Obra negra. Gonzalo Arango

Obra negra - Gonzalo Arango


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asiduos, pero los integrantes que desde la creación poética defendieron al movimiento fueron Gonzalo Arango, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Darío Lemos, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio y Humberto Navarro.

      Aparte de los escándalos y las actividades extraliterarias, a los nadaístas se les reprochaba constantemente la escasa producción poética y literaria que sustentara su anunciada renovación cultural. Debido a la visibilidad que adquirió Gonzalo Arango en su rol de escritor a sueldo en Cromos y a sus permanentes ardides mediáticos —al punto de instaurar una demanda en contra de un jesuita que había calumniado a Jean Paul Sartre—, estos reclamos sobre la obra del líder nadaísta no solo se hicieron más fuertes sino que se amplificaron por la opinión crítica de lectores extranjeros. En correspondencia con Jotamario Arbeláez, el escritor venezolano Ludovico Silva se preguntaba retóricamente “¿En qué se le ha pasado su nadaísmo a Gonzalo Arango? Casi en puro programa, en proclamas; es una literatura compuesta de proyectos, con un empréstito enorme hecho al futuro”.1 A mediados de los años sesenta, cuando los nadaístas se perfilaron como poetas de vanguardia en el contexto literario de América Latina, también se encargaron de llamar la atención del profeta para que superara sus imposturas en el medio cultural colombiano. Las desavenencias de los integrantes del nadaísmo con Arango quedaron plasmadas en la novela El amor en grupo de Humberto Navarro, en la cual su nombre propio no merece ser pronunciado: “Viste a Leopoldo Augusto y sentiste un poco de vergüenza por la costumbre de hablar mal de él; pero la verdad es que escribe tanta pendejada y es feliz diluyéndose en crónicas y artículos”.2 Arango eludía este tipo de cuestionamientos al asegurar que su poesía y la del movimiento no era para ser publicada sino vivida, retomando la frase célebre del poeta maldito Darío Lemos: “Mi obra es mi vida, lo demás son papelitos”. Y aunque a comienzos de la década de 1970, reconoció su frustración por no haber concretado sus proyectos literarios, en ningún momento recuperó la capacidad reflexiva que le permitiera retomar su ejercicio de creación, de ahí que, a modo de sentencia, Navarro augurara que “al paso que dibuja, no escribirá una obra realmente seria”.3

      En 1974 Jotamario logró concretar con Carlos Lohlé de Buenos Aires dos proyectos editoriales para favorecer la proyección continental de la palabra nadaísta: Obra negra de Gonzalo Arango y El amor en grupo de Humberto Navarro. El hecho de que el poeta caleño haya dirigido la edición de ambos libros y que hubiera compilado los escritos de Arango no es una cuestión menor. Trae consigo un carácter simbólico. La crisis que experimentó el nadaísmo en 1968 a partir del fracaso del cuarto festival de arte de vanguardia celebrado en Cali, las desacertadas declaraciones de Arango en apoyo al gobierno de Carlos Lleras Restrepo y la cada vez más notoria pérdida de público entre los jóvenes, llamaron la atención de sus integrantes sobre quién debía asumir el liderazgo del movimiento. Para Jaime Jaramillo Escobar, Arango ya no tenía la impronta explosiva que concitó la rebeldía de la juventud y el nadaísmo estaba quedando rezagado frente a otras manifestaciones sociales y políticas. Pese a este balance, convencido de la vigencia de su proclama de transformación cultural, sugería que Jotamario fuera el responsable de reavivar al movimiento.4 Así pues, investido al interior del nadaísmo como su nuevo líder, Jotamario se encargó de reconstruir la obra dispersa de Arango, del mismo que antes había sido el director de las publicaciones del movimiento y el coordinador de las antologías 13 poetas nadaístas (1963) y De la nada al nadaísmo (1966). A diferencia de Navarro que prefería no mencionar de forma directa al profeta, esconderlo, hacerlo pasar por alguien más, Jotamario optó por limpiarlo, restituirle su imagen, publicar su obra inacabada.

      El objetivo de la antología no fue presentar a Arango, ni pretendía publicar material inédito pues, al fin y al cabo, para 1970 ya era considerado como un autor consagrado. Se trató de textos que tuvieron amplia difusión y que circularon no solo en Colombia sino también en otros países de América Latina, a través de revistas como Eco contemporáneo de Buenos Aires, El corno emplumado de México, Zona franca de Caracas, e incluso, Casa de las Américas de La Habana. Durante la edición de su primer libro, El profeta en su casa (1966), Jotamario esperaba que la disposición de sus poemas reflejara el desarrollo de su ejercicio creativo. En cambio, al preparar esta compilación, evitó de forma sistemática proporcionar un orden cronológico de los escritos de Gonzalo Arango. Obra negra fue una edición conmemorativa, una necrología anticipada, la forma de reconocerle a un desdibujado Arango su relevancia como fundador y principal exponente del nadaísmo. Marcó el inicio de la reconstrucción de la figura profética de Gonzalo Arango, labor que el propio Jotamario nutrió posteriormente con las compilaciones Memorias de un presidiario nadaísta, Reportajes y Última página, y con la donación de sus papeles personales para la creación del Archivo Nadaísta en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Sin embargo, pareciera que no quedó lo suficientemente claro por qué en la primera edición de Obra negra se prescindió de poemas y relatos elaborados después de la dimisión de Arango como profeta del nadaísmo en 1971. Plaza & Janés lanzó en 1993 una edición ampliada de este mismo libro en la que se incluyó el apartado “Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece”, en el que se incorporaron textos de su periodo místico como si se tratara de una novedad. Paradójicamente, casi veinte años antes, Jotamario había manifestado que no había nada más qué exhibir de Arango, que la escritura del profeta era incompresible sin su propio nadaísmo. En definitiva, Jotamario se encargó de exhibir el nadaísmo consecuente e irregular del profeta, lo incluyó como parte de su trabajo inconcluso, de ahí que la antología sea una muestra de una literatura extática y a su vez malograda, de una vida en obra negra.

      Por momentos, pareciera que Obra negra estuviera organizada por su nivel de violencia y que se pretendiera exponer cómo la agresividad de Arango disminuye a medida que se aleja del nadaísmo. En “Prosas para leer en la silla eléctrica” —que no corresponde de forma íntegra al libro homónimo de 1966— los cuentos cortos pasan de la necrofagia de cocinar con “sangre-manteca” y del anhelo de presenciar la tortura de un genocida, al intento por comprender las condiciones sociales que llevaron a los bandoleros Desquite y Águila Negra a convertirse en seres despiadados, procurando develar su inocencia aunque sin dejar de celebrar su muerte. Esta estructura de la obra se hace evidente en los apartados “Café y confusión” y “Prensa y sensación”, en los cuales Gonzalo Arango se torna árido para un lector ajeno a la producción nadaísta. Un ejemplo de esto se aprecia en la “Tarjeta de navidad para Gog” de 1962, previa a todos libros aludidos en la compilación. En esta carta dirigida a Gonzalo González, el profeta abandona la vehemencia originaria del movimiento, expresa que la propuesta nadaísta está enfocada en la creación poética y adopta una postura humanista para enfrentar una época sin ilusiones. Del mismo modo, en uno de los artículos finales, un panfleto de 1971 en contra de Gabriel García Márquez y los escritores del boom latinoamericano por haber dado la espalda a la revolución cubana tras el polémico proceso de Heberto Padilla, se vislumbran los últimos intentos de Arango por simular la ira de los primeros años, pero alejado de las diatribas que dieron amplia resonancia al movimiento.

      Obra negra es un juego que pretende engañar al lector desprevenido, mostrarle, mientras lo confunde, los vaivenes del profeta. El libro refleja claramente el surgimiento y la decadencia del nadaísmo: exhibe cuál era la nueva oscuridad, los propósitos de la revolución al servicio de la barbarie y termina diluyéndose con la abjuración mística del profeta. Permite entrever el nihilismo de Arango, su deleite con la muerte, su fascinación por el aniquilamiento, al igual que su desesperada creencia en la vida.

       Daniel Llano Parra

      Historiador, Universidad de Antioquia. Miembro del Grupo de

      Investigación en Historia Social (GIHS) de la misma universidad.

      Autor de Enemigos públicos. Contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958-1971 (2015).

       Obra negra


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