Lecturas de la animita. Claudia Lira Latuz

Lecturas de la animita - Claudia Lira Latuz


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que algunos están serios, uno que otro triste, los demás posan, incluso algunos tímidos o nerviosos esbozan una leve sonrisa. El niño de pantalón corto es mi padre. No sé a quién despiden tampoco existe alguien a quién preguntarle. Lo que hacen, la acción no parece ser algo extraño para ellos. Podríamos decir que la familia reunida por este acontecimiento deja un recuerdo del momento, así el “evento” fue incluido dentro del álbum familiar.

      La siguiente imagen es una fotografía de mi bisabuela materna con su hija, la gemela de mi abuelo quien fue rescatada del anonimato en el estudio del fotógrafo Francisco Arenas, activo en Santiago desde 1895, a fin de ratificar y conservar su presencia en la familia.

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      Recuerdo que le pregunté a mi madre por la mujer de la fotografía. “Es la mamá de tu abuelo, ella era francesa”, comentó. Miré larga y profundamente la imagen reconociendo los rasgos de mi hermana en los de mi bisabuela. Tras lo cual le pregunté por los ojos cerrados de la niña, ya que pensé en silencio que si se hacía tamaño esfuerzo de estar tan bien vestido y en un estudio, lo mínimo era que la niña mirara la cámara. Es la hermana de tu abuelo, me dijo, y al insistirle por qué no la recordaba, agregó: “Es que está muerta”. De esta manera, me enteré con sorpresa que la niña de la fotografía era un angelito. Debo reconocer que no supe qué era sino muchos años después de mi encuentro con la imagen. La había mirado muchas veces sin sospechar ni siquiera saber lo de la tradición respecto de los niños fallecidos considerados ángeles, a los que se les cantaba y festejaba de un modo especial. Todavía me causa impresión su gesto, el rostro de la madre, mi bisabuela, su dolor/amor retratado/detenido en esa urgencia por resguardar la imagen del amor en una fotografía con su hija muerta. La imagen fotográfica como sustituto concreto del cuerpo del que deja de estar corporalmente entre nosotros.

      Hay algo secreto en ese acto, algo que necesitamos hacer en el momento de la pérdida. La última imagen, como la fotografía del fallecido en la animita, que expresa su esencia, la manera en que lo queremos recordar. Para la gente, el último hálito del fallecido carga un espacio dándole un sentido, una identidad; de la misma forma lo hacen los restos del accidente, sus cosas amadas como nexos materiales, concretos y reales con aquel que permanecerá en otro espacio para siempre, pero que vendrá en auxilio de quienes pedirán por el descanso de su alma, para que los favorezca en las necesidades imperantes de la vida.

      Sabemos que la animita se instala en la vía pública a raíz de un hecho fatal, la muerte repentina y cruenta. A partir de ese momento se sacraliza ese espacio, purificado y enrarecido por la sangre derramada, que clama justicia y ayuda por medio del ritual: la instalación paulatina de velas, flores, objetos y, finalmente, de la animita misma que cumple la función de anclar el alma errante al sitio del fallecimiento. La animita comparece como el nuevo cuerpo del ánima, en él puede refugiarse y descansar, ya que como lo establece la tradición, “quien se cae compra el lugar”, y en su caso, la caída ha sido absoluta, definitiva.

      Así, la animita viva y en expansión territorial es un fenómeno de encrucijada en cuanto a que puede ser leída desde lo estético, religioso, lo social, lo psicológico y filosófico. Debido a esto nuestro coloquio tiene la intención de poner en escena y en debate la presencia dinámica del objeto y del culto, a fin de rozar su sentido patrimonial como expresión de una identidad, tanto en sus aspectos tangibles, a saber: formas, ofrendas, entre otras cosas; e intangible, creencias y actos en torno a la muerte trágica. Reflexión que se hace urgente, pues desde hace un tiempo es intervenida desde la cultura dominante a partir de la modernización de Santiago, con una propuesta estética de las concesionarias de las autopistas de una animita estándar, que propone una estética en donde no intervienen los creyentes ni los deudos. Al mismo tiempo está siendo resemantizada por movimientos externos a su principal razón de ser, levantándola como símbolo de una lucha en torno a la circulación de las bicicletas por la ciudad. Por otro lado, vivimos la llegada de animitas allende los Andes, como la de la Difunta Correa y la del Gauchito Gil. Así, el coloquio “Lecturas de la animita” surge como una necesidad de reflexión, en el contexto actual, justamente porque necesitamos repensar lo que acontece en torno a este objeto/creencia que nace y crece a lo largo del país.

      El coloquio, además, se ofrenda a la memoria de todos los fallecidos el año pasado en Chile y este año en Japón. En homenaje a Amalia, alumna del Instituto de Estética que perdió la vida en un accidente en agosto del 2010 y a María Angélica Pérez, abrazada por el mar en Juan Fernández. De esta forma, iniciaremos nuestro encuentro reflexión, dando “gracias a las animitas por los favores concedidos”.

      PÍA READI GARRIDO

      El culto a las animitas es un fenómeno popular que abarca todo nuestro país, de norte a sur y se encuentra presente en pueblos y ciudades. Estas señalan el lugar exacto donde ocurrió un accidente, homicidio o alguna muerte trágica e inesperada. Son construidas como señal, recordatorio, homenaje o por miedo a que el alma del difunto quede vagando y moleste a las personas que viven en el sector.

      Seguramente muchos se han preguntado: ¿cuál es el origen y procedencia de esta manifestación popular? ¿Por qué existe en Chile y otros países sudamericanos? ¿De dónde proviene la idea del mundo de los vivos y el mundo de los muertos?

      Lo cierto es que pocos chilenos conocen las respuestas a estas interrogantes, quizá solo los especialistas en el tema han indagado en ello, ya que en general se ignora por completo su origen, que forma parte de la identidad religiosa y cultural de nuestro pueblo.

      El origen de las animitas se remonta al momento en que los pueblos originarios debieron aceptar la imposición de costumbres españolas al comienzo de la colonización, produciéndose la destrucción de las bases culturales y la eliminación de prácticas genuinas del pueblo indígena, puesto que los españoles rechazaban cualquier experiencia religiosa que no fuera cristiana.

      En el texto El rumor de las casitas vacías Claudia Lira señala que a raíz de esta situación se produce la combinación entre costumbres católicas provenientes de España, como por ejemplo el culto a los santos a los que se le puede pedir favores y, las costumbres basadas en la devoción a los antepasados, característico del pueblo indígena, el cual señala que los muertos cuidan a sus parientes y se quedan cerca de ellos, son parte viva y activa de la comunidad y de la familia.

      El padre Raúl Feres confirma el origen de las animitas, señalando que en ellas hay “una perduración de fenómenos indígenas anteriores a la conquista española”. y agrega que el objetivo es “hacer del muerto un antepasado” que pasa a ser un mediador que habita junto a los dioses, pero sigue unido a los hombres por lazos que perduran en la mente de los vivos (6). Por su parte, los vivos deben recordarlos y rendirles culto.

      La muerte considerada como parte importante de la vida no es una tragedia ni el final de la existencia. Por el contrario, es la continuidad de la existencia, es un paso más que da el ser humano de manera natural de esta a la otra vida. Es decir, “la muerte es como una conclusión, cumplimiento y culminación de una etapa de la vida” que abre la puerta hacia la otra (Bascopé: 272). Además, el difunto podrá estar en el más allá y también en el mundo de los vivos, porque la muerte no es más que una separación aparente. El muerto ha cobrado nueva vida, sigue existiendo, sufre o es feliz; “es alguien que sigue estando allí presente” (Feres: 7). Por otro lado, el cristianismo consideraba esta creencia inútil pues los muertos no necesitaban ser enterrados con sus objetos, ya que al lugar a donde irían no requerirían de nada.

      De ahí que la preparación del equipaje del difunto sea un tema relevante, porque se debe acondicionar el cuerpo para el viaje, y la idea es “proveerle de todo lo que un ser humano necesita para una larga travesía. Se cree que el alma del difunto caminará mucha distancia, donde puede que pase hambre, tenga sed o pase frío. Todas estas cosas se colocan cuidadosamente junto al cuerpo del finado, de


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