Saint X. Alexis Schaitkin
ruidos raros y murmullos con la canción de “Funga Alafia” o la del “Canal de Erie”, sonidos terroríficos de un placer inequívoco. En realidad esto no lo recordaba con cariño, pero me daba cuenta de que esto era el tipo de cosas que Ms. D’Elia quería que dijéramos. A continuación nos leyó un libro con ilustraciones, una parábola en la cual una familia de ratones llora y hace un duelo cuando uno de ellos es comido por un gato, y eso fue todo.
La verdad es que me sentí aliviada cuando murió Cody Lundgren. La muerte significaba no volver a ver a alguien jamás y yo estaba contenta con la idea de no volver a ver a Cody o de volver a escuchar sus sonidos y gorgoteos que me molestaban tanto.
Unos meses después, mi madre y yo nos topamos con la madre de Cody en el supermercado. La señora Lundgren era alta, con pelo negro sedoso, mucho más guapa que cualquier otra madre que yo conociera, mucho más hermosa de lo que para mí podría ser una madre.
“¡Mira qué grande estás!”, me dijo. Su sonrisa era tan dura y desesperada que tomé la mano de mi madre como si fuera una niña muy pequeña. Salí del supermercado con dolor de estómago y mareada por una emoción tan nueva que no era capaz de identificar, aunque ahora que lo pienso me doy cuenta de qué era: vergüenza.
Ésta era toda mi experiencia respecto de la muerte cuando el cuerpo de mi hermana fue encontrado en un cayo deshabitado en el Caribe. Mirando hacia atrás, las cosas que recuerdo más claramente de los días posteriores a la desaparición de Alison, y antes de que fuese encontrada, son curiosamente insignificantes. Por ejemplo, el hambre que tuve el primer día cuando mis padres se olvidaron por completo del desayuno y de la comida, y cómo sentí pena por mí misma de aquella manera tan banal, de ese modo que sólo puede sentir una niña cuando ha sido ignorada en medio de un vendaval de atención dedicado a su hermana. Recuerdo haberme escondido en el baño para devorar una barra de chocolate Toblerone y una lata pequeña de nueces mixtas que me robé del minibar. Me escondí porque quería ver cuánto tiempo pasaría antes de que mis padres se percataran de que se habían olvidado de alimentarme, y así poder medir realmente su negligencia. De repente se dieron cuenta, tengo recuerdos muy vívidos de la comida que pidieron al servicio de la habitación, con la que fui atiborrada, o tranquilizada, o distraída (realmente no sabría cómo llamarlo) en los días subsiguientes; hamburguesas con queso y papas fritas y helados y una pizza individual con deliciosos pepperonis miniatura. Dejaba mi plato limpio en cada comida; si mis padres se llegaron a dar cuenta de esto, estoy segura de que pensaron que mi apetito no había sido afectado por lo que estaba ocurriendo, dado que era demasiado pequeña para comprender la situación, pero eso no era exactamente así. Viví aterrorizada esos días, pero no por lo que le había pasado a Alison. Incluso a pesar de que la gente a mi alrededor estaba verdaderamente histérica, yo no estaba preocupada por ella. Yo no entendía, en toda su dimensión, que lo que le había pasado a Cody Lundgren le podría pasar a mi hermana mayor. Pensaba, lo sabía, que ella estaba jugando a algo muy enrevesado con nosotros. Ella lo veía todo —a los policías impecables con sus hombreras de trenzas doradas, al personal del resort muy atareado, el espectáculo entero que ella había creado— desde algún lugar escondido y con una amplia sonrisa. No, no era por la desaparición de Alison, pero sí por el miedo de mis padres por lo que estaba yo aterrorizada. Su distracción y su angustia agitaron las bases de un mundo que había parecido, hasta ese momento, absolutamente estable.
Otros recuerdos de esos días menos nítidos: se parecen a los sueños que se tienen con fiebre, nebulosos e inconsistentes, como si el mundo girara y ofreciera por breves instantes una claridad cristalina. Recuerdo estar entre mis padres recostada en la cama, y la mano de mi padre en mi espalda comprobando cada inhalación, cada exhalación. Sus palabras al médico. Si usted cree que vamos a dejar a nuestra hija lejos de nuestra vista. Recuerdo al jefe de policía interrogando a mis padres y mi madre contándole sobre el chico rubio que se había interesado tanto por mi hermana. Mientras habla, los ojos de mi madre tienen un reflejo salvaje, acechan, el tono de voz salta de una palabra a otra, de repente se vuelve ronca, por momentos sin emoción alguna y luego ronca otra vez. No entiendo realmente lo que está diciendo, de qué está acusando a ese chico del partido de voleibol. Lo único que sé es que en ese momento frente a mis ojos mi madre se estaba transformando y que nunca podría comprender en quién se estaba convirtiendo.
Para resumir, una certeza aterradora me resultó clara en esos días. Era la certitud de que nunca estaría segura otra vez, porque nunca lo había estado, ni una sola vez en mi vida; aunque apenas ahora me daba cuenta de ello, puesto que siempre había confiado absolutamente en el poder de mis padres.
El jefe de policía me interrogó a mí también. Mi padre me sentó sobre su regazo y mi madre me explicó que este señor tan amable nos estaba ayudando a encontrar a Alison y quería hablar conmigo. Éste fue el primer momento que recuerdo sentirme realmente asustada por mi hermana, creo que comprendí que si la policía estaba buscando la ayuda de una niña, algo debía estar muy mal. Sentí ese extraño cosquilleo en las puntas de mis dedos, y al sentarme en el regazo de mi padre comencé a trazar en el aire A-L-I-S.
Mi madre estiró su mano y la colocó sobre la mía, deteniéndola: “No escribimos, Clairey. Por favor. Esto es importante”.
En el momento de nuestras vacaciones familiares esta compulsión ya llevaba un año. No sé muy bien cuándo ni cómo comenzó. Yo escuchaba una palabra, y sentía la imperiosa necesidad de escribirla en el aire. Cuando mi madre colocó su mano sobre la mía, sentí una gran tensión en mis dedos luchando contra esa necesidad, el nombre de mi hermana vibraba en mis huesos, impaciente por salir. Alison. Alison. Alison.
El jefe de policía me sonrió. Me alejé de él. No me gustaba que me sonrieran extraños. Me preguntó si sabía algo sobre lo que mi hermana había estado haciendo, si había visto algo fuera de lo normal.
¿Qué sabía yo? Sabía que mi hermana iba y venía, estaba allí y no estaba. Sabía que había ojos siguiéndola adondequiera que fuera. No dije nada y escondí mi cara en el pecho de mi padre. Él sonrió débilmente y me dijo que estaba haciéndolo muy bien, había sido muy valiente, ni siquiera a esa edad le creí. Me dieron un helado de vainilla con cerezas de Maraschino. Odiaba cómo ese rojo brillante sangraba sobre mi helado, pero lo comí.
En la tercera mañana de la desaparición de Alison, mi padre nos dijo con una alegría muy poco convincente que me llevaría a nadar. Llevaba en la habitación de mis padres refugiada todo ese tiempo, y comprendí que era algo bueno que hubiera tomado la decisión de llevarme a nadar y que esto me serviría. Me puse el traje de baño, me coloqué mis flotadores y salimos. Cuando llegamos al patio de mármol que bordeaba de la piscina, se hizo un silencio entre los huéspedes. Los miré viéndonos y tragué saliva. Tuve la sensación de que ellos sabían algo que nosotros no, y que si nos miraban por un largo tiempo tendríamos también que saberlo.
—Todo está bien —dijo mi padre, dándome un pequeño empujón.
Estuvimos poco tiempo en el agua, a lo mucho veinte minutos. Mi padre me tomó en sus brazos y me lanzó al aire. Nadamos a lo largo de la piscina. Jugamos a aguantar la respiración bajo el agua y a hacer piruetas, mi padre realizó una elegante plancha con los dedos de los pies muy rectos. Ahora me doy cuenta de que sólo estábamos tratando de rebobinar el tiempo. Si sólo hubiésemos podido olvidar lo que estábamos empezando a saber, quizá podríamos volver a jugar a que estas vacaciones eran solamente unas vacaciones. Cuando salimos del agua, mi madre me enrolló en una toalla blanca esponjosa. Hay que verte, monito de agua, diría Alison.
Unas horas más tarde, alguien llamó a la puerta del cuarto de mis padres. Cuando mi padre la abrió, vi al jefe de policía muy firme con su traje con hombreras de trenzas doradas. Algún tiempo después, ellos me habrán dicho lo que les dijeron a ellos: Alison había sido encontrada y ya no estaba con nosotros. Pero esa parte, no la recuerdo. Me acuerdo de esas hombreras, cómo me parecían parte de una historia muy bonita.
Lo que se sabe de la noche en que desapareció Alison: aproximadamente a las 8:00 p.m. se le vio caminando de la piscina hacia el bar del hotel, este hecho lo confirmó el guardia de seguridad llamado Harold Moses. En el bar se encontró con el chico rubio, corroborado por el mismo chico y otros tres testigos. Alison y el chico se fueron