La Pasión de Dios por Su Gloria. John Piper

La Pasión de Dios por Su Gloria - John  Piper


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de 2 Pedro 3:18, “creced en…el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” Él se entregó “asiduamente” al estudio de las mismas palabras de Dios, y no se permitió a si mismo descuidarlas. Esta fue la fuente de su profunda reconsideración bíblica de los grandes temas teológicos.

      Disciplina Extraordinaria por Causa de la Obra

      Los seis pies de Edwards no eran de complexión robusta, y su salud siempre fue precaria. Sin embargo, “en ningún momento de su turbulenta carrera hubo el más mínimo indicio de inestabilidad mental o emocional.”86 Él mantuvo el rigor de su horario de estudio poniendo estricta atención únicamente a la dieta y el ejercicio. Todo era calculado para optimizar su eficiencia y poder en el estudio. Dwight nos dice que “observaba cuidadosamente los efectos de las diferentes clases de comidas y seleccionaba las que se ajustaban mejor a su constitución y le capacitaban más para la labor mental.”87 De modo que se abstenía de cualquier cantidad y clase de comida que le enfermase o le causase somnolencia. Él estableció este patrón cuando tenía 21 años y escribió en su diario, “a través de la moderación en la dieta y de comer solo comida ligera y fácil de digerir, sin duda seré capaz de pensar con más claridad y de ganar tiempo: 1. Prolongando mi vida; 2. Necesitando menos tiempo para la digestión después de comer; 3. Siendo capaz de estudiar más atentamente sin dañar mi salud; 4. Necesitando menos tiempo para dormir; 5. Teniendo menos problemas con dolores de cabeza.”88 De aquí lo siguiente, “Resuelvo: mantener la más estricta templanza en la comida y la bebida.”89

      Además de vigilar su dieta para maximizar sus poderes mentales, él también cuidaba de su necesidad de ejercicio. En el invierno cortaba leña para el fuego media hora cada día y en el verano cabalgaba en los campos y caminaba solo en meditación. Pero había más que eficiencia mental en esas caminatas en los bosques.

      Un Amante de la Naturaleza y del Dios de la Naturaleza

      A pesar de su racionalismo, Edwards poseía una sana dosis de romanticismo y misticismo. En su diario escribió: “Algunas veces, en días claros y gratos, me siento más particularmente inclinado a considerar las glorias del mundo que a dedicarme al estudio serio de la religión.”90 Pero el romanticismo no es el fondo de tales experiencias con la naturaleza. Mark Noll se aproxima más a explicar esto al decir, “Edwards predicaba tanto fieros sermones sobre el fuego del infierno como expresaba una apreciación lirica de la naturaleza porque el Dios que creó el mundo en toda su belleza también era perfecto en santidad.”91 Edwards realmente creía que “los cielos cuentan la gloria de Dios” (Sal. 19:1). Él describió así una de sus experiencias:

      Una vez mientras cabalgaba en los bosques por el bien de mi salud en 1737, habiendo descendido de mi caballo en un lugar retirado, como comúnmente ha sido mi costumbre, para caminar en contemplación divina y oración, tuve una visión, que para mi fué extraordinaria, de la gloria del Hijo de Dios, como Mediador entre Dios y el hombre y Su maravillosa, grande, plena, pura y dulce gracia, y amor y humilde y compasiva condescendencia. Esta gracia que parecía tan serena y dulce, también parecía grande por encima de los cielos. La persona de Cristo parecía inefablemente excelente con una excelencia tan grandiosa como para absorber todo pensamiento y concepto—lo cual continuó, hasta donde puedo juzgar, por casi una hora; lo que me mantuvo la mayor parte de este tiempo en un torrente de lágrimas y de estrepitoso llanto.92

      Con tales palabras en nuestros oídos no es tan difícil creer las palabras de Elisabeth Dodds cuando dice, “La imagen mítica que se tiene de él es la de un severo teólogo. Pero él era de hecho un amante tierno y un padre cuyos hijos parecían genuinamente apegados a él.”93 No es fácil saber como lucía su vida familiar bajo la clase de riguroso horario de estudio que hemos visto. Sabemos que él creía en llenar cada momento de la vida en plenitud sin desperdiciar nada de ello. Su sexta resolución era simple y poderosa: “Resuelvo: vivir con toda mi fuerza mientras viva.” Y la quinta era similar: “Resuelvo: Nunca perder un momento de tiempo, sino usarlo de la manera más provechosa que me sea posible.”94

      Un Hombre de Familia

      Tenemos algo de razón para pensar que Edwards consideraba que su familia era digna de esa clase de tiempo no malgastado. Sereno Dwight dice, “Por la tarde, usualmente él se permitía un tiempo de relajación con su familia.”95 Pero en otro lugar Edwards mismo dice (en 1734, cuando tenía treinta y un años de edad), “Juzgo que es mejor, cuando estoy en buen ánimo para la contemplación divina, o inmerso en la lectura de las Escrituras, o algún estudio de temas divinos, no ser interrumpido para ir a cenar, sino renunciar a mi cena, en lugar de ser interrumpido”96 Uno pensaría que Sarah Edwards se resentiría con esto y se desilusionaría con la teología de su esposo. Pero no era así. Su hospitalidad y piedad eran legendarias.97 Creo que sería justo decir que la clave indispensable para criar once hijos creyentes98 en la casa de los Edwards fue la “unión inusual” que Edwards disfrutaba con su esposa, enraizada en una gran teología del gozo. Su biznieto dijo, “la religión de ella no tenía nada de sombrío o prohibitivo en su carácter. Tan inusual como era en medida era también eminentemente una religión de gozo.”99 La historia de Sarah es bien relatada en Marriage to a Difficult Man [Casada con un Hombre Difícil] de Elisabeth Dodds, y presentada en una versión histórico-ficticia por Edna Gerstner en Jonathan and Sarah Edwards: An Uncommon Union, [Jonathan y Sarah Edwards: Una Unión Inusual].100

      Un Líder del Gran Avivamiento

      Como a los cinco años del ministerio de Edwards como pastor en Northampton se sintieron los estremecimientos de un avivamiento. Estos habrían de continuar intermitentemente por cerca de quince años, con la cima de este Gran Avivamiento llegando a su iglesia a mediados de la década de los 1730s y el inicio de los 1740s. Edwards estuvo en el corazón de este avivamiento, encendiéndolo, defendiéndolo, analizándolo y relatándolo. Él fue conocido por toda Nueva Inglaterra como un líder en este avivamiento y estuvo dispuesto a emprender “recorridos misioneros” para promoverlo. Por ejemplo, el 8 de julio de 1741 predicó “Pecadores en las Manos de un Dios Airado” en Enfield, Connecticut, “el cual fue causa de un inmediato avivamiento de la religión por todo el lugar.”101

      Una serie de sermones que predicó en 1742 y 1743 mientras la última cresta del intenso fervor religioso estaba declinando en Northampton fue publicada en 1746 bajo el titulo Tratado Concerniente a los Afectos Religiosos. Este libro es la reflexión madura y sazonada de Edwards, y el más profundo análisis de la diferencia entre la verdadera y la falsa experiencia cristiana que surgió durante el periodo del Gran Avivamiento. De hecho, es probablemente uno de los tratados bíblicos más penetrantes y convincentes jamás escritos sobre la manera en que Dios trabaja para salvar y santificar el corazón humano. Con frecuencia digo a las personas que este es un buen lugar para comenzar en su lectura más amplia de Edwards.

      El Fruto Permanente y Mundial de la Vida y Muerte de un Hombre Joven

      Lo que le debemos a las inesperadas y no planificadas providencias de la vida es incalculable.102 En 1743, Jonathan Edwards conoció a David Brainerd en New Haven. Brainerd era un joven misionero a los Indios, cuya vida habría pasado a los anales del cielo sin que la tierra supiera nada si no hubiese sido por su fortuito encuentro con Edwards. Se estableció un lazo. En marzo de 1747, Brainerd estaba muriendo de tuberculosis y vino a vivir con la familia Edwards. Jerusha, la hija de Edwards de diecisiete años de edad cuidó de él. Brainerd murió el 9 de octubre de 1747 a la edad de veintinueve años. Para angustia de su padre, Jerusha murió cinco meses más tarde, el 14 de febrero de 1748. Edwards lo lamentó:

      Le plació a un santo y soberano Dios, llevarse a esta, mi amada hija por la muerte, el 14 de febrero, después de una breve enfermedad a los 18 años de vida. Ella era una persona con mucho del mismo espíritu de Brainerd. Le cuidó y atendió constantemente durante su enfermedad por diecinueve semanas antes de su muerte; dedicándose a ello con gran deleite, porque veía en él a un eminente siervo de Jesucristo.103

      Su padre compartía su aprecio, tanto que se dio a la tarea de editar y publicar los diarios de Brainerd—un acto de devoción a él y a


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