Saint X. Alexis Schaitkin

Saint X - Alexis Schaitkin


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a sí mismo, siempre se topa con problemas y se mantiene aferrado a ellos. Siempre le pasa.) Si dependiera de él, se iría de vacaciones a la comodidad de su propia casa, sólo tomaría una semana, lejos de las personas. Después de todo, es de la gente, no del trabajo, de quien anhela descansar.

      Cuando llegaron aquí, su novia descorrió las cortinas de su habitación y lo instó a salir al balcón. Más allá de la arena, el océano se ordenó en bandas de azul profundo. El sol parpadeó en el agua en infinitas luces estroboscópicas.

      —¿Ves? No es tan aterrador, ¿o sí? —ella le dio una palmadita en el brazo como si reconfortara a un perro nervioso.

      Entonces sucedió como siempre. El mar se elevó en una pared, más y más alta, hasta que no tuvo fin. Abrió la boca y el agua lo inundó.

      Cada familia tiene su documentalista. Digamos que es el padre. Se agacha en la arena, en una posición en la que sus fastidiadas rodillas apenas pueden soportar y captura a sus niñas trabajando en su castillo. En la cena, lograr atrapar el momento en que Alison rompe la pinza de una langosta con sus manos. Atrapa a Clairey maravillada con las espirales de una concha marina. Esta labor es exclusiva de él, su mujer nunca toma fotografías, ella dice que lo hará, pero siempre se olvida, o no le interesa; él no está muy seguro de cuál versión sea cierta. Sea como sea, ha encontrado un pasatiempo y se ha convertido, se lo dice a sí mismo, en un fotógrafo amateur bastante decente. Qué alivio encontrar, a la mitad de la vida, que hay más intereses esperando dentro de ti a que los descubras, que quizá sí tienes una vena más artística después de todo.

      En casa las paredes están decoradas con fotografías de sus viajes, el padre y la madre fueron a un safari a África el año pasado para celebrar su aniversario número veinte. Una cadena de elefantes negros frente a un atardecer anaranjado. Una parvada como un manto de seda por el aire. Un grupo de niños locales apretujando sus caras en la cámara. Su guía, Buyu, pateando las brasas de campamento con sus botas de plástico negras.

      Y qué descorazonador es ver en las paredes de las casas de sus amigos, su propia silueta de fauna frente al amanecer, su propia reunión de niños locales atrapados por la cámara, su propio guía diminuto con botas de camping negras. (Parece que en todo el mundo, en Tanzania y Vietnam y Perú, los guías son hombres pequeños y con cabellos rizados que recorren montañas, junglas y sabanas con las mismas botas de plástico negras.) Por momentos fugaces, ha sido testigo de algo hermoso; pero eso de ver esos momentos de santidad personal duplicados… Un padre sabe que no debería importarle tanto.

      Es un alivio estar en una típica vacación de playa. Sin especies en peligro de extinción o paredes de ciudades antiguas para fotografiar. Clairey jugando. Su mujer tranquila y hermosa bajo el suspiro de la tarde. Después de varios días de desinterés y negativas, convence a Alison para hacerle unas fotografías. Se deshace la cola de caballo y deja que su pelo le caiga sobre los hombros, se recarga en una palmera y mira a la cámara con una expresión de concentración, sus labios algo separados. Está tan conmovido por su esfuerzo para dar una buena imagen que por un momento se retira la cámara de la cara y simplemente se dedica a mirarla.

      A lo lejos se ven el gordo y el flaco caminando por la playa. El padre atrapa los ojos del flaco mirando a su hija. Si el padre es honesto, si todos los padres de hijas adolescentes aquí son honestos, a ninguno le gusta la mirada de este hombre sobre sus hijas. Es tan alocado. En su mirada hay cierto desprecio, como si la hija del padre, aunque atractiva, no fuese tan especial.

      Hay que decir que, quizá, su preocupación tiene algo que ver con el color de piel, pero no es que estén tan preocupados realmente, están simplemente pensando en que podrían preocuparse. No es nada. La gente aquí es simplemente muy amigable. Es su cultura, la calidez y la forma de ser abierta de la gente de una isla pequeña. Si ya has estado demasiado tiempo sin vacaciones sabes cuando ya comienzas a ver lo amigable como algo problemático.

      Una tarde, el chico rubio del juego de voleibol se acerca a las sillas de la familia en la playa. La madre mira a Alison saludándolo mientras se acerca, hace un delicado gesto casual.

      —¿Qué te pasó en la pierna? —le pregunta él, de pie junto a la silla de Alison.

      La madre mira por encima y observa que su pantorrilla está raspada y tiene sangre.

      —Me tropecé —dice Alison y se estremece.

      La madre quiere decirle a su hija que busque un desinfectante y una venda en la recepción del hotel y se limpie la herida. Incluso quiere ella misma ir a buscar el desinfectante y curar la herida de su hija, pero se muerde la lengua.

      —Voy a jugar un poco de golf en la laguna. ¿Te gustaría venir conmigo? —dice el chico.

      La madre lo observa. Su cabello cae descuidadamente en su cara, lo trae largo y está enredado. Su piel es dorada, como el exterior de un pastel de vainilla perfectamente horneado. Trae un traje de baño flojo a la altura de la cintura, en su pecho ve algunos cabellos rubios con tonalidades en color fresa.

      —Claro —dice Alison—. ¿Por qué no?

      La madre la mira ponerse de pie. Va andando junto al chico en la playa, su andar es un pavoneo desabrido, justo lo que debe ser. Esta edad, este momento. Una mujer radiando luces ultravioletas sobre la superficie caliente de su hija.

      Hacia el cuarto día en Indigo Bay, la madre y el padre se pierden tranquilamente en el sopor de la playa. A veces dan una cabezada con los libros en las manos. Cuanto más tiempo pasan en la isla, más fácil y frecuente es el descenso a los sueños. Todos alrededor, los demás huéspedes, experimentan el mismo relajamiento psíquico. En sus vidas diarias, toman decisiones con grandes implicaciones, cuarenta millones de dólares, la vida de un paciente, miles de trabajos de manufactura en el Medio Oeste americano. Si la sorprendes en un momento vulnerable, la mujer del hombre del traje de baño de delfines te confesará que en el momento que deja su oficina por la noche, la sencilla decisión de dónde ordenar comida puede desarmarla. En Indigo Bay se relajan tanto que son capaces de hacer elecciones sin consecuencias. ¿Playa o piscina? ¿Cerveza o margarita? Se someten agradecidos al régimen vigorizador de estos días. Comienzan a fantasear con despedirse de sus vidas cotidianas. Podrían renunciar a sus trabajos, comprar una pequeña villa aquí, y nunca más volver atrás. Podrían pasar cada día en la playa y nunca cansarse de ello. Podrían quedarse aquí para siempre.

      —No dejes que se metan en ningún problema mientras no estoy —dice Alison a Claire, señalado con un gesto a sus padres que duermen. Claire observa a su hermana mientras desaparece por la playa, de repente mira la cubeta llena de conchas que ha recogido con su hermana hace un rato. Las tira en la arena y las organiza en filas de acuerdo con su tamaño, las amontona y las vuelve a acomodar según la forma, el color, la favorita, la menos. Baja a la orilla y deletrea el nombre de su hermana en la arena. Mira cómo una ola borra las letras. Regresa con sus conchas. Agarra su favorita y la aprieta en la palma de su mano, cierra los ojos.

      La madre abre los ojos y bosteza.

      —¿Dónde está tu hermana?

      —¿Baño? —dice Claire. Aunque para este momento su hermana ya tiene mucho tiempo que se ha ido. Cuando finalmente regresa, la madre le pregunta dónde ha estado.

      —Sólo fui a dar un paseo. Es muy bonito, allá al final de la playa —y apunta a donde termina Indigo Bay hacia una barrera de rocas negras—. Hey, Clairey, voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una lima.

      Su hermana ha dicho una mentira. La tiene muy cerca de su cara cuando le ha dicho lima, su aliento huele a humo. Es su turno, pero no puede pensar en una palabra.

      —Ahora vuelvo —dice Alison al día siguiente. Es la hora justo entre la playa y antes de la cena, y Claire está coloreando en la mesita del café de su habitación cuando su hermana se va. Claire cuenta hasta diez y después la sigue.

      Mantiene su distancia. Su hermana regresa a la playa. Va muy cerca de la orilla del agua, rozando sus pies en la espuma. Claire tiene que dar pasos largos, e intenta meter sus pies en las huellas de su hermana que se van borrando. Alison no va a la piscina o al bar. Pasa la cabaña de los deportes acuáticos:


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