Perspectivas de la clínica de la urgencia. Ines Sotelo

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Fueron tiempos de trabajo riguroso y apasionado, a la vez que creativo y original. Osvaldo Umérez, cuyo rasgo era la generosidad, sin duda supo transmitir mucho más que conceptos. Al igual que lo hacía con sus analizantes y en la universidad, en el interior del cartel causó nuestro trabajo que tuvo su momento de concluir en las elaboraciones que cada uno comunicó en jornadas y en publicaciones así como en un “anzuelo” colectivo.

      Estos recorridos fueron dejando su marca y la formación de un grupo de trabajo se ha ido plasmando en el interior de la cátedra, promoviendo que las elaboraciones colectivas preserven la singularidad de cada analista, ubicado aquí en espacios de transmisión. La enseñanza, la investigación y la extensión se despliegan, y cada cuatrimestre se suman allí nuevos ex-alumnos devenidos ahora colegas.

      Esta publicación tiene ese espíritu y está dirigida a estudiantes y practicantes del psicoanálisis con quienes sostenemos una conversación desde hace muchos años y que en estos últimos tiempos, como en una banda se Moebius, se desliza entre la Universidad, el hospital, los espacios de formación.

      Pusimos en marcha una investigación ya concluida y otra –ahora en sus inicios– que bajo mi dirección y la de Guillermo Belaga, enlaza el trabajo en las urgencias de los Hospitales de San Isidro y la Universidad de Buenos Aires, el Hospital San Bernardo y la Universidad Católica de Salta –Argentina–, el Hospital Maciel y la Universidad de La República –Montevideo, Uruguay– y el Hospital Das Clínicas Da UFMG –Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil–.

      Interrogados por la clínica de la época, el lugar del analista y sus intervenciones, realizamos con varios docentes de la cátedra y coordinados cuidadosamente por Alejandra Rojas, un seminario inscripto en Extensión Universitaria, que ofrecemos junto con espacios de control a numerosos hospitales.

      Los capítulos del libro responden a las temáticas de interés y preocupación de los practicantes a quienes está dirigido: admisión, angustia, acting-out, psicosis, niños, inclasificables, serán trabajados en la perspectiva de la orientación lacaniana en la Clínica de la Urgencia.

      Pero este libro se enmarca y jerarquiza con un escrito fundamental. La contribución de Eric Laurent, con su texto “El revés del trauma”, establece conceptos cruciales que orientan nuestra práctica cotidiana así como nuestra posición en tanto atravesados por el discurso analítico. Sus libros Psicoanálisis y salud mental, Ciudades analíticas –entre otros– han causado en los estudiantes una verdadera subversión de ciertas categorías que muchos de ellos traían, que por cristalizadas mostraban un analista cercano a la impostura. Rigurosidad y creación entraron a las aulas confrontados con la clínica hospitalaria.

      Mi agradecimiento a cada uno de los autores y mi reconocimiento por la apuesta cotidiana por el psicoanálisis y su transmisión.

      A Alejandra Glaze por hacer posible esta publicación a través de la prestigiosa editorial que dirige, y que crece, ofreciendo a la comunidad excelentes y variadas producciones.

      A Roberto, a Mariana, a Mario y a Luz, que me acompañan y me alientan.

      Y como siempre, a los estudiantes y practicantes que ponen en causa nuestro deseo y nuestro trabajo.

      Noviembre 2008

      1- * Inés Sotelo es psicoanalista en Buenos Aires. Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Profesora de la Práctica Profesional Clínica de la Urgencia y Psicopatología, Universidad de Buenos Aires. Supervisora de hospitales. Investigadora UBACyT. E-mail: [email protected]

      El sentido clásico ha sido especialmente extendido, más allá de los límites recibidos hasta entonces, en los años 80. La extensión del término se justifica por un fenómeno que se sitúa en interfaz entre la descripción científica del mundo y un fenómeno cultural que lo excede.

      La generalización del trauma

      A medida que la ciencia avanza en su descripción de cada una de nuestras determinaciones objetivas, desde la programación genética hasta la programación del medio circundante, pasando por el cálculo cada vez más preciso de los riesgos posibles, la ciencia hace existir una causalidad programada. El mundo, más que un reloj, aparece como un programa de computadora. Es nuestra manera actual de leer el libro de Dios. A medida que solo esta causalidad es recibida, surge el escándalo del trauma que, él, escapa a toda programación. A medida que nos beneficiamos de una mejor descripción científica del mundo, es que toman consistencia el síndrome de stress post-traumático, ligado a la irrupción de una causa no programable, y la tendencia a describir el mundo a partir del trauma. Todo lo que no es programable deviene trauma. Llega hasta el punto que, por ejemplo, en conferencias de la OMS, asistimos a proposiciones que apuntan a considerar la sexualidad misma, como un post-traumatic stress disorder. Nuestro cuerpo no está hecho para ser sexuado, como lo muestra el hecho de que los hombres y las mujeres se comportan mucho menos bien que los animales. De ello se deduce un trauma indiscutible ligado al sexo. Podemos entonces describir la sexuación entera como una difícil reacción al trauma. Es un esfuerzo entre otros para reabsorber la descripción del funcionamiento del body o de la mind, según un único modelo, el de la causalidad programada y de la irrupción de la contingencia sorprendente.

      Es paradójico, podríamos decir, pedir a un psicoanalista hablar de las consecuencias del trauma, ya que el psicoanálisis freudiano está precisamente fundado en el abandono de la teoría del trauma de seducción. Durante dos años de su vida, entre 1895 y 1897, Freud pensó, en efecto, poder reducir la sexualidad a un trauma. Luego abandonó esta teoría y pensó que es en la sexualidad como tal que había que encontrar la causa necesaria del malestar en la sexualidad, y no en la contingencia.

      Veinticinco años más tarde, después de la Primera Guerra Mun­dial, es que Freud dio un sentido nuevo a los accidentes traumáticos y a las patologías que les sucedían. Hace de estos casos entonces, un ejemplo del fracaso del principio del placer y uno de los fundamentos de la hipótesis de la pulsión de muerte. El síndrome traumático de guerra, ya sea su definición psicoanalítica o no, está caracterizado por un núcleo constante: durante largos períodos y sin ningún remedio, sueños repetitivos que reproducen la escena traumática provocan despertares angustiosos. Estos sueños contrastan con una actividad de vigilia que, ella, puede no ser dañada.

      Freud hubo de conocer estos síndromes, pues fue consultado como experto durante la guerra y también después, tomando partido contra los métodos utilizados por la psiquiatría alemana de la época para tratar a los traumatizados. El “tratamiento” consistía en la aplicación de shocks eléctricos completado por la sugestión autoritaria para forzar a los soldados a volver al frente con un encuadre muy ajustado. Los métodos franceses e ingleses, diferentes, eran más flexibles.

      La Segunda Guerra Mundial continuó la tendencia liberal del tratamiento de las neurosis de guerra, pero fue sobre todo después de la guerra de Vietnam que cambió la concepción del tratamiento del trauma en psiquiatría. No es sino en 1979 que los veteranos son recensados, evaluados, insertados en programas de rehabilitación y que la sociedad americana se reconcilia con estos soldados traumatizados. Los psiquiatras americanos son ampliamente movilizados en torno de este problema reconsiderando a favor el concepto de stress y la particularidad de la reacción que engendra. Es la importancia de la movilización de los psiquiatras y psicólogos americanos sobre el tema social de la reinserción, que hace salir el trauma del círculo estrecho de la psiquiatría militar, para volverse una perspectiva general de aproximación de los fenómenos clínicos ligados a las catástrofes individuales o colectivas de la vida social.

      El segundo factor que trae la extensión del síndrome es la patología propia de las megalópolis de la segunda mitad del siglo XX. Las megalópolis actuaron en un doble registro. Por una parte, engendraron un espacio social marcado por un efecto de irrealidad. El admirable pensador alemán Walter Benjamin llamaba a este efecto “el mundo de la alegoría” propio de la gran ciudad donde el reino de la mercancía, de la publicidad


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