Reino, política y misión. Alberto Roldán
rel="nofollow" href="#ulink_6ac2e1a7-0f84-5eb5-ab31-b3eeacf4560b">84. Y agrega: “Esta misiología de esperanza es profunda y creativamente transformacional, porque busca ser un signo del presente y futuro Reino de Dios”85.
La segunda pregunta planteada debe responderse negativamente: tanto el Reino como la iglesia son realidades íntimamente vinculadas, de modo que cada una remite a la otra. La iglesia constituye las primicias del Reino. Aunque la iglesia no es un objetivo en sí mismo, no por ello es “una entidad desdeñable —como al presente podría parecer— que podría sentir vergüenza de su llamado y buscar su redención en su propia destrucción. Las llaves del Reino fueron dadas a la Iglesia”86. Pero la iglesia no se predica a sí misma ni se nutre de sus propios valores, sino que proclama el reino de Dios y se nutre de sus valores, que son, según Pablo, justicia, paz, alegría y poder (Ro 14.17; 1Co 4.20). Aunque estas aretai (virtudes) también pertenecen a un lenguaje universal, lo cual se puede rastrear en la tradición filosófica, no siempre coinciden con los valores del Reino87. Por lo tanto, en cada situación histórica y cultural, hemos de discernir de qué justicia, paz, alegría y poder se trata. La justicia del Reino es, como Barth lo expresa en su comentario a Romanos, una “justicia aliena”, es decir, ajena a la producción humana; en otras palabras, una justicia que nos viene como expresión de la gracia divina actuando como respuesta a la fe. La paz no es una simple ausencia de guerra, sino el Shalom de Dios, que significa bendición y bienestar integrales88. Tampoco se trata de una alegría y poder de cualquier naturaleza, sino de la alegría que produce el Espíritu en la vida humana y de un poder que, lejos de ser despótico y dominante, está al servicio del prójimo. De todos modos, aunque debemos subrayar que no siempre han de armonizar los valores del Reino con los valores de la sociedad, no debemos poner límites a la acción soberana de Dios en la vida de las personas. Solo para citar un caso testigo: Cornelio, el centurión romano, según el relato de Hechos 10, tenía una comunión con Dios aun antes de su “conversión” al evangelio. El ángel le dijo: “Dios ha recibido tus oraciones y tus obras de beneficencia como una ofrenda” (Hch 10.4b). Esto debiera advertirnos sobre el peligro de negar toda acción del Reino fuera del ámbito eclesial. El Espíritu creador actúa en el mundo físico, preservando la creación y en el mundo de las personas más allá de su filiación religiosa. El Reino también puede actuar en ellas.
En cuarto lugar, la teología del Reino permite tomar la historia como el escenario donde se despliega la misión de Dios dentro de sus propias dinámicas y contradicciones. Esta cuestión se relaciona con dos hechos clave: el primero, la unidad de la iglesia como anticipo de la reconciliación de todas las cosas en Cristo y, segundo, el discernimiento del Reino en las contradicciones de la historia. Para el primer tema, es oportuno citar la reflexión de Emilio Castro en el sentido de que la concreción de la unidad de la iglesia como anticipo del Reino, se debe dar sin ignorar las divisiones y divergencias doctrinales que tienen sus raíces históricas, sociales, políticas y culturales. A partir de su propia experiencia en el espacio ecuménico, dice que “la búsqueda de unidad de la Iglesia y la visión del Reino de Dios como tema de nuestros esfuerzos, se concreta en los verdaderos conflictos que dividen a la humanidad, asegurando una tendencia de continuación del desacuerdo y la controversia en la vida ecuménica”89. En otras palabras, no se trata de una unidad idealista que termina por ser ineficaz, sino de una unidad en medio de situaciones de conflicto. Y, en lo que se refiere al discernimiento del Reino, quien con mayor agudeza ha trabajado el tema es Míguez Bonino en “El Reino de Dios y la historia”, en donde plantea una pregunta incisiva e inquietante: “¿Tienen los acontecimientos históricos —a saber, la acción histórica humana, con sus diversas dimensiones: política, cultural, económica— alguna significación en términos del reino que Dios prepara y ha de establecer gloriosamente en la parusía del Señor?”90. Su respuesta es positiva, pero, a la vez, distingue entre una búsqueda meramente noética (nous = mente) del Reino, propia de un diletante, y una búsqueda activa y comprometida. “Porque el reino no es un objeto a conocer sino un llamado, una convocación, una presión que impulsa […]. La historia, en relación con el reino no es un enigma a descifrar, sino una misión”91.
Conclusión
Este recorrido histórico por el modo en que la teología contemporánea ha concebido el reino de Dios, ha puesto de manifiesto los siguientes hechos:
Luego de las décadas del siglo XX en que el reino de Dios quedó obturado como tema teológico, por impulsos de la llamada “teología liberal”, particularmente por el aporte de Schweitzer y Weiss, el reino de Dios vuelve a ubicarse en la centralidad de las reflexiones teológicas.
Hay una gran diversidad de enfoques del reino de Dios que van desde una visión espiritualista e intimista —en sus versiones de la propia teología liberal y del pietismo en sus diversas formas— hasta una secularización del Reino, cuyas versiones estadounidenses están representadas por el Social Gospel, de Walter Rauschenbusch, y la obra de H. Richard Niebuhr: The Kingdom of God in America. Cada una de esas corrientes, tiene su propia dinámica, pero ambas coinciden en el intento de plasmar el reino de Dios en América (del Norte) con todas las influencias culturales e ideológicas que tal intento implica.
De los aportes sistemáticos al tema, podemos destacar los de Paul Tillich, Wolfhart Pannenberg y Jürgen Moltmann. El primero, porque reflexiona agudamente sobre las vinculaciones entre el reino de Dios y la historia. El segundo, debido a que realiza unas aportaciones a los temas de la relación entre iglesia y Reino y la crítica a una pretendida neutralidad de la iglesia en el área de lo social y lo político. En este último aspecto, aunque su crítica al marxismo es atendible, llama la atención —o quizás no tanto— que no haya ensayado ninguna crítica al capitalismo. Finalmente, el aporte principal de Moltmann consiste en tres aspectos: primero, la crítica al monoteísmo occidental que deriva en una monarquía absolutista —tema que surge de su diálogo crítico con la “teología política”—; segundo, la importancia de la Trinidad en su relación con el Reino, el cual, a partir de los testimonios bíblicos y la reflexión teológica, es redefinido como reino del Padre, creación y conservación del mundo; reino del Hijo, liberación de los seres humanos de toda esclavitud, y reino del Espíritu, fuerzas y energías de la nueva creación; tercero: el Reino trinitario se caracteriza por la libertad de toda clase de opresión.
En suma, la teología del Reino es la que ofrece el marco teórico que orienta a la iglesia en su participación en la missio Dei. Por lo tanto, coincidimos con Emilio Castro en el sentido de que “es difícil que se busque una claridad misionera desde una perspectiva que no sea la teología del reino”92. El presente trabajo ha sido un modesto intento para contribuir a la reflexión de este eje central en la vida y mensaje de Jesús y, por ende, en la vida y misión de la iglesia en el mundo de Dios. A partir de este marco teórico que sitúa al Reino en el lugar central de la misión, resulta necesario indagar sobre los modos en que ese Reino ha sido interpretado más recientemente en la teología latinoamericana, para efectos de establecer con mayor precisión el locus histórico, social, eclesial y geográfico de la missio Dei. A eso nos abocaremos en el próximo capítulo.
3 Wolfhart Pannenberg. Teología y reino de Dios. Salamanca: Sígueme, 1974, p. 13.
4 Emilio Castro. Llamados a liberar. Buenos Aires: La Aurora, 1985, p. 109.
5 En esta ocasión no analizamos la teología de Karl Barth sobre el reino de Dios en razón de que su tendencia a