Saint X. Alexis Schaitkin
es lo que ellos dicen. Pero en realidad es porque somos público cautivo —corrige su mujer.
—Y el servicio es un asalto.
—Cuando llega la cuenta, yo ni miro. Solamente me limito a firmar.
—¡Tipo listo!
—¡Casi, cariño! —dice la mujer del hombre del traje de baño de los delfines cuando él saca y estrella la pelota en la red. Este traje de baño lo avergüenza, pero fue un regalo de ella, y estaba tan emocionada cuando lo vio, que no quería ofenderla si lo regresaba, aunque él sospecha que ella estaba emocionada no porque creyera que a él le haría feliz, sino porque a ella le hacía feliz. En el fondo ella quería un marido con quien no tuviese que ser tan seria. Él se dio cuenta de esto, pero no dijo nada, sabía que sería cruel y no tendría sentido hacerle ver que, a veces, el resultado de ciertas intenciones es terrible aunque su origen fuera bienintencionado. Cuando se separen dentro de tres años, él se dará cuenta de cuántas cosas había percibido en silencio, de cuánto tiempo perdió sonriéndole mientras en su mente no paraba de criticarla.
Se inició una discusión sobre los pros y los contras de la variedad de excursiones ofrecidas por el resort. Alguien pregunta si el viaje para hacer snorkeling en Carnival Cay merece la pena.
—Fuimos ayer. Verás tantos peces que te sentirás enfermo —dice uno de los maridos de Nueva York.
Alguien ha escuchado que la excursión de buceo al sitio donde hay un barco que se llama Lady Ann, y que se hundió debido a un huracán hace cincuenta años, no deberían perdérsela. Alguien más estuvo por la mañana jugando al golf y puede reportar que es fantástico el campo. La mujer del hombre del traje de baño de delfines ha decidido no ir al tour de la plantación de azúcar y la destilería de ron. Otro esposo de Nueva York recomienda un pícnic romántico en Tamarind Island. La playa es exquisita. Él y su mujer tuvieron todo el lugar sólo para ellos. Él no menciona los pétalos de rosa falsos que constantemente se encontraba en la playa enterrados en la arena, así como restos de otras excursiones de pícnics románticos; tampoco cuenta cómo ha tenido que enterrar este recuerdo en su mente, amargando su memoria, cuando sabe que fue una experiencia agradable.
Los chicos que seguían a Alison por la playa incluyen a un chico bajito y musculoso que trae anudada al cuello una gargantilla de fibras de cáñamo; un chico con una camiseta con las letras griegas de su fraternidad universitaria; un chico rubio alto, quien bajo presión, acepta que estudia en Yale. También hay una chica que estudia Comunicaciones. Por algunos minutos intercambian nombres de gente conocida para ver si alguien tiene algún amigo común. La exnovia del chico de la gargantilla de cáñamo está en la clase de Psicología del Desarrollo con el chico de la fraternidad.
El compañero dormilón de la chica que estudia Comunicaciones forma parte de una orquesta junto con el chico rubio de Yale. El chico rubio toca el violonchelo. Se irá de gira a San Petersburgo en marzo.
—Qué pequeño es el mundo —dice el chico rubio cuando se da cuenta de que un compañero suyo de futbol soccer del bachillerato está en el dormitorio de Alison en Princeton.
—En el sentido de que nuestros mundos son pequeños —replica Alison.
Él ríe.
—Buen punto, Ali.
—Alison.
—Buen punto, Alison.
Los jugadores sacan y clavan la pelota, de fondo tienen un paisaje dicromático de arena y cielo. Se agarran las rodillas y dicen “Uf” después de alguna jugada aeróbica. Miran a Alison. Ella salta y clava, se lanza por la pelota sin miedo. Su cuerpo es ágil y atlético. Incluso cuando está sin moverse, hay una energía a punto de estallar. Cuando la mujer del hombre con el traje de los delfines descubre que está viéndola, él finge estar muy concentrado observando el océano.
Desde su sitio en la playa, Claire mira y se pregunta si ella tendrá de mayor esa belleza contenida en los movimientos de su hermana. Lo duda, pero eso no la pone realmente triste. Es suficiente con disfrutar la calidez de la luz que emana su hermana.
Cuando termina el juego (victoria para el equipo del caballero súper comprometido, que ahora dice que lo importante es divertirse), el rubio se acerca a Alison. Hablan un poco. Los otros chicos los miran con recelo y cierta autorrecriminación, recapitulan y cambian su foco de atención a la chica de Comunicaciones. El chico rubio toca el hombro de Alison y luego se va andando lentamente por la playa. Cuando se ha marchado, ella pone su mano en el exacto lugar que él ha tocado y sacude su delicada piel con la punta de los dedos.
Mientras la tarde se desliza hacia la noche, los huéspedes se van alejando de la playa. Las horas anteriores a la cena las dedican a recuperarse del día, del sol, del calor y la bebida, tanta es la belleza que sus ojos requieren descansar de ella. Se duchan. Se ponen en contacto con sus oficinas. (Sus conocimientos son necesarios para resolver alguna situación espinosa, proveen la solución con alivio; o bien se les dice que disfruten las vacaciones, que las cosas van lentamente saliendo adelante sin ellos, lo que provoca que el resto de la velada se queden molestos y algo enojados.) Tienen sexo en las blancas y mullidas camas del hotel. Después se comen los mangos de las cestas de bienvenida, dejando que el cremoso jugo escurra entre sus dedos. Investigan las botellas en los pequeños minibares de la habitación. Cambian los canales de la televisión más por hábito que por interés, miran por pocos minutos un programa de noticias de Saint Kitts, una repetición de Miami Vice, un documental de algún cantante de reggae, que no es Bob Marley ni Jimmy Cliff. Se sientan en los balcones, fuman porros flojos de hierba mediocre que han conseguido en la isla y observan la noche hacer su entrada frente a ellos: antes que el sol desaparezca del todo, las palomillas relucen en la oscuridad, las palmeras se convierten en borrosos molinos de viento y las primeras desdibujadas estrellas perforan el cielo.
Las hermanas se encuentran juntas en la cama de Claire y dejan que el aire acondicionado bombardee sus cuerpos. Un día en la playa y Alison casi está color nuez tostada. Sus pecas, ligeramente color albaricoque en esta mañana, ahora son chispas bermellón. La piel de Claire se mantiene de un rabioso color rosa.
—¡Ay, pobre cosita! —dice Alison.
Toma una botella de aloe vera del botiquín del baño y derrama el líquido sobre su palma. Frota a su hermana, centímetro a centímetro. Claire cierra sus ojos y se deja ir como en un sueño por el contacto con su hermana.
Alison ha estado estudiando fuera, en la universidad, durante cuatro meses. Algunas veces, en casa, Claire va a la habitación de su hermana y se sienta sobre su cama. La sensación en el dormitorio de Alison es como si se hubiese marchado apenas un minuto antes. En el escritorio hay pilas desorganizadas de fotos, y junto con lápices y plumas dentro de una taza azul de cerámica, un tubo de brillo de labios sabor fresa. (Una vez abrió el tubo y chupó un poco, de ese modo pudo inhalar el olor de su hermana en sus propios labios. No se ha atrevido a hacerlo otra vez.) Hay carteles de diferentes bandas en las paredes. La ropa que su hermana no se llevó a la universidad está descuidadamente doblada en el armario. Pero la alcoba no se siente deshabitada. Algunas veces, cuando cierra los ojos, no es capaz de recordar la cara de su hermana. No puede escuchar su voz y cuando esto pasa la inunda una ola de pánico.
Ahora en el cuarto de hotel que comparten ambas, se percibe cierta humedad con la presencia de Alison, y todo aquello que Claire ha echado de menos reaparece rápidamente. Ese modo de morderse la uñas, tan salvaje. Su costumbre de frotar su cicatriz entre la ropa mientras está pensando. El modo en que baila, pequeños movimientos privados, cuando se mueve por una habitación. Su hermana es un secreto murmurado en su oído.
¿Cuál es el pensamiento de un padre al ser despertado al amanecer en el segundo día de las vacaciones? Los malditos pájaros: los gallos cantan a lo lejos, allá en algún sitio detrás del resort; un persistente pájaro de pecho amarillo grazna de manera muy aguda en el balcón. (Éste es el bananaquit o pájaro platanero, una molestia de la isla.) Lanza una bata, sale al balcón, asusta al pájaro y regresa a la cama. Pero está de vuelta al minuto. Lo hace tres veces, pensando con desesperación en algún huésped anterior, que seguramente le habrá ofrecido los restos de su pain au