americana. “Cuando el Evangelio social apareció al fin del siglo XIX este punto de vista institucionalizante de la venida del Reino fue uno de sus ingredientes”33. Si algo muestra la historia estadounidense con respecto al reino de Dios es que cuando esta realidad se institucionaliza, no solo pierde su raíz histórica, sino que también deriva en una especie de “mecanización de la conversión”, perdiendo su carácter dialéctico y su fuerza transformadora.
Oscar Cullmann. Este teólogo reformado se inscribe dentro de la corriente conocida como “historia de la salvación” (Heilgeschische). Sus trabajos corresponden más bien al campo del Nuevo Testamento. En lo que se refiere a nuestro tema, acaso el libro más importante es Cristo y el tiempo. En opinión de C. René Padilla: “A Cullmann le cabe el honor de haber ofrecido el estudio más completo del significado del Hecho de Cristo en relación con el concepto del tiempo que se refleja en el Nuevo Testamento”34. Cullmann distingue tres concepciones del tiempo según el Nuevo Testamento. Hay tres aiones, que son:
1. El que precede a la creación, en el que la historia de la revelación ya está preparada en el plan divino y en el Logos, que está ya al lado de Dios;
2. el que se halla situado entre la creación y el fin del mundo, el aión “presente”; y
3. el aión “que viene”, en el cual se sitúan los acontecimientos finales35.
Dentro de la historia, la irrupción de Cristo introduce un elemento nuevo que implica que, desde la Pascua, el centro de la historia ya no está situado en el futuro: “la mitad de la historia ya ha sido alcanzada”36. El reino venidero ya ha comenzado a partir del hecho de Cristo. La expresión “Cristo reina” se refiere al tiempo presente de la iglesia en el mundo. Sin embargo, hay una oposición entre “este siglo” y el “siglo venidero”. En este contexto de su reflexión, Cullmann ofrece una “solución” al tema del presente y del futuro del reino de Dios, la cual, por la importancia que tendrá en las reflexiones