Saint X. Alexis Schaitkin

Saint X - Alexis Schaitkin


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la mano de su hermana y la aleja de la cara.

      —No lo hagas —presiona la palma de su mano en la piel de su hermana, por un momento. Claire se siente aliviada—. Pobre Clairey. Es que eres demasiado dulce.

      En los últimos días de las vacaciones, los adultos ya comienzan a hablar de su regreso.

      —Cuando lleguemos a casa, recuérdame de llevar el coche a arreglar.

      —Tenemos que llamar a los Vital para cenar.

      —No dejes que me olvide de apuntar a los niños a la Liga Infantil.

      Los padres de las hermanas no son diferentes. Dos días antes de su salida, mientras descansan en la playa, la madre recuerda que tiene libros de la biblioteca que no ha leído sobre su mesita de noche. Cuando vuelvan a casa los regresará y sacará algunos nuevos, y esta vez sí que los va a leer. Estas vacaciones le han recordado lo mucho que le gusta leer. El padre anuncia que en cuanto lleguen va a empezar a ir al gimnasio por las mañanas antes de ir a trabajar, así como lo hacía antes, no hay excusas. Están vigorizados. Emocionados incluso, por salir de esta isla y volver a su hogar. Llevar a cabo sus planes, dar marcha a toda esta energía. Estas vacaciones han cumplido su propósito, están ansiosos por volver a casa.

      Hace unos días, se imaginaban dejando atrás sus trabajos, sus casas, sus vidas y mudarse a vivir aquí. Algunos incluso estuvieron alguna tarde visitando casas con un agente inmobiliario. Ahora se dan cuenta de que estaban dejándose llevar por una fantasía, que, así como todas las fantasías, no es lo que realmente desean. Se aburrirían aquí. Los colores brillantes se derretirían frente a sus ojos. El sonido del mar los atormentaría.

      Los huéspedes se van marchando, poco a poco, diariamente. El autobús del resort los lleva de regreso, de la avenida surcada de palmeras a la carretera pública que atraviesa las casas de concreto, los gallos y las vacas, la ropa tendida aleteando sobre los patios polvorientos. En el aeropuerto internacional Sir Randall Corvin caminan cruzando la pista, y suben las escaleras del avión, que tomará a toda velocidad la pista y se elevará por los cielos. Aterrizarán en Boston o Nueva York o Chicago, entre la suave nieve, para dirigirse a casa por oscuras carreteras.

      Inevitablemente, dejan cosas atrás, en sus habitaciones, en la piscina, enterradas en la arena. El personal recoge estos objetos y los coloca en la zona de objetos perdidos, pero rara vez son reclamados. Una vez al mes, Gwendolyn, la chica del spa, los lleva a la iglesia bautista Bartholomew. Un collar de oro con un colgante de amatista. Una chamarra de mezclilla. Un chal rojo. Infinidad de lentes. Una cámara fotográfica (con el rollo dentro que nunca será revelado). Un thriller de abogados. Un reloj con una carátula verde.

      Un día antes de volver a casa, Alison, Clairey y su padre caminan por la playa, en donde una mujer de la zona hace trenzas sentada bajo una sombrilla azul deslavada. El padre le da a la mujer sesenta dólares, le toma una foto a las chicas (la mujer mira hacia arriba brevemente, sin mucho entusiasmo piensa el padre, mientras cepilla el fino pelo blanco de Claire), y regresa a su camastro de la playa.

      Mientras la mujer trenza el pelo de Claire, las hermanas buscan en la cesta de las cuentas de colores, escogiendo las de color morado y blanco.

      —Luego vuelvo para ver cómo vas —dice Alison. Le da un pequeño beso en la frente y se marcha.

      El peinado dura casi dos horas. La mujer no la incita a hablar, lo que es un alivio para Claire. Le gusta sentarse allí, el silencio y la sensación de las manos de la mujer trabajando rápidamente pero con suavidad en su pelo. Hace calor, las picaduras en sus piernas le hacen sentir ganas urgentes de rascarse, pero se mantiene quieta, la anima la idea de volver a la escuela con esas trenzas, con las cuentas de colores tintineando mientras camina, y saber que por un tiempo corto y fuera de lo normal, las demás niñas van a envidiarla.

      Cuando la mujer termina, le da a Claire un espejo de plástico, algo empañado. Se ve mucho mejor de lo que ella esperaba.

      La mujer la mira: “Oh, sí que eres una niña paciente”.

      Esa noche, Claire se desgarra mientras duerme. No importa cuánto se rasque, no logra que pare el picor. Entra y sale de sus sueños. Cuando se despierta al amanecer, apenas hay luz. Los piquetes en sus piernas están llenos de costras secas y rastros de sangre color óxido. La sangre ha manchado también las suaves sábanas blancas, estas marcas intensamente rojas la marean. Mira alrededor. Alison no está.

      ¿Qué pueden hacer una madre y un padre cuando son despertados por una hija que da la noticia de que la otra ha desaparecido? Primero, se dicen a sí mismos, no deben entrar en pánico. Su hija debe haberse ido simplemente por allí, a los alrededores del resort. Es una gran extensión de tierra y hay muchos lugares en donde podría estar. Quizá fue a correr o a pegar algunas pelotas de tenis contra la pared de las canchas. Esa punta roja de kayak que se ve a lo lejos en el mar podría ser ella, quizá decidió aprovechar hasta el último momento para hacer algún deporte acuático antes de su partida. Quizá se emborrachó tanto la noche anterior en el bar del hotel que está sobreponiéndose a la resaca en el cuarto de alguna de las otras chicas de su edad. (Los padres no son ingenuos, saben que una adolescente puede tomarse un daiquirí, o algunos más, después de que ellos se han ido a dormir la última noche de la vacación caribeña.) Seguramente llegará algo mareada por la playa en cualquier momento, y ¡cómo estarán de furiosos! Y qué placer será estar así de furiosos con una hija que se encuentra perfectamente bien, y que estará de mal humor y grosera cuando le digan lo preocupados que han estado.

      Pero ella no está en ninguno de estos sitios haciendo ninguna de estas cosas. Al mediodía, la fe de la madre y del padre en que su hija pueda aparecer en cualquier momento se ha transformado en terror. Todo se ha olvidado, menos Alison. El desayuno, el almuerzo… Claire se muere de hambre, pero no dice nada.

      Rápidamente los rumores corren entre los huéspedes.

      —¿Han escuchado? La chica guapa con el cabello pelirrojo ha desaparecido.

      —¿La que tenía la cicatriz?

      —Dicen que no volvió anoche.

      Se ha llamado a la policía. El jefe de la policía les hace, a la madre y al padre, una serie de preguntas, y ellos responden todo sobre las vacaciones de una manera ordenada y precisa. Mientras tanto, los demás huéspedes toman el sol junto a la piscina o suben por las escaleras mecánicas del gimnasio hacia el olvido, la Real Fuerza de la Policía de Saint X peina la zona. La hora de la familia para tomar el vuelo de vuelta a casa llega y así se va.

      En la primera noche de la desaparición de Alison, el atardecer más hermoso de todos los vistos hasta ahora hace acto de presencia, una muestra brillante de escarlata y violeta profundo, el sol va deslizándose bajo el horizonte hasta convertirse en la sombra de un moretón. En el balcón la madre mira al sol que baja y desaparece. Se abraza a sus rodillas y siente arcadas, abandonada en el frío de los azulejos de terracota. El padre se dirige a ella, la abraza. Él dice que todavía podría estar todo bien. Ella lo repite. Todo podría todavía estar bien. Escuchando el eco de sus palabras, el padre se quiebra. Se quedan en el balcón, entrelazados, por un rato. Al tomar distancia de los eventos ocurridos ese día, la madre, se pregunta a sí misma, con cierta curiosidad indiferente, si se estará convirtiendo —si no es que ya lo es— en algo que ninguna madre quisiera ser. El padre queda atrapado por un recuerdo inexplicable: Alison, con un año, pelona, soplando a unas frambuesas pegadas en su mejilla.

      Desde el interior, donde ha sido colocada frente al televisor, Claire mira a sus padres. Más tarde la acuestan entre ellos en la cama. A mitad de la noche se despierta porque siente una mano sobre su espalda; por un momento, cree que es Alison. Entonces recuerda. Es la mano de su padre que está comprobando cómo es su respiración, dentro, fuera. Claire se queda despierta, sus ojos totalmente abiertos en la oscuridad.

      En el segundo día, el jefe de policía les pide una vez más, a la madre y al padre, que repasen con él todo lo que hicieron durante el tiempo que han estado en la isla. El padre le repite otra vez sobre su llegada, diez días antes, en un vuelo de TWA desde el aeropuerto Kennedy. Alison se quedó dormida hasta tarde la mañana siguiente a su llegada. Tomó un ponche de frutas.


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