Vergüenza. Группа авторов
bien, muy feliz, me sentí escuchada, linda, deseada. Me decía que yo era buena mamá, linda, sabia, etc. En el fondo me decía todo lo que cualquier mujer quiere escuchar”. Él viajaba a Santiago semanalmente a atender un colegio del sector Oriente y a celebrar sacramentos.
Un día cualquiera su marido recibió una carta anónima con copia al obispo. La carta —mandada desde Santiago según el sello postal— alertaba que ese sacerdote era un “abusador emocional”, que su “proceder era habitual” con mujeres de todas las edades que estaban “en momentos vulnerables de sus vidas”. Y agregaba: “basta leer su hoja de vida de la congregación donde ya tuvo dos demandas años atrás”23. La carta agregaba que era muy astuto, “que se cuida de dejar evidencias y que va de víctima por la vida”. Cuando la leyeron, ella y su marido fueron a defenderlo ante el obispo de La Serena.
De a poco se fue enamorando, le contó de su vida, de sus penas. “Yo empecé a sentir que me gustaba estar con él, me sentía escuchada, acogida, le conté de mi matrimonio, de nuestras dificultades…”. Un día, en medio de la conversación, él le tomó la cara y le dio un beso. “Yo casi me morí. Jamás pensé en la posibilidad de la infidelidad y menos con un cura”. Mantuvieron una relación durante seis años.
Ximena se trasladó a Santiago con su familia y en la nueva casa le habilitaron el dormitorio de servicio para que cuando él estuviera en Santiago tuviera donde quedarse. Y cuando él debía partir de vuelta a La Serena sentía que “yo lo perdía”.
Le llamaban la atención algunas conductas escurridizas, particularmente con el teléfono. “Una vez —recuerda— le vi un mensaje en el teléfono que decía ‘Te amo’—me dijo que era de su hermana— y otra que le dijo ‘gracias por los mejores 365 días de mi vida’”. Él tenía una explicación para todo. Ya instalada en Santiago, Ximena recuerda un día que cocinaba para su familia. Él estaba en el dormitorio de servicio y lo escuchó hablar por teléfono, “hablaba con una mujer, era una conversación erótica. Empecé a sentir una enorme ansiedad, mucha inseguridad, algo raro estaba pasando” pero no lograba saber qué…
…la relación empezó a tornarse tortuosa. Muchas veces intenté salir de ahí. Le decía que no confiaba en él. Él me decía que yo era el amor de su vida, “tú eres lo único verdadero en mi vida, eres la única”… lo pasé pésimo, cuenta. Estaba como abducida por el dolor, estaba triste, triste, triste —insiste— mis niños veían a esta mamá triste… Yo intentaba salir de ahí, pero no podía, me seguía buscando… Me enfermé, acepté cosas que nunca debí haber aceptado. Yo lo amaba, me enamoré de él ¡y le aguanté tanto! Él me decía que yo era la única que conocía su miseria, que no lo podía dejar, que me necesitaba, que yo era su refugio, su catedral, y me buscaba. Me perseguía en el auto, me decía que me amaba. Para cada cumpleaños me mandaba flores y yo tenía que inventar que otras personas me las mandaban… Nunca volveré a ser la misma, hoy tengo muchas cicatrices.
Empezó a descubrir que el sacerdote del que se había enamorado “tiene una red de mujeres con las que se acuesta en forma permanente. Se acostaba con cualquier mujer, de las más diversas, casadas, viudas, separadas, jóvenes, mayores, todas cabíamos…”. Ximena descubrió que él había mantenido relaciones paralelas todo el tiempo que estuvieron juntos. Cuando lo encaró y le preguntó ¿por qué? Él respondió: “Por hacerles un favor”.
Un día en El Mercurio —cuenta— vio el anuncio de una conferencia que daría en Chile Iñaqui Piñuel24 hablando sobre los psicópatas integrados. Pidió hora con la psiquiatra que lo organizaba y se empezó a atender con ella…
Me explicó que yo era víctima de un psicópata integrado. Me explicó que tenía que sacarlo de mi vida, que yo tenía que hacer un duelo de algo que nunca existió: él nunca me amó. El psicópata te usa hasta que le sirves. Yo, por tres años no podía hablar, no dormía… Intenté mantenerme alejada, pero más de alguna vez volví con él, recaía.
Recién pudo contarle lo sucedido a su marido hace pocos meses. “Él, que es de una nobleza infinita, me dijo que había que denunciarlo. Y yo, amándolo, me di cuenta de que tenía razón”. Y se inició la investigación canónica correspondiente. Con el paso del tiempo Ximena va viendo con más claridad lo sucedido: “Siento que me quedaba un poquito de dignidad que fue la fuerza que me ayudó a salir de ahí. Que lo amé, lo amé profundamente. La dinámica ya la tengo clara: una vez que saben información captan que estás vulnerable, y ahí empieza todo…”. Y agrega:
Es muy doloroso, me destruyó mi vida, estoy tratando de salvar mi matrimonio, estoy con terapia… me robó mi alegría, me hizo mucho daño, no era capaz de conectarme, sentía que el demonio me había habitado y yo apostaba por la condenación, no por la salvación… para mí ha sido una bomba atómica. También siento que estoy saliendo, fue algo que viví muy sola, no podía contarlo… fue tremendo. Pero este hombre no logró destruir mi fe. Yo sin Dios no sé en qué habría terminado. Gracias al Espíritu Santo estoy aquí y puedo hablar. Estuve seis años con él y fueron años de condenación, de dolor profundo.
Y sigue:
Hoy me re-conozco, me re-significo —desde la humildad más grande— como una mujer valiente, intuitiva, de convicciones, fuerte, con amor propio, digna, guerrera y, sobre todo, amadísima por el Señor y muy amiga del Espíritu Santo. Cada cierto tiempo lloro y lloro mucho, me vacío, me limpio, me purifico, pero sigo mi camino de sobreviviente, gracias a mí y a mi Espíritu Santo. Gratitud es hoy lo que siento, verdaderamente sobreviví.
INSTITUCIONES Y SESGO DE GÉNERO
La experiencia de estas mujeres y de tantas otras, ha sido de mucho dolor. Y cuando se atreven a denunciar se topan, no solo con la incomprensión de lo que significa el abuso y el daño que produce, sino también, con un muro aun insalvable: los prejuicios y los sesgos de género en las instituciones que deberían defenderlas. Sesgos de género que pasan por desacreditar a la víctima debido a supuestos comportamientos sexuales inadecuados, a la forma como estaban vestidas o se comportaban, etc. Para ninguna es fácil contar su historia:
Me vi en la opción de seguir viviendo como abusada, puedo bancarme mi abuso, no voy a morir, pero no me perdonaría nunca que más adelante alguien me diga, me violó este tipo, me abusó y yo no haber hecho nada. Tomé la decisión de denunciar el 2012 —seis años después del abuso— ante la PDI. Cualquier persona sabe que hacer una denuncia ante el Médico Legal o la PDI es muy difícil, pero no tenemos idea de cuán difícil es. Estamos a años luz de entenderlo. Es invivible, impasable. La denuncia ante el Médico Legal fue terrible: el tipo nunca me miró a los ojos, nunca dejó de ver el celular, de comer, incluso, me preguntó si yo había tenido relaciones sexuales antes, le dije que no y me respondió: “¡Ah! por eso crees que esto es un abuso”… Ni la justicia chilena, ni los procesos eclesiales, ni la sociedad, ayudan a que estos procesos se puedan vivir combinando la fragilidad y la fortaleza que implica todo esto. No se puede ser fuerte todo el tiempo, tampoco se puede ser débil todo el tiempo. Nos cuesta acompañar y aceptar que la debilidad y la fortaleza van de la mano25.
Los actos de acoso sexual están considerados como hechos de carácter grave y una manifestación de violencia de género. Después del movimiento global #metoo son muchas las mujeres que se han atrevido a hablar de acoso sexual en diferentes ámbitos del quehacer nacional e internacional, en el arte, el espectáculo, la política, las universidades. De a poco empiezan a hacerlo en la Iglesia católica y en instituciones vinculadas a ella. Muchas no se atreven a hablar porque “¡cómo iba a denunciar! Cómo iba a hablar de una sensación… nadie me iba a creer, se iban a reír de mí…”26. “¿Alguien me iba a creer? Era mi palabra contra la de él”27.
La religiosa de 49 años, María, el 19 de marzo 2019 se animó a presentar su denuncia