Saint X. Alexis Schaitkin

Saint X - Alexis Schaitkin


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la uva marina.

      Cuando Claire llega al camino, duda. Está oscureciendo. ¿Qué pasaría si sus padres abren la puerta, que conecta ambas habitaciones, y descubren que se ha ido? Toma aire y entra al camino. Después de un minuto, o poco más, el camino se termina y llega a un estacionamiento de asfalto repleto de coches destartalados, con acordeones plateados en el parabrisas.

      Escucha risas, la de un hombre, sigue el sonido. El asfalto le quema los pies, pero se mantiene en silencio. Allí junto a un coche color berenjena, su hermana está parada entre el gordo y el flaco. El flaco busca en su bolsillo, saca una caja y de ésta extrae un cigarrillo. Su hermana se acerca a él y él le pone el cigarrillo entre los labios.

      Maridos y mujeres han perdido el rastro del tiempo. Es martes o miércoles, o quizás es apenas lunes. Han estado en la isla cuatro días, no, cinco, quizá seis. En estos días también hay momentos, horas y mañanas perdidas. Los minutos se difuminan como perfume en el aire, el paso del tiempo es sólo una consecuencia de los espectáculos que revela: la transformación del mar en un líquido plateado conforme el día se va despidiendo. El atardecer se convierte en un rebaño de luz color lavanda. Las estrellas parpadean despertándose.

      Noche: en el bar del hotel las parejas beben elaborados cocteles mientras la cadencia rítmica del reggae flota entre las palabras. Una viuda, algo mayor, se encamina a la piscina para un chapuzón nocturno. (Ella no nada por la mañana. La piscina es demasiado molesta con los salpicones y risas de tanta gente.) Un guardia de seguridad con el cabello blanco parecido a una corona recoge, de entre un macizo de portulaca, una bolsa de plástico de papas y la pone en el bote de basura.

      En su cuarto, las hermanas están recostadas en la cama de Claire. Alison peina el cabello de su hermana para hacerle una trenza, lo ata y desata, una y otra vez, con la punta de sus dedos.

      —Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una perla —dice Alison.

      —Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una perla y una pizza.

      —Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una perla, una pizza y las estrellas.

      —No puedes traer las estrellas.

      —¿Por qué no?

      —No puedes cargarlas.

      —Yo traigo lo que me da la gana.

      Un día lluvioso. Los huéspedes cambian sin éxito los canales de la televisión con el control remoto. Se sientan en los balcones y miran la lluvia. Ordenan servicio a la habitación. Se dejan llevar por el sopor y hacen el amor, hacen el amor y se dejan llevar por el sopor. Algunos piensan que la lluvia es un desaire personal por parte del universo, un impuesto a su felicidad. Otros están secretamente agradecidos. La lluvia les absuelve de la carga de aprovechar el día correctamente, se refugian en sus habitaciones con cierto alivio.

      Por la tarde, Alison le busca a Clairey una serie de dibujos animados en la televisión.

      —Voy a la tienda de regalos a dar una vuelta. Regreso pronto —dice, sin preguntarle a su hermana si le gustaría acompañarla.

      A pesar de que no le gustan los dibujos animados Claire los mira obedientemente. Termina el programa y Alison no ha regresado. Claire se asoma por el balcón. La lluvia cae como cortinas de plata. Las palmeras se mueven con el viento. Mira a lo lejos al mar. Hay una persona nadando, puede ver la cabeza balanceándose entre las olas. Aparece y desaparece en el oleaje, allá y acá, muy lejos, se ve y ahora no se ve. Allá en la distancia esa persona que nada, se detiene. La cabeza se agita, mirando al lado contrario de la orilla, en dirección a la pequeña isla que está envuelta en la niebla, como un lugar en un cuento de hadas. Mientras Claire observa esta escena, su corazón se agita, y recuerda otra vez el desencanto de la niebla: jamás puedes estar dentro de ella: tan pronto como te metes, se desvanece entre tus dedos, esa isla pequeña así como aparece ahora, desde este sitio, es un lugar al que nunca podrás llegar, no importa cuánto lo intentes.

      La persona empieza a nadar otra vez. Claire ve cómo la figura se mueve alrededor de las rocas negras que sobresalen en la orilla de Indigo Bay, y después desaparece.

      —Te traje algo —dice Alison cuando regresa más tarde al cuarto.

      De una bolsa de compra saca un collar puka de conchas. Claire agacha la cabeza y su hermana se lo coloca, dando una doble vuelta.

      —Mírate, ¡qué bonita! —dice Alison.

      Su cabello está mojado.

      Esa noche, Claire se despierta por el sonido de una llave girando en la puerta. Va saliendo de sus sueños cuando mira que la puerta de su habitación se abre. Su hermana entra sigilosamente al cuarto y se desliza dentro de su cama. Por la mañana Claire se despierta con el amanecer y encuentra la cama de su hermana vacía. Está en el balcón, sus ojos miran fijamente algo en la distancia, parece que su hermana no ha dormido mucho.

      El actor no puede estar relajado. El océano está demasiado cerca. Su novia lo pone a prueba. Juguetea en las olas, se sumerge en las crestas. Cada vez que ella desaparece, el miedo lo paraliza. Ella lo sabe, y lo disfruta; para él, el placer que le provoca a su novia su miedo, es una invitación para querer ahorcarla.

      Ella constantemente lo fastidia para alquilar un bote e ir a Faraway Cay. El conserje del hotel les ha advertido que no es una buena idea, dada la población de cabras, en cambio les recomienda el viaje a Tamarind Island, pero ella ya ha decidido que irán, que Faraway Cay es algo fuera de lo común y por lo tanto más deseable. Ella dice que la playa es más hermosa que la de Indigo Bay. (¿No es Indigo Bay lo suficientemente bonito? ¿Qué no hay un límite para la belleza, como si pudieras tenerlo todo?) En el interior de Faraway Cay hay una cascada. Deben verla. Él debe sobreponerse a su absurdo miedo de una vez por todas. Ella lo va a ayudar. (¡Qué amable de su parte!)

      Por la noche él sueña con la muerte en el agua. Un remolino lo succiona dentro de sus fauces. Los mares profundos se hinchan y se lo tragan. Muerte, bajo el agua; él siente que su cuerpo se expande y se hace rígido. Escucha los gritos errabundos de las gaviotas.

      En Año Nuevo, en Indigo Bay se hace una cena tipo parrillada en la playa. Hay un grupo de música calipso en vivo: tres hombres con fedoras color canela a juego con camisas de manga corta con diseños florales, reverberaciones alegres de los tambores metálicos. Antorchas tipo tiki. Un buffet con especialidades de la zona, cangrejo de mar asado, conch creole, puré de malanga, nuggets de pollo y espagueti para los niños. Los huéspedes beben piñas coladas. Agarran el cangrejo con las manos para chupar el dulce sabor del mar directamente desde sus propios dedos. Los niños pequeños intentan sus primeros pasos de baile, se marean de felicidad, bailando frente a las caras de la banda iluminadas por las antorchas.

      Cuando la banda comienza a tocar, “Day-O. La canción del barco de bananas”, Alison canta también.

      —Vamos, Clairey. Te sabes la letra —le da un empujoncito con el codo.

      Claire lo hace al tanteo primero, su voz es apenas un murmullo, pero conforme avanza la canción, se va haciendo más fuerte.

      Six foot, seven foot, eight foot bunch…

      La madre y el padre sonríen. Su pequeña y tímida Clairey está dejando que se escuche su voz. Parece que Alison finalmente ha logrado aflojar algo. La madre y el padre se les unen. Por un momento son una familia, cantando.

      Daylight come and me wan’ go home…

      Un padre que lo sabe: esto ya es un recuerdo.

      Conforme la noche avanza, la gente lanza las sandalias a la playa. Los maridos tocan a sus mujeres. Ellos bailan y beben, y se divierten bajo el cielo plagado de estrellas. Mientras tanto, aunque no lo perciban, las moscas de la arena devoran sus carnes. A la mañana siguiente, en el desayuno, se rascarán furiosamente las piernas.

      —¡No sentí nada!

      —Pequeños chupadores sigilosos.

      A Claire le han picado terriblemente. Todas las piernas y los pies. Un piquete en el párpado le ha causado tal hinchazón que apenas puede abrir


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