La sociabilidad perdida. María del Carmen Angueira
se funda el 25 de noviembre de 1867 durante la comandancia de Álvaro Barros en la frontera sur de Buenos Aires.
En virtud de la ley provincial de 1877, referida a la tierra del partido, esta fue convenientemente subdividida y entregada a la explotación. La zona comprendía 4 leguas cuadradas alrededor del pueblo, más las 16 leguas cuadradas que alcanzaba el ejido municipal y que fueron entregadas a hombres y mujeres procedentes de los más diversos países, quienes con dedicación y constancia hicieron de la región una de las zonas más ricas de la provincia. El 9 de marzo de 1881 se convierte en partido con una extensión de 7.714 kilómetros cuadrados y una población de 49.333 habitantes, de los cuales 25.000 habitaban en la ciudad.7
Durante esos años “los dueños de Olavarría eran un puñado de hombres, a saber: J. Yarto, Ángel Moya, Lorenzo Garay, L. Quinteros, Joaquín y Manuel Carranza, Manuel Fernández, Vicente Bahía, los 40 de la guardia nacional, el capitán L. Florinda y Agapito Guisasola, quien dijo que la vecindad del cacique Cipriano Catriel no les había inspirado temor alguno. Sin embargo, agregó, aumentaron los pobladores que llegaban de otros lugares, a partir de 1877, cuando no hubo más malones. Tiempo después, tuvo un socio nuevo en el trabajo del hotel José Yarto, Vicente Bahía. Ellos fundaron una estancia donde ahora se encuentra el Pueblo Nuevo”.8
Los pobladores contaban que algunos de ellos hicieron sus pulperías. Otros, como fue el caso de Guisasola, construyeron un gran rancho de cuatro habitaciones montado con maderas de sauce, álamo, cañas de tacuara y sogas; un cuero para puertas, paredes de barro y paja, techo de junco y revoques lisos de mezcla, porque todavía no se conocía la cal. En aquella casa con piso natural, pero bien pisonado, estableció hotel y billar. Más tarde, al poder traer el material desde Azul con la carreta del Estado, consiguió puertas y ventanas de pino, muebles y otros lujos.
Los inmigrantes recibieron las tierras y fueron hombres y mujeres de los más diversos países, quienes con dedicación y constancia transformaron el lugar, en uno de los más prósperos de la provincia bonaerense.
Junto con el cultivo intensivo de la tierra, llegaron a nuestro medio, en 1900, las trilladoras. Fueron sus propietarios don Juan Baldana, don Pedro Ala, don Miguel y Francisco Rossi, don Pablo Fassina y otros […] Las primeras trilladoras con su equipo de casillas, depósitos de combustible, carro aguatero, etc., eran arrastradas por tardos y pesados bueyes. Posteriormente, en 1904, llegaron los primeros motores a tracción, sin que ellos significaran la total sustitución de los bueyes, los que se siguieron empleando por varios años.9
Durante la cosecha la ciudad expresaba pura alegría. Las trilladoras recorrían las calles antes de ir a cada chacra. En un pintoresco desfile, los vecinos saludaban a los conductores. Mientras, niños y mayores arrojaban semilla a cada máquina, como serpentina, para augurar éxitos. La tarea de la cosecha duraba tres o cuatro meses, con 30.000 a 40.000 bolsas de cereal recogidas. Una vez finalizada, los peones eran recibidos en los comercios del pueblo y todos compartían el festejo.
La evolución de los pueblos originarios
Los pueblos originarios fueron denominados de manera distinta, según la época: durante el siglo XVIII, tehuelches septentrionales, y en el XIX, pampas, durante el proceso de mestizaje entre el blanco recién llegado de distintas regiones del país y el mapuche (araucano) procedente de Chile.
Lo llamativo y digno de recalcar es “la persistencia de un tiempo más que importante de lo no araucano, como lo justifica la arqueología de la provincia de Buenos Aires al sur del Salado”.10
Los documentos registran la existencia de una expedición militar, la de Federico Rauch, en 1826-1827, cuyos milicianos eran cuatrocientos tehuelches al mando del cacique Negro junto con otros, pampas, del cacique Juan Catriel. Al mismo tiempo había patagones, tehuelches y araucanos formando, según la clasificación realizada por José Sánchez Labrador, una nación con los indios pampas que era “un agregado de muchos individuos de todas ellas”.11
En 1872 el poblado de Catriel estaba afincado a 4,5 leguas del arroyo Azul, a la vera de la colina de Nievas: “Tenía una extensión de tierra […] a la orilla derecha del arroyo Azul, y dio origen al actual barrio Villa Fidelidad, sobre el camino a Tapalqué, en el partido bonaerense de Azul”.12 El Estado dispuso ganar dichas tierras y desalojó a los catrieles. Las fuentes registran el éxodo, que parecía más el producto de una invasión debido al despliegue de organización y poder demostrado durante cuatro horas.13
Los catrieles respondieron y hubo sucesivos enfrentamientos conducidos por Juan José Catriel, quien con 5.000 indios sitió Azul. Se llevó 500 cautivos y 1.500 cabezas de ganado. También quemó la estancia San Jacinto, propiedad del comandante Celestino Muñoz, atacó la galera de Bahía Blanca en Juárez e invadió Olavarría.
Al año siguiente volvieron a invadir este último pueblo (en ese mismo año llegó el telégrafo a Carhué). En 1877 las tropas enviadas por el gobierno, al mando del teniente coronel Teodoro García, destruyeron las tolderías de Juan José Catriel y Marcelino. Así, todos ellos fueron reducidos.
La matanza de los indios de Catriel en los toldos de Traico provocó el desbande de su tribu y el sometimiento de aquel al Estado nacional. Otro jefe, Manuel Grande, fue derrotado en la laguna de Burgos junto con Chipitruz. Este murió de viejo en Olavarría, cerca de sus parciales, pero ya dispersos en la zona de Sierra Chica hasta la segunda mitad del siglo XX.
La conformación del partido
El poblador Agapito Guisasola relató cómo se realizó la tarea perimetral del pueblo, con la superficie de tierras cuadradas otorgadas al municipio en 1876. El agrimensor fue Juan Coquet, designado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, según la ley de ejidos de 1870.
En definitiva, 1877 fue el año en que el territorio quedó fraccionado en 120 manzanas de 100 por 100 varas para solares, 196 quintas y 851 chacras. Cada manzana equivalía a 86,60 milímetros, y su medida era de cuatro solares de 50 por 50; una quinta correspondía a seis manzanas y una chacra de seis quintas, más las calles de 20 varas. Todo el suelo fue cuidadosamente amojonado. Dichas tierras limitaban al norte con el Estado nacional y las tierras de Zoilo Miguens y testamentaría de Manuel B. Belgrano; por el noroeste, con las de Martín Colman, el Estado y la escribanía de Manuel Belgrano; por el suroeste, con las de Juan Antonio Martínez Vidal y Eulalio Aguilar, y por el sureste, con las de Celestino Muñoz –San Jacinto– y el Estado.
Por la misma ley, las chacras de Olavarría fueron destinadas a la población de extranjeros, los rusos del Volga. Al poco tiempo, ellos desistieron de habitarlas por no considerarlas aptas para la siembra. Quienes las recibieron fueron otros, un grupo de extranjeros y criollos. Aunque no fueran del todo bien vistos en un principio, accedieron a la posesión de ellas. Esta obra fue realizada durante la gestión de Carlos Tejedor como gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1879. Los derechos de posesión fueron reconocidos en 1882 y más adelante, con la visita de otro funcionario, Dardo Rocha, se convirtieron en propietarios. Asimismo, ellos pagaron el valor de las tierras al municipio un año después, en 1883, y con dichos recursos entre 1890 y 1896 se construyeron puentes, iglesias, etc. Así, la iglesia parroquial fue otra obra realizada para la comunidad de Olavarría durante esos años.14
El cronista militar Remigio Lupo, en su paso por Olavarría durante la expedición de Julio A. Roca al sur, relató con sorpresa que, cuando llegaron a media tarde, le llamaron la atención las muchas casas de material, con relación a un poblado pequeño y apartado. Observó, asimismo, en la mirada de los pobladores, una transparente alegría y esperanza de la paz definitiva para la región, ante la presencia militar, en un territorio lindero a la frontera sur de Río Negro.15
El censo provincial de 1881 registra que la actividad prioritaria era la ganadería. El número de ovejas superaba diez veces a los vacunos, veinte veces a los equinos y treinta a los porcinos. La actividad ganadera creció a partir del comercio entre blancos e indios, pero aún más cuando