Obra negra. Gonzalo Arango

Obra negra - Gonzalo Arango


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legendariamente oprimido…

      hemos engañado a las amantes con votos de fidelidad, pero las traicionamos con rameras que nos aseguran bajo juramento de honor las cruces de la sífilis, y una maravillosa colección de blenorragias. En sus lechos podridos gozamos del amor impuro y de las enfermedades…

      nos hemos cansado de amar en lechos católicos y en lechos mercenarios, y en el colmo del hastío ensayamos el odio y la indiferencia sádica hacia los sexos.

      Hemos elegido en cambio las vulvas de las ranas o el sexo hiriente de las lechuzas por parecemos de sexualidad más idealista…

      hemos prometido la desesperación y la muerte, porque la felicidad y la vida son heredad común de los idiotas y de los cocheros… creemos enormemente en la santidad del crimen y hemos crucificado en altares de sangre a nuestras vírgenes para que regresen Atila, Nerón, Eróstrato, Judas, y todos los asesinos de la historia…

      hemos deseado instaurar un gobierno que sea superior en crueldad a todas las tiranías criminales…

      hemos deseado que sucumban los débiles, los justos, los desheredados, los puros de corazón y los imbéciles…

      hemos añorado en calidad de hombres libres el retorno implacable de la inquisición, de las persecuciones y de las pestes mortíferas que han azotado a la humanidad para que el espíritu sea ungido por la sangre y el sufrimiento…

      nos hemos orinado en los asfaltos calientes para ver ascender el humo en forma de plegaria hasta cielos de creencias contradictorias…

      dejamos de creer en los dioses vencidos por la máquina para revertir nuestro ateísmo militante en la adoración de las locomotoras y los cohetes de velocidades supersónicas y ultraluminosas…

      hemos comulgado, orado sin fe, profanado y blasfemado para desafiar la indignación de los dioses y para que lo divino penetre nuestra carne miserable así sea a través del rayo o del remordimiento…

      hemos padecido la miseria con un odio a muerte por el Capital, pero no trabajamos porque el trabajo es atentatorio contra la poesía y contra la dignidad humana…

      hemos comido migajas de pan negro y bebido aguas sucias en las alcantarillas para defender el ocio contra el trabajo y la inutilidad de toda acción. Pero también nos hemos hartado de menúes europeos en los night clubs con el producto de nuestras actividades anormales…

      nos hemos bebido, comido, fumado y acostado a la burguesía que ve en nosotros la continuación de los valores aristocráticos, pero nos burlamos de su admiración y de paso nos vomitamos en sus floreros y en la bóveda azul de sus retretes…

      hemos abdicado los últimos gramos de amor a cambio de una nota de jazz que reviente en nuestros oídos como la trompeta del juicio final…

      hemos identificado las profecías del Apocalipsis con la guerra atómica, y nos lamentamos con la cobardía de nuestros jefes de Estado que no se deciden a matarnos…

      somos partidarios de las guerras termonucleares y de las armas radioactivas, y estamos políticamente de parte de la potencia que quiera destruirnos y estallarnos como una bomba de jabón en un día pálido de la primavera…

      hemos dudado de toda fe, de toda verdad revelada y heredada, no creemos en nada, ni siquiera en nosotros, pero hemos ratificado la bondad de nuestros instintos insaciables, y la confusión maravillosa de la esperanza…

      hemos conservado la sangre fría ante las desgracias innumerables de nuestro tiempo…

      hemos predicado la necesidad del suicidio y regalamos la receta de nuestros venenos letales. Festejamos la muerte de esas víctimas que sucumben ante la evidencia de nuestras predicaciones malignas, y nos regocijamos porque no despertarán nunca más en la eternidad…

      hemos hecho el amor en sitios prohibidos para prolongar el espasmo y los sacudimientos ante el peligro, y nos han encarcelado por aplicar la estética en el erotismo. Porque nos hemos amado bajo los vientres chispeantes de las locomotoras, en los confesionarios, las tumbas putrefactas, los sanitarios públicos, los ascensores, las terrazas celestes, los anfiteatros con los muertos, y bajo los semáforos que iluminan nuestros cuerpos semidesnudos en la semioscuridad acechada por los serenos y las sirenas de los altos hornos industriales…

      hemos destruido ídolos de barro y plomo por el solo placer de destruir y renegar de las tradiciones, de los santos y de los héroes…

      hemos hecho una literatura alucinada convocando las inmundicias, las libertades, las dudas, los furores y las iniquidades, y nos hemos escandalizado con el poder de nuestro genio negativo…

      Somos de una raza nueva que santifica el placer y los instintos, y libra al hombre de los opios de la razón y de los idealismos trascendentes…

      Todo lo que tenemos para ofrecerle a la juventud es la locura, pues es necesario enloquecernos antes de que llegue la guerra atómica. El hombre será aniquilado por el hombre. La humanidad borrará en un segundo la historia infame que escribió en un millón de años. Nosotros nos apresuramos a saludar regocijados su desaparición, y nos vomitamos jubilosamente en su inútil historia de miles de siglos. Estamos asqueados, y nos negamos a sobrevivir en esa ilustre inmundicia…

      el sol nace siempre según su eterna costumbre sobre la cima de las cordilleras, pero nunca lo vemos porque nos levantamos cuando estalla con los últimos arreboles el alba eléctrica de la nueva noche.

      Estamos aterrados de nuestra maldad y solicitamos al Estado que abra para nosotros los manicomios, los presidios y los reformatorios, porque somos geniales, locos y peligrosos, y no encontramos otros sitios más decentes para vivir en la sociedad contemporánea.

      Todavía ustedes los moralistas, los racionalistas y los estetas se estarán preguntando: “Y más allá del horizonte de la locura ¿cuál es realmente el fin del nadaísmo?”. Y nosotros diremos: “El Nadaísmo no tiene fin, pues si tuviera fin, ya se habría terminado. Nosotros nos contentamos con progresar devotamente hacia la locura y el suicidio. Hacemos el mal, porque el bien no sienta a nuestro heroísmo”.

       NADITACIÓN 14

      Al escribir no bebo, ni me estupefaciento, ni me inspiro. A lo sumo estoy algo aburrido, o no timbró el teléfono para escuchar su voz de jazz que tanto me gusta, o estoy harto de medir la extensión tornasolada de Junín, recibiendo el homenaje indignado de los energúmenos.

       el nadaísta opina

      —No hay que estar orgulloso de ser hombre, ni de pensar. ¿Ves ese par de moscas que se aman? (Señala los bichos con el bolígrafo). Ese par de moscas son felices si supieran qué cosa es la felicidad.

       refuta el humanista

      —Pero, el hombre es el que ha inventado la palabra “mosca” y la palabra “felicidad”. En eso radica su horrible superioridad sobre los otros animales. A través del lenguaje nombra las cosas como un reclutamiento a la existencia: las convoca de la Nada al Ser.

       el nadaísta cierra la discusión

      —¿Qué necesidad hay de decir “mosca” si ella Es? Esas moscas hacen el amor sin saber qué es el amor. Para ellas la vida es su lenguaje. En cambio el lenguaje del hombre es un lenguaje para asesinar la vida, un lenguaje de enterradores, un lenguaje de muertos.

      Declaro que no escribo mi poesía bajo ninguna influencia mágica, ni turbado por desarreglos psíquicos, ni bajo padecimientos metafísicos, ni buscando fuentes creadoras en la soledad, el platonismo o los éxtasis purificadores. A lo sumo cuento con una porción racional y equilibrada de mi locura, que es la condición insustituible del genio. Sobre mi genio no admito discusiones. Es un dogma.

      No sufro éxtasis gloriosos. El misticismo siempre me pareció una enfermedad nerviosa a cuyo trance se llega mediante


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