Saint X. Alexis Schaitkin
y voy a traer una estrella de mar y un perro —dice la pequeña.
Es tan peculiar su apariencia como lo es atractiva la de su hermana mayor. Su cabello es casi blanco, su piel extremadamente pálida. Ojos grises, labios blanquecinos. Estas características combinadas dan una impresión tan llamativa como sencilla. Ésta es Claire, de siete años; Clairey, para su familia.
—Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una estrella de mar, un perro y un piccolo.
—Un piccolo —susurra Claire. Sus ojos se agrandan con sorpresa.
El padre hace señas a uno de los hombres que atiende en la playa. Hay dos, ambos de piel oscura, con pantalones y camisetas tipo polo blancas, con la insignia del resort bordado al frente con hilo dorado. El “flaco” y el “gordo”, eso es lo que viene rápidamente a la mente de los huéspedes. El hombre que se acerca a la familia es el flaco, Edwin.
Cuando se acerca, Alison se sienta y se alisa el cabello.
—¿Cómo se encuentran esta mañana? —pregunta.
—Excelente —dice animada la madre.
—¿Primera vez en nuestra isla?
—Sí —confirma el padre—. Llegamos ayer por la noche.
Las vacaciones familiares las hacen en un resort diferente en una isla distinta, cada invierno, por una semana. Esto les proporciona el respiro suficiente, fuera de su suburbio nevado, para enfrentar lo que queda por venir en los próximos meses de oscuridad y frío. Han visto palmeras doblarse para besar la arena. Han visto el agua tan pálida como los glaciares y han caminado sobre arena tan suave como la crema. Han visto el sol transformarse hasta ser una yema gigante anaranjada que se rompe y se desparrama sobre el mar al final del día. Han visto el cielo nocturno triunfante con finas estrellas azules.
—Hoy nuestra isla está mostrando su día más hermoso para ustedes —hace un gesto con su delgado brazo hacia el mar—. ¿Qué puedo traerles esta mañana?
—Dos ponches de ron y dos ponches de frutas —dice el padre.
Alison suspira ligeramente.
El flaco regresa un rato después. (Demasiado tiempo, piensa el padre, como piensan todos los padres que están en esta zona de la playa, el flaco es un parlanchín y además lento.) Trae en una bandeja las bebidas adornadas con cerezas de Maraschino y flores de hibiscos.
—Tenemos un partido de voleibol esta tarde —dice—. Espero que nos puedan acompañar.
—¡Oh, cariño, eso te gustaría! —la madre le dice a Alison.
La chica se voltea para mirarla. A pesar de que trae los lentes oscuros, la madre sabe que su mirada es fulminante.
El flaco aplaude.
—Excelente. ¿Contamos con usted, señorita?
La chica se ajusta los lentes oscuros:
—Quizás.
(Últimamente ha desarrollado un gran talento para expresar las palabras más inocentes como veladas insinuaciones. Su madre se ha dado cuenta de ello.)
—¿O más bien somos de las que tomamos el sol, no? —dice el hombre.
Alison se sonroja.
El padre toma su cartera y extrae algunos billetes del grueso fajo que sacó ayer del banco. (¿Fue realmente ayer? Ya estaba empezando a sentir el efecto mágico y rejuvenecedor de la isla.)
—Gracias, señor.
El flaco mete el dinero en su bolsillo y sigue su camino por la playa.
—Tipo agradable —dice el padre.
—Sí, amigable —coincide la madre.
—¿Bueno? —dice el padre levantando su copa.
La madre sonríe. Clairey mira detenidamente su cereza. Alison revuelve su bebida con una estudiada desgana.
—¡Por el paraíso! —dice el padre.
Bajo el hiriente sol de la tarde, el gordo hace su recorrido por la playa, deteniéndose en cada grupo de sillas: “El partido de voleibol comienza en cinco minutos”, dice suavemente. Mueve la cabeza de manera incómoda, ajusta el cuello de su camiseta y continúa su marcha. Los huéspedes lo miran. Es grande, de ese tipo grande que llama la atención. Éste es Clive, Sasa, para quienes lo conocen.
—¡Más te vale vender bien mi partido, man! ¡Nos faltan cuatro jugadores! —el flaco le grita con las manos alrededor de la boca desde la cancha de voleibol—. ¡Voleibol para campeones! ¡Última llamada!
La gente que despierta lentamente de la siesta o está leyendo agita la cabeza frente a ese griterío y sonríe indulgentemente. Asume que este flaco es un elemento importante en estos ambientes, él garantiza la energía necesaria en la playa y el sentido de la diversión con sus pretenciosas y al mismo tiempo pegajosas palabras.
Alison se quita los auriculares y se pone de pie.
—¿Quieres venir a verme jugar, Clairey? —le tiende la mano a su hermana.
Mientras las hermanas cruzan por la playa hacia la cancha de voleibol, hombres jóvenes también se levantan de sus sillas y se dirigen casualmente tras ellas. Al final, sí tenían ganas de jugar voleibol.
El flaco va contando el número de jugadores: uno, dos, uno, dos. Claire se sienta en la orilla.
—Tú eres mi par extra de ojos, pequeña señorita —le dice haciendo una mueca mientras le revuelve el pelo; ella se estremece con este contacto.
Justo antes que el partido comience Alison se quita la túnica, la saca por encima de su cabeza y la deja caer en la arena junto a su hermana. Los ojos de los demás jugadores se dirigen hacia ella, percibiendo, mientras tratan de aparentar que no miran, la gran cicatriz rosa con forma de caracola en su vientre. Por un momento ella se queda totalmente quieta, todos participan en este instante de su espectáculo secreto. De repente da un golpe a la pelota que está en la arena y la lanza por los aires.
En realidad, no es un gran partido. Algunos preparatorianos, universitarios y padres jóvenes con evidente aptitud física; una mujer que esquiva la pelota cada vez que le llega; un marido y su mujer, ambos treintañeros, él con una pequeña barriga visible sobre el resorte del traje de baño color rosa con diseño de delfines, ella con un cuerpo perfecto, clara evidencia de frenéticas horas invertidas en el gimnasio; también hay un hombre muy hábil cuyo exagerado compromiso con el juego (clavadas innecesarias y agresivas, y una incómoda y frecuente repetición de la frase “un consejito” cada vez que pretende motivar a su equipo para que no pierda el ritmo) comienza a poner muy nerviosos a los demás jugadores en poco tiempo.
Mientras el juego avanza, los participantes van comentando los típicos temas. Se ha dicho que dos parejas son de Nueva York, una de Boston y otra de Miami. La mujer que esquiva constantemente la pelota es de Minneapolis. Un hombre que viene de Chicago para celebrar su luna de miel ha dejado a su esposa en la habitación; aparentemente el langostino de la cena estaba pasado, lo que la obligó a quedarse refugiada.
—Me dijo que la dejara sola —añade de inmediato—. Dijo que no tenía sentido que los dos nos perdiéramos el día, si de todos modos no iba a ser de ninguna utilidad mi presencia en la habitación —repite las palabras de su esposa, mientras frunce el ceño, en ese momento se le ocurre que quizá pudo haberla entendido mal y está cometiendo el primer gran error de su matrimonio.
—Bienvenido a los próximos cuarenta años de tu vida —dice el hombre súper comprometido. Él y su mujer llevan dos días en Indigo Bay. No lo malinterpretes, él está bien, pero ellos preferirían estar en Malliouhana en Antigua, ¿o era Anguila?, ese lugar donde estuvieron el año pasado. La pareja de Miami tiene amigos que dan la vida por Malliouhana—. ¿Somos los únicos que creemos que la comida aquí es bastante mediocre?
La mujer de Minneapolis dice que la comida aquí es deliciosa pero exageradamente cara.