Reino, política y misión. Alberto Roldán
ser concebido desde el concepto trinitario de Dios, ya que el monoteísmo a secas solo ha servido para legitimar las monarquías absolutistas. Por lo tanto, el concepto trinitario es el que puede ser capaz de superar ese monoteísmo que conduce a la esclavitud y el sometimiento de la humanidad. En Joaquín de Fiore y en la teología luterana y reformada, Moltmann encuentra un marco teórico que le permite pensar el reino de Dios en términos de solidaridad, de pluralidad, donde el Padre crea y conserva el mundo, el Hijo libera a los seres humanos de su oclusión y el Espíritu libera energías produciendo una nueva creación en la historia.
Importancia del Reino de Dios para la missio Dei
¿Qué importancia tiene el concepto teológico “reino de Dios” para la missio Dei? Primero, debemos definir lo que significa esta expresión latina, missio Dei, para luego reflexionar sobre las vinculaciones entre el reino y la misión.
Tradicionalmente, en el ámbito de las iglesias evangélicas y protestantes, se habló siempre de “la gran comisión” como el mandato misionero de Jesús a los apóstoles y, en ellos, a la iglesia naciente, mandato cuya narrativa está en Mateo 28.19 y ss., y pasajes paralelos. También se habló siempre de la “misión de la iglesia” y de las “misiones”. Pero, la expresión missio Dei no es tan conocida. Aparentemente, se trata de una terminología antigua, pero que, según Johannes Verkuyl73, fue actualizada en una conferencia realizada en Willingen, Alemania occidental, en 1952. Esa conferencia realizó un giro copernicano en la comprensión de la misión, ya que estableció que “la misión es de Dios, no nuestra”. Del informe final de esa conferencia, surgió el concepto: “El movimiento misionero del cual tenemos parte tiene su fuente en el mismo trino Dios74. La missio Dei enfatiza la cuestión de “cómo Dios actúa en la historia y cómo se puede discernir la missio ecclesiarum, relacionandolo con este proceso de discernimiento de sus actos”75.
Por su parte, David Bosch analiza con profundidad el desarrollo del concepto de missio Dei señalando el papel decisivo que Karl Barth tuvo en ese proceso. Bosch76 dice que a Barth se le puede denominar el primer exponente claro de un nuevo paradigma teológico que rompió de manera radical con el acercamiento de la Ilustración. Bosch coincide con Verkuyl en indicar que fue en la conferencia de Willigen donde se recuperó el concepto de missio Dei, lo cual colocó a la misión “en el contexto de la doctrina de la Trinidad, no de la eclesiología o la soteriología. La doctrina clásica sobre la missio Dei como Dios Padre enviando al Hijo, y Dios Padre y el Hijo enviando al Espíritu Santo se amplió para incluir un “movimiento” más: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo enviando a la Iglesia al mundo”77. En esta perspectiva, la misión es un atributo de Dios mismo. La iglesia no tiene una misión que le sea propia, sino que Dios, en su soberanía y amor, comparte su misión a la iglesia para que ella participe en sus movimientos. En tono sincero, Bosch dice: “No podemos pretender de manera simplista que lo que hacemos es idéntico a la missio Dei: nuestras actividades misioneras son auténticas únicamente en la medida en que reflejan una participación en la misión de Dios”78.
Definida la missio Dei, es oportuno, entonces, reflexionar sobre su importancia y las conexiones que pueden establecerse con el reino de Dios. El tema es muy amplio; por ello, en esta oportunidad, solo enunciaremos lo que consideramos más importante.
En primer lugar, el concepto del Reino permite superar la tendencia eclesiocéntrica en la teología y la misión cristianas. Cuando la iglesia entiende la misión como si su centro fuera ella misma, reduce el propósito de Dios con su mundo. En rigor, el propósito último de Dios no se reduce a la salvación de “almas” o de “personas” o de “familias”, sino que consiste en la reconciliación del mundo. Pablo dice que “en Cristo Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo” (2Co 5.19). A la luz de este texto y de otros de la literatura paulina (como Romanos 8.19 y ss.), hay que entender “mundo” en un sentido comprehensivo, abarcando no solo la vida humana y salvación de las personas, sino también el mundo creado por Dios, ya que la esperanza cristiana no se reduce a un “cielo etéreo”, sino a “cielos nuevos y tierra nueva”. La teología del Reino permite que la iglesia salga de su claustro para evangelizar el mundo con la buena nueva de la reconciliación de todas las cosas, visibles en invisibles, presentes y futuras, terrenas y celestiales en Cristo. José Míguez Bonino, al referirse a esta superación del eclesiocentrismo, cita un trabajo de J. C. Hoekendijk, presentado en la conferencia de Willingen, que dice:
La concepción eclesiocéntrica, que desde Jerusalem (1928) parece haber sido el único dogma casi indiscutido de la teoría de la misión, nos ha aferrado tan estrechamente, nos ha enredado en una trama tan densa, que apenas podemos darnos cuenta de la medida en que nuestro pensamiento se ha “eclesificado”. De este abrazo asfixiante no escaparemos nunca a menos que aprendamos a preguntarnos de nuevo qué significa repetir una y otra vez nuestro amado texto misionero: “Este evangelio del Reino debe ser predicado en todo el mundo” y a tratar de hallar nuestra solución al problema de la Iglesia en este marco de Reino-Evangelio-Testimonio (apostolado)-Mundo79.
En segundo lugar, el Reino nos da una pista para entender la acción de Dios en la historia80. Es responder a la pregunta que en su tiempo planteaba Paul Lehmann: “¿Qué está haciendo Dios en el mundo?”. La incisiva pregunta era respondida a partir del concepto aristotélico de “política” y del testimonio bíblico de la acción de Dios: “Según la definición, podemos decir que política es la actividad y la reflexión sobre la actividad, que tiende a y analiza lo que implica hacer y mantener humana la vida humana en el mundo”81.
En palabras de Julio de Santa Ana:
…el propósito de la acción del cristiano es el mismo de la acción de Dios en Cristo: la humanización del hombre. De ahí que sea posible dialogar con aquellos otros movimientos o filosofías que, sin ser cristianos y por caminos distintos y hasta encontrados, también están comprometidos en la humanización del individuo. De ellos, también se sirve Dios, dado que están sujetos a Su soberanía82.
En tercer término, la teología del Reino da un marco teórico para el involucramiento de la iglesia en todos los movimientos sociales que, fuera de ella, también luchan por la justicia y la paz, aunque no estén explícitamente inspiradas en el reino de Dios. La iglesia puede participar, entonces, en esas luchas sin sentimientos de culpa ni prejuicios. Aquí, es necesario plantearse dos preguntas: ¿Cómo se relaciona el Reino con la iglesia? ¿Puede el Reino prescindir de la iglesia o la iglesia del Reino? A la primera pregunta, deberíamos responder qué es el Reino como esfera del gobierno de Dios en el mundo que crea la iglesia. Esta es una realidad temporaria, mientras que el Reino es eterno, el centro y la meta de la historia de la salvación. En palabras de Verkuyl:
El Reino es, por supuesto, más amplio que la Iglesia. El Reino de Dios es una realidad que lo abarca todo con respecto a ambos puntos de vista y propósito; esto significa la consumación de toda la historia; tiene proporciones cósmicas y cumple tiempo y eternidad. Mientras tanto, la Iglesia, la comunidad creyente y activa de Cristo, surge por la acción de Dios de entre todas las naciones para compartir en la salvación y el servicio sufriente del Reino. La Iglesia consiste en aquellos a los que Dios ha llamado para estar a su lado y actuar con Él en el drama de la revelación del Reino que vino y está viniendo83.
En la misma línea interpretativa, Carlos Van Engen subraya el carácter integral y transformador de la misión que surge del Reino, al afirmar que