La compasión en la antropología teológica.. Iván Fernando Mejía Correa

La compasión en la antropología teológica. - Iván Fernando Mejía Correa


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Pero también el mismo Mateo muestra la necesidad de la oración, el ayuno y la misericordia (Mt 6,1-18), los ejes centrales de la espiritualidad cristiana que tienen como objeto relacionarse con Dios, los hombres y el resto de las criaturas, pero desde una actitud de apertura.

      Asimismo, este evangelista muestra cómo Jesús, siguiendo la Tradición profética, apeló a Os 6,621 para afirmar que el verdadero culto a Dios no se da tanto en los sacrificios sino en la vivencia de la misericordia. Sin embargo, fuera del texto de las bienaventuranzas se encuentra un texto emblemático que es Mt 25, 31-4522. Este es el texto inspirador de las obras de misericordia que nos muestran cómo esta le da sentido a la vida cristiana y es el criterio último de salvación. También el Evangelio de Marcos23, la fuente más primitiva según la crítica, muestra cómo la misericordia-compasión es un elemento fundamental en la praxis de Jesús de Nazaret. El llamado “Evangelio de la Misericordia” es donde se ve con esplendor ese comportamiento de Jesús que muestra quién es el Padre. Presenta varios textos —uno de ellos Lc 6, 36-38— donde se nos invita a la perfección; y los textos por antonomasia del Buen Samaritano24 y el “hijo pródigo” —o mejor del Padre misericordioso—25, que recalcan que la compasión, así como es el comportamiento fundante de Dios, también debe ser el comportamiento de todos los hombres, en especial de los creyentes.

      Por otro lado, el apóstol Pablo, al experimentar la experiencia de la salvación, también alude a la misericordia26 de Dios que se ha manifestado en Jesús. Pero no son estos textos sino todo el conjunto de la Palabra de Dios que está inspirada en la misericordia, la compasión, la ternura, etc.

      Esto significa que la misericordia, la compasión y la ternura no constituyen una actitud accidental de Dios, sino una característica fundamental de Dios que debe ser una actitud fundamental de todos los hombres. Así lo atestiguan los diferentes textos bíblicos que se han presentado a lo largo de la historia de la salvación.

      Finalmente, este breve repaso bíblico presenta que la misericordia-compasión tiene origen en el Dios de Jesucristo. En esa medida, toda la reflexión teológica desde san Juan Pablo II hasta Francisco ha seguido estudiando este atributo divino por excelencia, pero ahora hace falta dilucidar, discernir cómo la compasión también está en el corazón de los hombres, no por virtud de ellos, sino por gracia de Dios, quien quiere que todos los hombres se salven (I Tm 2, 4). De ahí que si la compasión es la principal característica del Dios de Jesucristo, asimismo se convierte en un factor determinante en la vida de los hombres.

      La misericordia en los Santos Padres

      Los Santos Padres de la Iglesia fueron los testigos de la fe cristiana. En efecto, ellos asumieron la vivencia del Evangelio hasta llegar a sus máximas consecuencias. Por eso, en palabras de José Uriel Patiño: “El primer título y función que se puede atribuir a los Padres es el de ser los testigos privilegiados de la tradición viviente en continuidad con la predicación apostólica. Los ministros y teólogos de los primeros siglos proclamaron la fe, la defendieron frecuentemente contra el paganismo o la herejía y se esforzaron por darle su expresión racional”27.

      Los Padres, con su legado, práctica y enseñanzas, van formando la impronta del verdadero cristianismo. No solamente en la parte doctrinal, sino en la solidaridad con los desvalidos, los Padres ejercieron la caridad reflejada en la misericordia. De hecho,

      en la Iglesia antigua la solidaridad y ayuda a los necesitados, socorrer a las viudas, a los pobres en general, no era de ninguna manera una actividad esporádica y pasajera, sino que formaba parte del ser y la vida de la Iglesia. No se podía entender a las Iglesias sin la comunión (koinonía) de bienes, de una u otra forma. Lo que caracterizaba a las ofrendas semanales o mensuales era su espontaneidad; todos daban libremente según sus posibilidades, y todos querían afirmar la fraternidad que requería signos concretos de expresión. La comunión de bienes era como el sacramento de la fraternidad. Las ofrendas se realizaban por el fervor de su sentimiento filial hacia Dios, el Padre común, y por el amor hacia los hermanos en Cristo. Entre los cristianos las ofrendas tenían el sello de la gratuidad28.

      Es así que, si se observa la praxis de los Padres, ellos desde el comienzo pretendían que el pueblo fiel entrara por la vivencia de la misericordia29, el mandato del Señor a ser misericordiosos resonaba en la mente y en la vida de los padres; por eso, “la invitación a ser misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36) a menudo ha sido traducida por los Padres de la Iglesia como una invitación a la verdadera perfección evangélica, que es la vocación común de todos los cristianos a la santidad (cf. Lumen gentium, 5,40). Para los Padres, en su experiencia y en su pensamiento, “la invitación a la misericordia y la perfección estaban estrechamente ligadas, porque los pastores y doctores de los primeros siglos del cristianismo siempre se han reconocido a sí mismos y a toda la Iglesia peregrina como necesitados de la bondad misericordiosa de un Dios que perdona. Por tanto, ser cristiano, es decir, semejante a Cristo, el Perfecto, es posible y en la máxima medida, si nos acogemos a la misericordia divina y llegamos a ser personas de misericordia”30.

      Esta praxis de los Padres de la Iglesia obtenía su fundamento en la Escritura:

      En la comprensión del gran misterio de amor infinito de Dios por el hombre, los Padres de la Iglesia partieron de la lectura de las Sagradas Escrituras, la norma de vida cristiana, meditada, proclamada, celebrada y vivida en la Iglesia. La Escritura ocupaba y ocupa un lugar absolutamente fundamental en la vida de la comunidad, y conforme a ella se cumple, toda acción de la vida, de la liturgia a la doctrina y la conducta tanto a nivel personal como colectivo31.

      Los Padres —conocedores de la Palabra de Dios— captaron de inmediato el papel de la misericordia, la compasión y la ternura de Dios32. De ahí que, en su práctica pastoral, la comunión de bienes estuviera inspirada en esa misericordia compasiva que se expresa en el corazón de Dios ante el sufrimiento de los hombres.

      Si hoy se habla de la necesidad de una razón cordial como cambio de paradigma en la manera de comprender la realidad33, ya no solamente desde la razón, sino también desde el sentimiento, los Padres serían los pioneros, pues para ellos el corazón era fundamental. Y no puede ser de otro modo: para los Padres “el ‘corazón’ era el centro de la zona más íntima y más verdadera de todo hombre. Por este motivo, el ‘corazón’ se consideraba como la sede de los afectos, es decir, de los sentimientos de alegría, de dolor, de amor, de serenidad o de agitación, como el lugar impenetrable de la evaluación de las decisiones de la conciencia de cada uno de nosotros”34.

      En este aspecto se ve el influjo del concepto corazón que provenía del mundo semita y, por ende, del mundo bíblico. Esto revela que la teología patrística sigue la misma sintonía de los escritores sagrados, cuando hablaba de los sentimientos, motivaciones que constituían el corazón de los hombres y de Dios. De allí la importancia de la misericordia compasiva que brota del corazón de Dios, pero que también está llamada a ser conducta fundante de todos los hombres por el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Él.

      Ahora bien, si la misericordia compasiva debe formar e informar al creyente, significa que la estructura ontológica de los hombres está dispuesta a desarrollar esos sentimientos de compasión y misericordia, de lo contrario los padres no hubieran educado en la formación de este comportamiento que —para la época de los Padres— era tan criticado por algunos filósofos y algunas corrientes de pensamiento35. Así,

      en la época de los Padres de la Iglesia, durante el período del catecumenado, con la oración del Padrenuestro se educaba para ejercitar la misericordia. Tal educación se apoyaba en la conciencia del hombre que nace y vive su existencia envuelto por zonas de sombras que invaden su ser humano en situaciones en las que se le dificulta el bien, en situaciones de pecado, como se dice comúnmente. (…) La educación cristiana, en la misericordia, en términos de convivencia, se traduce en una relación de ayuda recíproca para liberarse del mal en el cual cotidianamente se incurre, para no detenerse más de lo necesario en el juicio negativo recíproco, para relacionarse con su semejante viviendo en misericordia. Si el prójimo peca contra nosotros y nosotros respondemos según su misma medida, nos olvidamos del don de la misericordia y, como si volviéramos a ser paganos, pecamos también nosotros. Sólo nos salva la misericordia


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