Lecturas de la animita. Claudia Lira Latuz
señala que en el imaginario popular chileno, junto con el sentimiento de la muerte como destino inevitable con características trágicas, existe una percepción un tanto burlona de ella. Muchos le llaman la “pelá” como una manera de reírse de la muerte.
Pero el profesor Sepúlveda va más allá, al hacer referencia a una concepción de muerte como “muerte-vida”, según la cual el fallecimiento de una persona no es más que un paso de una vida a otra, más plena y auténtica (Sepúlveda, Patrimonio Cultural: 2005). Visión en espiral del fenómeno que resulta particularmente interesante, al momento de analizar los ritos que se celebran bajo estas concepciones.
El gran rito de muerte-vida es aquel en que se vela a un niño que según la conciencia popular no ha llegado a la madurez propia del ser humano pecador. Aquel niño, que en palabras de Nicasio García:
San Miguel le pesó el alma / Que fue la mayor fortuna
Por no tener culpa alguna / Ganó el premio de la palma [sic]. (Para un ángel, 223).
En estas circunstancias, entiende el pueblo que se trata de un angelito enviado por Dios como mensajero a la comunidad y, por ende, su despedida debe ser sin llantos, con un carácter sagrado, en medio de un marco ritualizado, pero también festivo.
Así, se debe agradecer por la gracia de Dios de haber enviado un angelito a bendecir a una familia y, por intermedio de esta, a una comunidad toda. Por esto, el velorio también es una celebración. En él se bailan cuecas, se come y se toman “gloriaos”, con la condición de que “no se note pobreza”. Todo con el fin de festejar el ascenso del angelito al cielo:
Viva el angelito, pues, / que con sus brillantes alas
Ha subido las escalas / del palacio del gran juez,
Está donde no hay doblez / ni dolores, ni mentira,
Donde nunca se suspira / porque la pena no existe
Por eso no es canto triste / el que el angelito inspira (Rolak, A lo divino. Tonada del angelito: 225).
Siguiendo a Pancracio Celdrán, ángel proviene de la voz griega angelos, que significa “enviado, por ser oficio propio de ellos [de los angelitos] venir a la tierra con mensajerías divinas y socorrer a los hombres y hacerles sabedores de la voluntad de Dios” (Celdrán: 40). Es por esta misión divina del angelito que al carácter eminentemente festivo del velorio, se le suma alternadamente una atmósfera seria y solemne de un rito con estela sagrada, que por su concepción circular tiene su semántica al servicio de un mito.
Es cuando los cantores a lo divino, invitados de honor, entonan sus composiciones con que la fiesta se tiñe de una atmósfera de solemnidad. El niño es velado con una túnica blanca (alba), se sienta en una silla chiquita, desde donde preside la ceremonia y, por cierto, la fiesta, y se le maquilla para que parezca aún vivo. Los cantos a lo divino por el velorio de angelito poseen una estructura circular. Solo es posible cantar a los angelitos bajo el estilo formulario de la décima. En opinión de Fidel Sepúlveda, la décima:
Privilegia el decir ritual, formulario, esto es, las cosas que se dicen bien, que no se dicen bien de cualquier manera. Hay ciertas cosas que para decirlas bien hay que encontrar el modo de decirlas, porque de otro modo no aceptan ser dichas. Este es el criterio de valor que está en la base del culto a la décima, pieza clave del Canto a lo Poeta (Sepúlveda, El canto a lo poeta…:39).
En primer lugar, se cantan los versos por saludo, en que se agradece la asistencia al velorio. Luego continúan los versos por padecimiento, cuyo tema es de dolor cristiano. Seguidamente, se cantan los versos por sabiduría, cuyos temas bíblicos no tienen relación especial entre sí, ni con el rito; y, por último, al alba, con los primeros rayos de la aurora, se cantan los versos de despedida (despedida del angelito), que resultan particularmente interesantes, puesto que en estos el cantor popular se torna mediador de la voz del ser sagrado que se despide. El poeta presta su voz para que el niño pueda pronunciar sus últimas palabras antes de irse por fin y para siempre de la tierra. El poeta asume la función de voz mediadora y su lugar de enunciación es el alma del pequeño niño que deja su cuerpo material para pasar a otra vida, más plena y abundante. Es por esta razón que los cantores a lo divino son centrales en estas ceremonias.
La rueda de los cantores/A la derecha del ángel, En nombre de los arcángeles/Que canten en los bordones. Si afligen los corazones/la voz de los fundamentos Cantando/padecimientos, saludo y sabiduría,/que sigan por despedida del mundo y sus elementos./Qué lastimoso es el canto, y el tuntuneo sagrao,/qué fragancioso el gloriao, en la tetera va queando./Malazo es velar con llanto, a tan dichoso angelito/que vuela al cielo infinito llamado por el Señor;/cantémosle sin dolor, ángel glorioso y bendito [sic]. (Parra: 123-124).
Nos dice Violeta Parra. y es esta última parte del rito, la de la despedida del angelito, la que nos interesa, especialmente por su fuerte carga simbólica y sagrada. El corpus escogido es una serie de liras populares del siglo XIX, cuya composición se basa en este momento del rito.
Uno de los temas más recurrentes en estas composiciones es la idea de que a un angelito no se le debe llorar, porque con el llanto se le mojan las alitas, imposibilitándole así su ascenso a los cielos. El angelito es una bendición para la familia en que (murió) nació. Esta, dentro de la comunidad, es escogida por Dios. Así, José Hipólito Cordero cuando asume el trance de prestar su voz para que el angelito hable, dirá:
Les pido que no hagan duelo/A todos mis descendientes, a rogar por mis parientes/Me voy con Jesús al cielo [sic]. (Despedida de ángel:224).
Según el sentir popular la única persona que tiene autorización para llorar es la madre del niño. Es por esta concesión que el angelito en su canto le pide expresamente que no lo haga. Rosa Araneda dirá:
Al fin ya es hora marchemos/Madre no me llore tanto Le advierto que con su llanto/Quita lo que merecemos (Adioses de angelito: 165).
Pedro Villegas, cantando por el angelito, señalará:
Adiós madre celestial/Ya me despido de usted Advirtiéndole de que/Por mí no vaya a llorar [sic] (Despedida de ángel: 222).
El niño que muere a corta edad va derechito al cielo, es por esto que se celebra. En ese lugar serán Dios y la Virgen María quienes asumirán su crianza. José Hipólito Cordero dirá:
Adiós mi madre querida,/La más triste Magdalena, No llore ni sienta pena/Que yo me voy con María [sic]. (Despedida de ángel, 224).
Daniel Meneses por su parte, hará énfasis en esta idea de que el velorio debe ser de celebración, puesto que su alma es salva. Así señalará:
Adiós, mi madre querida,/Ya se le va su hijo amado; No llore ni tenga pena/que voi a ser perdonado [sic]. (Versos a lo divino. Despedida de angelito: 225).
y José Ortiz esgrime como argumento la intercesión que hará el angelito en el cielo por su madre:
Adiós pues, madre querida,/ ya se le va su hijo amado No llore ni tenga pena/que un día vendrá a mi lado (Despedimento: 226).
Pero, ¿por qué la muerte de un niño pequeño es motivo de celebración y regocijo para el pueblo? ¿Qué significación tienen todas estas argumentaciones que el niño hace frente a sus padres en la voz del intérprete para que no lloren su partida? ¿Cuál es el mito que sustenta un rito tan profundo en su dimensión estética y antropológica? y ¿cuál el desequilibrio simbólico que el rito pretende subsanar?
Una tesis provocadora es la que plantea Gabriel Salazar en su importante trabajo Ser niño huacho en la historia de Chile, situando su estudio precisamente en el siglo XIX. En el trabajo, Salazar asume la voz del huacho chileno para analizar social y culturalmente los fundamentos de esta categoría identitaria. Para el autor, el rito del velorio del angelito en pleno siglo XIX, en que el proletario estaba condenado a la más profunda miseria, respondía a un alivio tanto para los padres como para el niño, que de otra manera habría tenido que sufrir los embates de la más cruda pobreza y miseria: “¡De más valía un niño muerto y en el reino de los cielos que vivo, hambriento y estorbándolos [a sus padres]