Universidad, lasallismo y proyecto de vida. Óscar Augusto Elizalde Prada

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que tenía su centro y piedra angular en las personas que la constituían, tanto maestros como estudiantes, los cuales a su vez se constituyeron en “las piedras y las almas de las universidades medievales”: Bolonia, París, Oxford, Salamanca, Heilderberg...

      CONTEXTO SOCIOPOLÍTICO QUE ANTECEDIÓ EL SURGIMIENTO DE LA UNIVERSIDAD

      Los siglos que precedieron la caída del Imperio romano fueron el periodo de configuración de la cultura occidental. Ante la ineficiencia del poder central y frente a la necesidad de proteger a las antiguas provincias del imperio de las invasiones bárbaras —v. gr. anglos, francos, ostrogodos, sajones, vándalos, visigodos—, surgió una nueva aristocracia, con la autoridad y los medios para brindar la protección a los laboratores que se agrupaban alrededor de sus propiedades, estableciendo así un orden, al cual se le denominó periodo feudal:

      El centro del nuevo estado debía ser el dominus, el señor, título que debía remplazar al tradicional de princeps y que llevaba consigo la idea de que todos los habitantes del imperio no eran sino siervos del autócrata que lo gobernaba. Por sí mismo nadie poseía derecho alguno al ejercicio de ninguna función y las antiguas magistraturas habían sido remplazadas por una burocracia cuyos miembros no eran, en cierto modo, sino agentes personales del autócrata (Romero, 1987, p. 15).

      El aumento paulatino que se dio en la población propició el proceso de urbanización desde una composición étnica y social diversa, v. gr. romana, judeocristiana, germana, entre otras (Romero, 1987). Los intercambios de costumbres, bienes e ideas propiciaron la espe- cialización de las actividades laborales, la aparición de los gremios, el desarrollo del comercio artesanal y de los mercados, la construcción de rutas de comunicación —terrestres, fluviales y marítimas—, el surgimiento de nuevas demandas educativas y de organización social. Lo económico, lo demográfico y lo cultural consolidaron el levantamiento de los grandes centros urbanos (Tünnermann, 1997).

      Unido a lo anterior, las comunidades de solidaridad horizontal hicieron contrapeso al sistema político feudal. Los gremios, especialmente los albañiles —universitas muratorum—, pretendieron continuar con el nomadismo, buscando independencia con respecto a las ciudades. En su búsqueda de la autonomía, estas comunidades redactaron reglas, eligieron líderes y se organizaron económicamente con el fin de obtener privilegios por parte de las autoridades políticas de los centros urbanos.

      [...] con el fin de protegerse de las decisiones arbitrarias de las autoridades locales y las muestras de hostilidad de las poblaciones [donde ofrecían sus servicios] [.] estos grupos [intentaban] que la sociedad los reconociera como comunidades cuyo buen ejercicio era fundamental para el desarrollo y buen funcionamiento de la sociedad en general (Verger citado por Mora, 2008, p. 62).

      Tras los cambios políticos, económicos y sociales siguió una profunda crisis espiritual que obligó a revisar el sistema de ideales romanos. Ahí es cuando el cristianismo influyó estructuralmente en la elaboración de una nueva concepción de vida y se convirtió en el representante legítimo de la tradición y, al mismo tiempo, en el camino por seguir durante la Edad Media.

      INSTITUCIONES QUE ANTECEDIERON A LA UNIVERSIDAD

      A los cambios económicos, políticos y sociales que acontecieron en Europa durante los siglos V al VIII se le sumaron las problemáticas culturales, en especial las educativas. El antiguo sistema romano, en el cual el alumno avanzaba desde el magister ludi al rhetoricus, pasando por el grammaticus, había desaparecido institucionalmente, ya que las escuelas municipales de la época del Imperio fueron dispersándose de manera paulatina (Sánchez, 2010).

      San Isidoro de Sevilla (556-636) y Alcuino de York (730-804), desde su función pastoral en la Iglesia, realizaron la restauración de los estudios clásicos —Institutionum disciplinae—, pero a partir de una perspectiva litúrgica, doctrinal y cristiana. Para el cristianismo era fundamental alfabetizar a la población en las primeras letras, a partir del estudio de las artes liberales clásicas: trivium (gramática, retórica y lógica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). Solo así se podía garantizar el relevo generacional de los ministros de la palabra. En 796, Alcuino escribe al obispo de York (Inglaterra):

      Provee maestros tanto para los chicos como para los clérigos adultos. Separa en clases aquellos que han de estudiar los libros, los que han de practicar la música eclesiástica y los que se ocuparan de transcribir. Mantén un maestro separado para cada clase y mira que los muchachos no puedan andar por ahí haraganeando, ocupados en juegos inútiles o haciendo tonterías (citado por Sánchez, 2010, p. 9).

      En el siglo VI, Carlo Magno ordenó a los sacerdotes de las regiones rurales del Sacro Imperio Romano Germánico crear escuelas parroquiales, para que se enseñara en ellas gramática, cálculo y canto. Por su parte, el Concilio de Narbona del 589 anticipó las orientaciones que posteriormente dió el Concilio de Toledo VI (638) sobre las condiciones sine qua non de la formación de los candidatos al diaco- nado y al presbiterado. En ellos, los obispos de la Iglesia dictaminaban normas referentes a la edad de los escolares, el lugar donde se debía desarrollar la formación, los responsables del adoctrinamiento, los contenidos del estudio, las formas de reprimir la concupiscencia de los jóvenes, entre otras:

      Que vivan en una sola casa. Cualquier edad del hombre, a partir de la adolescencia, es inclinada al mal, pero nada más inconstante que la vida de los jóvenes. Por esto [conviene] establecer que si entre los clérigos hay algún adolescente o en edad de pubertad, todos habiten bajo el mismo techo junto a la iglesia, para que pasen los años de la edad resbaladiza, no en la lujuria sino en las disciplinas eclesiásticas, confiados a algún anciano muy probado a quien tengan por maestro en la doctrina y por testigo de su vida (García, 2000, p. 41).

      En las “escuelas monacales” (anexas a una abadía-monasterio), los monjes instruían a los novicios —neófitos en el oficio de la transcripción y traducción de manuscritos antiguos—, lo cual compaginaba perfectamente con la educación religiosa y moral. Esto permitió conservar las obras de los autores clásicos de Grecia y Roma, que se convirtieron en el fundamento del edificio doctrinal cristiano, generando innumerables controversias entre los pensadores de la patrística y la escolástica, debido a que algunas de sus sentencias no eran del todo compatibles con el dogma religioso. Vestigios de estas escuelas se pueden rastrear hasta el siglo XII —v. gr. en la escuela de San Víctor, fundada por Guillermo de Chapeaux (?-1122) en Francia (Escobar, 1999)—

      Otras entidades que existieron y cohabitaron con la estructura monacal fueron las “escuelas catedralicias” (episcopales). Próximas a las catedrales, fortalecieron el poder del clero secular en oposición al monacal. Las mencionadas escuelas (Orleans, Chartres, Laon, Santa Genoveva, entre otras) se convirtieron en el centro de instrucción elemental, necesario para acceder al sacerdocio o para ocupar cargos burocráticos dentro de los estados feudales. La novedad de estos centros radicó en abrir sus puertas a los hijos de los nobles, para que recibieran educación junto con los miembros de la Iglesia. Por otro lado, consolidaron al nuevo gremio de los maestros, quienes eran hombres que profesaban los votos de castidad, pobreza y obediencia al obispo, sin que ello significara que pertenecieran a una orden religiosa o se ordenaran como sacerdotes (Reale y Antiseri, 1999). Un ejemplo de las actividades de estas escuelas fue la conformación de la escuela de traductores del arzobispo Raimundo (?-1152), en la ciudad de Toledo; bajo su regencia comenzó la traducción —por un periodo de casi cien años— de obras que por varios siglos se consideraron perdidas. Por otro lado, traductores judíos, musulmanes y cristianos procedentes de toda Europa vertieron al latín y al castellano diversos escritos de pensadores clásicos.

      En la misma línea, otra institución que antecedió a los claustros universitarios fue la “escuela palatina” (corte del rey), la cual recibió el nombre de Studium o Studium Generale. Para el siglo XII —por mencionar un caso— el rey Alfonso X de Castilla (1221-1284) se dio a la tarea de sistematizar el ordenamiento jurídico del reino en el Código de las siete partidas. En este documento, el monarca y su consejo dictaminaron los parámetros de justicia espiritual y justicia temporal que rigieron el territorio, esto es, fijar “las cosas que pertenecen á [...] ordenamiento de la santa iglesia [...] et de aquellos que han de mantener [...] los otros grandes señores” (1807 [1265], p. 339). La


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