Lecturas de la animita. Claudia Lira Latuz

Lecturas de la animita - Claudia Lira Latuz


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del poeta popular Rolak. En efecto, y en esta misma línea argumentativa, el poeta dice:

      Crece el hombre malamente,/arrastrando su cadena Por eso no causa pena/ver morir a un inocente (A lo divino. Tonada de angelito: 225)

      y más tarde plantea un cuadro del destino de los niños chilenos pobres del siglo XIX, que resulta muy parecido a lo descrito por Salazar. Rolak anota:

      Crece y de azotes le dan/Extraños, padres y amigos, Si de frío pide abrigos, /Si de hambre pide pan; Nadie ofrece su gabán, /Del pobre nadie se apena, Hasta que su alma se llena/De clamor en balde al Cielo, Roba i mata i alza el vuelo, /Arrastrando su cadena [sic]. (A lo divino. Tonada de angelito: 225).

      Su destino será la cárcel o la miseria extrema, por eso:

      Bienvenido sea el ser/que solo deja en el mundo, La existencia de un segundo/cuando le toca nacer, Ignorando el padecer/i limpia i pura la frente, Como cristal trasparente, /irá derecho a la gloria. No es pues una triste historia/ver morir a un inocente [sic]. (A lo divino. Tonada de angelito: 225).

      Cabe destacar que no hemos encontrado más liras de canto por angelito que toquen este mismo tema. No obstante, creemos que la poesía de Rolak viene a dar un fuerte espaldarazo a la propuesta de Salazar. Leídos así, los cantos de despedida de angelito resultan iluminadores en cuanto al desequilibrio social y de clase vividos durante el siglo XIX. Pero creemos que este análisis no alcanza a representar la profundidad estética y antropológica que encarnan estas composiciones rituales y, por cierto, no responde nuestra pregunta en torno a la razón profunda que sustenta la fiesta en este rito. En efecto, la fiesta en el velorio de angelito no es una celebración espuria, no se explica solo por festejar una muerte más conveniente que la vida para una clase social. Para contribuir en este gesto hermenéutico, se intentará desentrañar el mito que existe por detrás de este rito.

      Un mito es una metáfora, un entre, signo en tensión, que más que mentira, expresa verdad. Una verdad tan honda, que las simples palabras referenciales se quedan mudas. y se hace necesaria la emergencia de un nuevo lenguaje, más poético, un lenguaje flotante, tanto como la omnipotencia de lo que se quiere nombrar. y es que nadie puede pensar que es fácil definir lo divino. Para revelar el ser, es necesaria la poesía. y el mito es poesía. Mediante el mito se pretende definir el ser del universo. Teniendo presente esto y no abandonando del todo la propuesta de Salazar, podemos establecer que el desequilibrio que el rito de angelito intenta ordenar es la dura realidad vivida por la clase obrera durante todo el siglo XIX. Recordemos que la categoría “huacho” se asentó y fijó en esa época, llegando a constituir incluso motivo de preocupación para las políticas oficiales.

      De la misma manera, la clase hegemónica dominante fue vista por parte del pueblo como la causante de grandes abusos contra las clases populares. La Iglesia católica fue asimilada a los futres, principalmente por la sintonía de los intereses de esta con los de la oligarquía chilena. En palabras del investigador Maximiliano Salinas: “Las clases populares, progresivamente, fueron abandonando la religión oficial, sostenedora de una política de esta índole” (19). Dando espacio así para el afianzamiento de una religiosidad popular, que entre otras cosas manifestaba esta clase de ritos de paso llenos de excesos alternados de las más serias ceremonias.

      El poeta Pascual Salinas expresaría así el dolor de la realidad histórica de la clase proletaria chilena:

      La Virgen plantó una flor/en los jardines del cielo le dio agua para el riego/sol y luz para el calor. Se la presentó al Señor/con alma pura y serena pero Dios tuvo gran pena/el día que floreció porque la flor se tiñó/de roja sangre chilena (Virgen María: 197).

      Esto ya nos da pistas acerca de lo que el mito, como metalenguaje, intenta sanar. Es en el cielo donde crece la flor que sangra por el dolor del pueblo chileno. Una conexión que existe con un lugar mítico que es visto por el imaginario popular como un lugar idílico donde no hay penas, sufrimientos ni abusos. El cielo es descrito por El Loro, un poeta popular, con:

      Oro puro i pedrería/felicidad i consuelo nunca noche i siempre día/es la descripción del cielo [sic]. (Descripción del cielo: 230).

      El cielo para el chileno popular del siglo XIX será aquel lugar donde no haya diferencias tan abismales como las del Chile histórico. Ese lugar es una especie de correlato del campo chileno, pero a diferencia de este, en el cielo no se van a producir injusticias ni abusos. En el cielo, por ejemplo trillan a la usanza del hombre de campo, pero el fruto de esta trilla es distinto al de la tierra:

      En el cielo están trillando/un trigo que es un tesoro las espigas de diamante/y los granitos son de oro (Manuel Jesús Bustamante, La trilla del cielo: 231).

      También el cielo es el lugar propicio para la fiesta. Hasta los santos festejan y bailan tal como lo hacen los campesinos en el rito de velorio de angelito en su intento de actualizar el mito.

      Nuestra madre Carmelita/fue la reina de la fiesta le bailaron una cueca/San Ciriaco y Santa Rita Al fin ella los invita/a servirse un trago e vino qué prefieren blanco o tinto/dice a todos San Simón y disputan el campeón/San José y San Saturnino (Moisés Jorquera, Rodeo en el cielo: 231).

      Así, queda planteada nuestra tesis en torno a la razón de ser de este rito. Es festivo el velorio de angelito, porque el cielo, en in illo tempore, es una constante fiesta. El mito de una tierra justa donde los órdenes se inviertan es lo que opera en estos ritos de paso. Un sentimiento estético-antropológico profundo sustenta el ritual del velorio festivo. Como señala Sepúlveda: “En la fiesta nuestra piel recibe la interpelación del mundo de lo humano y lo divino” (Fiesta y Vida: 94).

      El velorio se da con un afán carnavalesco, pues se espera utópicamente que el orden social y económico de dominación se invierta. Es por esto que se vive el rito. Es por esto que no se puede llorar. Revivir el mito de la tierra sin sufrimientos, se hace actualizando el constante jolgorio, que en el cielo se vive, porque en el siglo XIX, al decir de Salinas: “La conciencia carnavalesca era, de un modo significativo, el triunfo de la infancia y de la animalidad primordial, de los débiles e incapaces, por sobre la civilitas del sistema de dominación” (Salinas: 140).

      Asimismo, en el velorio de angelito se entroniza al niño cuyo destino inminente habría sido ser parte de los “huachos” del período, de no haber muerto. En el ritual, el orden se invierte y el niño pasa a ser el personaje más connotado dentro de la comunidad. Al igual que Cristo (símbolo que entraña la lógica del carnaval bajtiano), el niño vino a la tierra a vivir entre los miserables, pero su ascenso al cielo es en medio de gloria, destajo y abundancia.

      Usando y quizá abusando del paradigma estético de Sepúlveda, podemos establecer que el rito está conformado por “escrituras de instantes en que arden astillas de eternidad”, en el illo tempore del rito se actualizaría la belleza y la vinculación con lo trascendente. En este tiempo mítico que se revive en el rito emerge el ser de las cosas: de lo humano y lo divino.

      Por eso, se canta y baila, se come y se bebe. En el acontecimiento de la fiesta, se revela el ser en un tiempo-espacio sagrado. El rito de velorio de angelito es la “búsqueda por encarnar el habitar perdido in illo tempore”. Lectura estética y antropológica de un arte-vida, de la vida como vínculo con lo divino.

      Al menos para quien escribe esto, era una necesidad generar una lectura como la propuesta, lectura que es siempre también elaboración y, por ende, no está cerrada. Pero intentamos complementar la tesis de Salazar, lo hemos hecho porque creemos profundamente en lo que dice Adolfo Colombres, en torno a que: “La verdad no es sólo una propiedad de los acontecimientos: también el imaginario social la expresa. Todo mito es la condensación histórica de una verdad, un paradigma que se vivencia” (9).

      De esta manera, la celebración de la muerte es, en realidad, la celebración de la vida, la verdadera vida, la vida justa, la vida divina, del jolgorio, de la celebración, del comer y beber “sin que se note pobreza”, puesto que en el cielo la pobreza no existe. Así, como siempre sabiamente aconsejó –Fidel Sepúlveda–: “Importa, para auscultar el sentido de la vida de un pueblo, el auscultar el sentido de la muerte.” (El canto a lo poeta:


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