Saint X. Alexis Schaitkin
A ella le gustaba este chico, le parecía dulce su modo de dar vueltas alrededor de su hija, por un lado engreído pero también inseguro. ¿Y si lo juzgó mal? Qué tonta había sido, creyéndose una mamá buena, divertida, por haber dejado a su hija ir con él. Cómo se había permitido, a sí misma, olvidar que al final una madre solamente tiene una única ocupación. De repente, siente que no puede respirar. El aire caliente del trópico se le atraganta. Cuando comienza a hiperventilar, el jefe de policía llama al médico del hotel, quien rápidamente aparece, examina a la madre con suavidad y le escribe una prescripción para darle un calmante. Un mensajero es enviado a la farmacia a buscarlo. El médico pide al padre hablar aparte con él:
—Me gustaría sugerirle que busque una niñera para la pequeña —le dice en voz baja, señalando con gestos a Claire, quien está sentada en una silla de mimbre, con los ojos fijos en su madre—. Un poco de tiempo y espacio para ustedes dos.
—Si usted cree que vamos a dejar a nuestra hija fuera de nuestra vista, si usted cree que vamos a dejarla con cualquiera, está usted totalmente equivocado.
—Por supuesto. Lo siento.
—Aquí todos pueden ser cualquiera. Usted puede ser cualquiera.
—Me retiro ahora mismo, señor.
La pareja en la habitación vecina a la de la familia pregunta al gerente de Indigo Bay, con no mucho tacto, si podrían ser reubicados en el hotel.
—Es tan terrible lo que ha pasado. La verdad es que podemos escucharlos —dice el marido.
—Por lo que están pasando… es que lo que están pasando… —añade la mujer. Coloca su mano sobre su vientre, tiene cuatro meses de embarazo, éste es su último viaje de diversión antes de que su vida cambie por completo. Enlaza con su otra mano a su marido y la aprieta un poco, un gesto que significa: algo así podría pasarnos. El marido le aprieta un poco a su vez, asegurándole de algún modo que eso no ocurrirá y, sobre todo, que esto que ha sucedido no es un mal agüero, no es de ningún modo un presagio de cosas terribles en el horizonte. (A largo plazo él estaba en lo correcto. Algunas veces, en las décadas siguientes, mientras su hijo crece y los pequeños problemas de su familia se hacen presentes, la mujer recordará que esa nefasta vacación había sido la más oscura de las bendiciones posibles, porque no importa cuánto su hijo intente desafiarla, lastimarla, nada importa para ella, porque a su mente acuden los sonidos indelebles de la desgracia de otra madre.)
El gerente les asignó una habitación de un nivel superior en una villa privada.
Los demás huéspedes hicieron lo mejor que pudieron para equilibrar la preocupación con los placeres de sus días. Después de todo no conocían a la chica. Su preocupación estaba matizada con la emoción. Rumores.
—Dicen que la policía está interrogando al chico rubio.
—¿Escucharon que están hablando con el gordo y el flaco?
—Escuché que la policía los detuvo por alguna razón la misma noche que ella desapareció. La gente dice que pasaron la noche en la cárcel.
—Siempre es así con las guapas, ¿o no?
La isla está en completo desorden por la búsqueda. A los miembros de los servicios civiles se les dan días libres para ayudar a rastrear por todas partes. Avionetas de apoyo proporcionadas por una isla más grande buscan en las aguas menos profundas. La laguna, en la cual hace apenas unos días la hija miraba al chico rubio pegarle a unas pelotas de golf, está siendo escudriñada sin éxito.
La búsqueda revela otros viejos misterios. El cuerpo de un amado perro familiar, que desapareció durante una tormenta la temporada pasada, se esconde en unos matorrales junto al estanque de sal. Un anillo de matrimonio aparece en un terreno polvoriento detrás de Paradise Karaoke. En una cueva de piedra caliza en Carnival Cay, un trabajador de aduanas desentierra un pequeño cuaderno negro donde se han registrado las deudas de un hombre de la zona, quien abandonó la isla inexplicablemente el año pasado. Pero no hay ninguna señal de Alison.
Cuando el jefe de policía llega al cuarto de hotel de la familia el tercer día después de su desaparición y da su informe, el padre observa alrededor, mira el piso de mármol, la orquídea color escarlata dentro de una vasija blanca, la cama con dosel, una mirada veloz y desenfocada, como si la coherencia entre estas cosas se desmoronara frente a sus ojos:
—No lo entiendo. ¿Qué los está demorando tanto? ¿Dónde está?
—Le aseguro que estamos desplegando todos los recursos a nuestro alcance. Nuestros oficiales están haciendo turnos de quince horas. Nos estamos coordinando con la Oficina Federal de Investigación. Tenemos unidades de busca y rescate en tres islas y un barco patrulla de la marina británica únicamente dedicado a la búsqueda de su hija.
—Pero esta isla es pequeña. No lo entiendo —el padre entrecierra los ojos—. ¿Por qué demonios no pueden encontrarla?
La novia del actor finalmente lo convence, a regañadientes, para hacer un paseo en bote a Faraway Cay. Mientras el bote va rascando la superficie del agua, él mantiene los ojos cerrados fuertemente, escucha cómo su novia parlotea con el capitán. (“Me encanta el reggae. Toda esta espiritualidad rasta, ¿sabe? Siempre me ha parecido súper interesante. Soy una chica de L. A. Pero él… —haciendo muecas—, él… ya sabe… él, se crio en un pueblo muy pequeño en Kentucky.” Él sabe lo que ella dirá a estos hombres, ella menciona Kentucky a cualquiera que esté dispuesto a escuchar. Lo lastima. Su niñez no fue muy feliz. Si le pidiera que no hable sobre esto, él sabe que ella lo haría pero no comprendería por qué tendría que hacerlo, por lo tanto no se lo pide.) Cada vez que el bote da un salto, el tiempo le parece un cubo de hielo, y él atrapado en su interior.
El cayo está únicamente a unos quinientos metros de la costa, por lo tanto el viaje solamente toma cinco minutos; sin embargo, a él le parece mucho más largo. Desembarcan a poca distancia de la orilla, por lo que tiene que bajar por la escalerilla de metal y vadear por las partes poco profundas, su espalda da al mar abierto, sus ojos fijos en tierra. Ella tiene razón: es hermoso. Los acantilados están cubiertos por un verdor tan vívido que provoca vibraciones. La playa es una media luna de arena tan brillante que tiene incluso que proteger sus ojos. Las palmeras se curvan para ofrecer una invitación.
Mientras los hombres preparan un pícnic para ellos en la playa, el actor y su novia exploran hacia dentro de la isla camino de la cascada. Cuando el océano se pierde de vista, él se siente nuevamente vivo. En un principio escalan a través de una zona con vegetación húmeda, el sonido de los pájaros es tan intenso que difícilmente se podría identificar a alguno de ellos. El sotobosque es una dispersión de helechos y viñas con raíces enredadas de árboles que se elevan formando un dosel. (Los árboles son ceibas y han estado allí por siglos.) Después de casi un kilómetro, se detienen abruptamente en una planicie árida, matorrales plateados, cactus, polvo, una transición similar a la de abandonar un sueño para entrar en otro. Algunos árboles nudosos sobresalen de la tierra fragmentada, sin hierba, yerma. Lagartijas que parecen hechas de nada más que aire corren entre los matorrales. Una mariposa pequeña flota sobre la tierra caliente.
No lejos del camino, un grupo de cabras bufan y mordisquean la maleza.
—Qué horror —dice el actor.
—A mí me parecen monas.
—A mí, tú me pareces mona.
Dice esto, ya sea porque lo siente realmente o porque no lo siente pero le gustaría o simplemente porque sabe que es el tipo de cosas que a ella le gusta que él diga, en verdad no tiene idea.
El camino desciende otra vez a unos matorrales densos y vaporosos. Él huele el crecimiento, la tierra, esas dulces rocas húmedas. Escucha el agua que cae. Están cerca.
Una vuelta, y allí está. El agua que se escurre por las rocas es brillante y vaporosa. El estanque al cual cae es circular y vidrioso. A la orilla de ese estanque, el musgo recién nacido cubre como una piel las piedras y las flores blancas florecen, emanando un ligero perfume vaporizado por la caída del agua. Él tiene la sensación