Perspectivas de la clínica de la urgencia. Ines Sotelo
una galería vendedora de megalópolis virtual.
Por otra parte, el lugar de lo artificial es el lugar de la agresión, de la violencia urbana, de la agresión sexual, del terrorismo, etc.
Es en los Estados Unidos que en principio los grupos feministas han querido hacer reconocer la violación como un trauma, no más como un delito del derecho común, sino como un crimen clínico, que acarrea consecuencias subjetivas de gran duración. Han reclamado, entonces, reparaciones más importantes y sanciones más grandes de parte de los tribunales.
Ciertas categorías profesionales han pedido también compensación por el stress que padecieron. Por una suerte de mueca de la historia, el sindicato de conductores de trenes alemanes pidió compensación por el stress producido por el hecho que Alemania es el país de Europa donde más se suicidan tirándose bajo los trenes (un suicidio cada cinco minutos).
Digo mueca de la historia porque no olvidemos, en este fenómeno, la importancia de la reflexión sobre las secuelas de los campos de concentración. Los psiquiatras que se han ocupado de los sobrevivientes, en efecto descubrieron el “síndrome de culpabilidad del sobreviviente”, con fenómenos comparables a los de los traumas de guerra: ansiedad y depresión, asociados con problemas somáticos variados. A partir de una experiencia de encuentro con la muerte que desafía toda razón se producen fenómenos parecidos.
Dos factores participan entonces en la extensión de la clínica del trauma. Por una parte, la experiencia psiquiátrica de los traumas de guerra en los países democráticos, es decir en los países donde no se abandona a sus ciudadanos. En este aspecto, las nuevas definiciones de las misiones de “conservar la paz”, la extensión del rol “humanitario” de los ejércitos, especialmente europeos, acentúan esta experiencia. Un film como Warriors popularizó el trauma de guerra en las operaciones de conservar la paz. Por otra parte, el tomar en cuenta la patología civil del trauma extiende la definición de la experiencia traumática a aquella que comporta el encuentro con un riesgo importante para la seguridad o la salud del sujeto. La lista de los peligros mezcla catástrofe técnica, accidente individual o colectivo, agresión individual o atentado, guerra y violación.
Hemos aprendido por un seguimiento más en profundidad de los casos que, contrariamente a lo que pensaba Freud en 1918, el hecho de haber sido herido físicamente no protege de una neurosis traumática. El 80% de los heridos graves en caso de atentados presentan, y hasta mucho tiempo después del acontecimiento, síndromes de repetición, problemas fóbicos o depresivos.
Igualmente, hemos aprendido que los niños pueden perfectamente conocer problemas similares a los presentados por los adultos. Finalmente, hemos aprendido que allí, como en otros fenómenos mórbidos, las mujeres revelan ser, lejos, más sólidas que los hombres.
La energía del trauma
En 1895, Freud en principio anudó el núcleo de la neurosis y el síndrome de la repetición. Menciona en su descripción de la histeria de angustia, el despertar nocturno seguido a un síndrome de repetición con pesadillas. No es sino después del aislamiento del puro instinto de muerte que él separará los sueños de repetición y la histeria, y hablará, en el síndrome de repetición traumática, de un fracaso de la repetición neurótica, de un fracaso de las defensas, de un fracaso de la barrera para-excitación.
La cuestión es la de saber cómo releer ahora estas metáforas energéticas freudianas. La cuestión del trauma constituye de alguna manera una piedra de toque. Tiene el aire, en efecto, de ser por excelencia el lugar de la energía, de la cantidad de efracción.
En 1926, cuando modifica el sentido del “trauma de nacimiento” de su antiguo alumno Otto Rank, Freud trae las concepciones energéticas que precedentemente había encarado para ocasiones de angustia ante pérdidas esenciales. Freud distingue la angustia sentida en el momento de nacer y la que surge, propiamente hablando, del trauma de la pérdida del objeto materno. Freud osa hacer de la pérdida necesaria de la madre, el modelo de todos los otros traumas. Es sobre este fondo que es necesario entender el aforismo que figura en un texto casi contemporáneo, el texto sobre “La negación” de 1925, donde el objeto no ha de ser encontrado sino siempre “reencontrado”, siempre encontrado sobre el fondo de una pérdida fundamental.
Lacan retradujo el inconsciente freudiano y la pérdida fundamental que le es central, en los términos del pensamiento del siglo XX, al que pudimos llamar el siglo del “giro lingüístico”. En el curso de este siglo XX, tradiciones filosóficas diferentes, Frege, Russell, Husserl, etc., pusieron el acento sobre el drama que hace que no podamos salir del lenguaje una vez que estamos allí. Es lo que enuncia el primer Wittgenstein en su tesis pesimista según la cual la filosofía solo puede demostrar tautologías y que el mundo no puede “mostrarse” más que a través de otros discursos: la estética, la moral, la religión.
Lacan mostró que la tesis de Freud puede formularse así: venimos al mundo con un parásito que él nombra el inconsciente. En el momento mismo en que aprendemos a hablar, hacemos la experiencia de algo que vive de otra manera que el viviente, que es el lenguaje y las significaciones. Es en el mismo movimiento en el que comunicamos nuestras experiencias libidinales, que hacemos el descubrimiento de los límites de esa comunicación: el hecho de que el lenguaje es un muro. Si no estamos demasiado aplastados por el malentendido, llegamos entonces a hablar; pero, entonces, hacemos la experiencia de que no saldremos más del lenguaje.
En el borde del sistema del lenguaje un cierto número de fenómenos clínicos dan cuenta de la categoría de lo real. Estos fenómenos están a la vez en el borde y en el corazón de este sistema del lenguaje. El trauma da cuenta de una topología que no es simplemente de interior y exterior. El trauma, la alucinación, la experiencia de goce perverso, son fenómenos que, se puede decir, tocan lo real. La neurosis también experimenta momentos de angustia que le dan una idea de esos fenómenos y la arrancan de su tendencia a considerar la vida como un sueño.
En este sentido, la extensión de la clínica del trauma en las clasificaciones psiquiátricas es la consecuencia lógica de la extensión de la descripción lingüística del mundo, ya sea en los modelos científicos o su extensión más o menos justificada en las neurociencias. Pero la verdadera cuestión que se plantea es la del lugar lógico del trauma, en los diferentes modelos que nos son propuestos.
Los dos lugares del trauma
La cuestión del trauma es justamente una cuestión de interior y exterior, pero las relaciones de estas dimensiones son complejas, como lo muestran muchos textos de Freud, además de “La negación”.
Lacan, desde 1953 propone, para tomar esto en cuenta, inscribir el lenguaje en un espacio cerrado particular: el toro. “Al querer dar una representación intuitiva, parece que más que a la superficialidad de una zona, es a la forma tridimensional de un toro que habría que recurrir, en tanto que su exterioridad periférica y su exterioridad central no constituyen sino una sola región”.
Este modelo presenta la particularidad de designar un interior que está también en el exterior. Interesa profundamente la concepción del espacio en general. Las reflexiones sobre la topología nos permiten ir hacia “la liberación progresiva de la noción de distancia en geometría” y además de “distancia” psíquica con relación a un trauma. El toro es la forma del espacio más simple que incluye un agujero.
En un primer sentido, entonces, el trauma es un agujero en el interior de lo simbólico. Lo simbólico es acá planteado como el sistema de las Vorstellungen a través de las cuales el sujeto quiere reencontrar la presencia de un real. Lo simbólico incluye el síntoma en su envoltura formal y también lo que no llega a hacer síntoma, este punto de real que queda exterior a una representación simbólica, ya sea síntoma o fantasma inconsciente. Permite figurar lo real en “exclusión interna a lo simbólico”. “El síntoma puede aparecer como un enunciado repetitivo sobre lo real (…). El sujeto no puede responder a lo real si no es haciendo un síntoma. El síntoma es la respuesta del sujeto a lo traumático de lo real”. Este punto de real, imposible de reabsorber en lo simbólico, es la angustia entendida en un sentido generalizado que incluye la angustia traumática.