Vergüenza. Группа авторов

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no tardó en darse cuenta de que eso le daba mayor credibilidad a su relato: “Capté que ser religiosa a mí me da otro respaldo… ¡ah es religiosa!, su testimonio es creíble. Si viene otra religiosa con hábito, será más creíble que yo… mucho más que una laica”. Se levanta aquí la pregunta acerca de qué sesgos operan en el derecho canónico y en quienes reciben las denuncias, más allá de los de género. Por ejemplo, ¿serán menos creíbles las personas que no viven de acuerdo con la moral de la Iglesia católica? ¿Una mujer con pareja o hijos, pero sin matrimonio sacramental tendría aún más dificultad para ser creída? ¿Y una soltera o una divorciada? ¿Y una lesbiana?…

      También en la Universidad Católica empiezan a surgir casos. Beatriz denunció por acoso a su profesor y sacerdote. El resultado de la investigación interna de la institución estimó que los hechos denunciados carecían de fundamento plausible y que el profesor solamente sería “torpe en su trato con las personas”.

      El caso, que se hizo público a principios del 2019, escaló —sin embargo— a la Corte de Apelaciones a través de un recurso de protección presentado por la abogada Soledad Molina, de Abofem, la asociación de abogadas feministas. Para ella, el aporte más notable del fallo emanado de este tribunal es que reconoce que la violencia de género y su invisibilización es un fenómeno sociológico presente en la sociedad chilena y que “el trato indigno que se le da a las mujeres que denuncian forma parte de esta violencia. A partir de esta premisa —agrega citando el fallo— los ministros afirman que ‘no se trepida en descalificar a la denunciante, como una forma de desacreditar esta clase de denuncias con el fin último de desincentivarla’”. Por eso, que uno de los tribunales superiores de justicia haya introducido la violencia de género como un elemento que debe ser ponderado cada vez que un juez evalúa la prueba permite trasladar la violencia de género desde la teoría hacia la aplicación en un caso concreto.

      Por ello, en este fallo, la Corte de Apelaciones considera un deber de toda mujer atreverse a denunciar, no solo por sí mismas, sino también por sus hijas y hermanas y, agrega, por sus madres o abuelas que no tuvieron la oportunidad de denunciar estos hechos y, si lo hicieron, fueron sometidas a humillaciones.

      POR MÍ, POR TI, POR TODAS

      ¿Por qué las mujeres empiezan a hablar? ¿Por qué algunas deciden dar el paso y arriesgarse a ser apuntadas con el dedo? Algunas por su propio proceso, como María, que al iniciar nuestra conversación dice: “Si accedo a hablar contigo es para reconciliarme conmigo”, y agrega que estos abusos que se están destapando en la Iglesia despertaron en ella el recuerdo de “situaciones similares y fue como rebobinar y preguntarme por las distintas experiencias de abuso que he tenido en mi vida. Y eso ha sido muy fuerte”. Y agrega:

      He estado enojada conmigo misma por no haber sido valiente y ser poco consecuente con mi discurso… Lo que más me ha provocado ha sido rabia ¿¡por qué no hablé!? Y es triste para alguien como yo para quien el tema de la mujer es tan importante, reconocer que pasé nueve años en silencio. En este momento no quiero quedarme tranquila. Porque esto que me pasó, yo entiendo que no se puede comparar con otras conductas muy graves, pero esto que yo viví, ¿cómo saber si hay otras que están más heridas y no tienen los apoyos necesarios y les puede arruinar la vida…? Para mí es importante, quiero decir ¡no me quedé callada!

      Para Josefina, la decisión de denunciar le provocó una enorme crisis porque sabía que tendría que enfrentarse nuevamente a su abuso y, en muchas ocasiones, sería revictimizada. Fue muy terrible, recuerda. “Fue la primera vez que apareció la ideación suicida. No lograba salir de esa mierda. Tenía claro que la decisión de denunciar tenía que ver con otros, con que a otras no les pasara lo mismo”. Pero, insiste, “fue un proceso terrible, una declaración tras otra, con diferentes personas, más las preguntas idiotas de tanta gente que no entiende…”.

      “Toda esta experiencia iba de la mano con la oración” —explica Josefina—. Ella sabía que el único testigo de lo vivido era Dios y “él era el único que podía hacer que yo descansara. Entonces si yo me moría, lo primero era encontrarme con Dios, sentarme en su regazo y llorar y llorar porque Él sabía todo y no me iba a preguntar”.

      No es que Dios permita el abuso ¡No! pero a partir de esta experiencia de abuso… sentí y sigo sintiendo que el abusador, aunque no me violó, no me penetró, me hizo perder la virginidad, mi cuerpo quedó marcado, aterrado, murió el cuerpo de la chiquilla joven y se hizo mierda. Mi cuerpo, que iba a ser de Dios,


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