Contra la vida quieta. Elvio Romero
SOMOS
EN EL PATIO
LOS AYOREOS
PIEL Y HUESO
CUMPLIENDO LOS RITUALES
MUTILACIÓN
ASEDIO AL TIGRE
PRESAGIO
ESCAPE
HABLEMOS DE LA TIERRA
CIELITO DEL PARAGUAY
IMAGINARIO ENCUENTRO CON ELSA MERELES
MBORIAJHÚ PONCHO
ESE CABALLO
ELVIO ROMERO. POETA PARAGUAYO
UNA CARTA
LA POESÍA DE ELVIO ROMERO
HACIA EL PARAGUAY LEJANO
Elvio Romero y León Felipe. México, 1961.
PRÓLOGO
ELVIO ROMERO. POETA PARAGUAYO
José Vicente Peiró Barco
Elvio Romero. Poeta paraguayo. Así se titula el poema que le dedicó Rafael Alberti en 1948. Quizá el maestro gaditano pretendía decir “Elvio Romero = Poeta paraguayo” porque Elvio es el poeta del Paraguay profundo, el de una sociedad desigual que trata de conservar sus raíces y sentirse orgullosa de ser pueblo. “Poeta paraguayo” porque es el gran cantor del país guaraní y el observador profundo de su situación con la perspectiva que le permite la distancia de su residencia en Buenos Aires.
Nunca, como ocurre actualmente, la poesía paraguaya ha presentado una variedad tan nutrida de vertientes temáticas y tendencias estéticas. La poesía del cambio de siglo muestra un vigor inusual en un país tan pequeño y al que se le atribuye escasa tradición literaria escrita. Pero a esta situación se ha llegado por medio de un proceso evolutivo que se inició aproximadamente en 1940.
La Generación de 1940 vino a ser considerada como la gran renovadora y la verdaderamente vanguardista, o al menos impregnada de sus recursos1. Era la hija paraguaya del 27 español. En ella destacaron Josefina Pla, Augusto Roa Bastos, Hérib Campos Cervera (hijo), Hugo Rodríguez Alcalá y Elvio Romero; la mayor parte autores que emigraron al extranjero por distintas circunstancias -políticas, económicas, profesionales y personales-, sobre todo a Argentina. Sin embargo, la vanguardia afectó a la Generación del 40 cuando ya se imponían nuevas visiones estéticas y era necesario el compromiso social humanizador. De hecho, el considerado como máximo renovador del grupo, Campos Cervera, adquiere mayor interés por sus trabajos de temática social que por la práctica de la innovación, quizá porque fue el mejor ejemplo paraguayo del tránsito acelerado hacia la humanización. Fuere como fuere, la lírica del país guaraní inicia su renovación con el anhelo de universalidad de estos poetas.
El mejor exponente del “trino soterrado”2 de esta generación es Elvio Romero. Nacido en Yegros en 1926, tuvo que exiliarse después de la revuelta de 1947 y el triunfo en la misma del general Morínigo, que inició la larga noche de las dictaduras paraguayas que acabaron en 1989 -¿o no?- con el derrocamiento de Stroessner. Su exilio obedeció a factores políticos. Ya en Buenos Aires, fue apadrinado por Rafael Alberti, cabeza visible de los exiliados españoles, y se hizo amigo de Pablo Neruda, que lo integró en los círculos de la poesía latinoamericana. Allí transcurrió su vida y allí se hizo con un nombre dentro de las letras hispánicas, pero nunca dejó de cantar a su tierra y a sus gentes del Paraguay. Desde febrero de 1995, ocupa el cargo de Agregado Cultural de su país en Argentina.
Elvio Romero es a juicio de Hugo Rodríguez Alcalá “el poeta paraguayo más fecundo y más leído fuera de su país” que “hace de la poesía su quehacer absorbente con tenacidad y éxito ejemplares”3. Pero no es un miembro más de una generación literaria: es uno de los escasos poetas paraguayos con voz y personalidad propia, y una obra extensa. Es evidente su parentesco con el Alberti de “clavel arrebatado y espada de agonía” y el Miguel Hernández de “Vientos del pueblo”, a quien ha tributado siempre devoción, como demuestra en su ensayo Miguel Hernández. Destino y poesía, publicado en 1958. Su obra parte del 27 español de la guerra civil, para encuadrarse dentro de la poesía social de denuncia hispanoamericana junto a la de Nicolás Guillén, Ernesto Cardenal, Pablo Neruda, Nicanor Parra y Manuel del Cabral4.
Elvio sólo puede escribir como el que es: el hijo del dueño de un tiovivo y tallador de imágenes de santos, que se ganaba el pan yendo de pueblo en pueblo. En esas circunstancias era difícil que a nuestro poeta le entusiasmara la escuela y fácil que decidiera ser carretero, dada la libertad que se respira en este oficio. Sin embargo, la lectura casi clandestina de un cuaderno de su madre con poemas recortados y pegados de Rubén Darío, Gutiérrez Nájera y Amado Nervo, le hizo descubrir la poesía y ya no la abandonará jamás. Desde ese instante fue consciente de su necesidad de cultivar la palabra con la sensibilidad y el conocimiento.
La lírica de Elvio Romero ofrece matices alejados de los simplismos y lugares comunes del canto igualitarista, aunque éstos sean perceptibles en sus primeras obras. Ya en su primer poemario Días roturados (1948), subtitulado “Poemas de la guerra civil”, aparecen intensos poemas revolucionarios que, como “Presento a Tacaxí” o “Todos aquí llegamos”, despliegan la exaltación y vindicación de un abanico de esperanzadores valores humanos: el coraje, la honestidad, la lucha por un ideal igualitario, la humildad y el sacrificio por la colectividad y por el semejante. En su siguiente obra, Resoles áridos (1950), la influencia del Miguel Hernández niño yuntero, enlaza con el Alberti de verso más ancho de Capital de la gloria, y habría que examinar con lupa de detective las diferencias entre “A galopar” y “Galope en la selva”.
A Elvio Romero no lo ha cantado Paco Ibáñez5. Bien podría haberlo hecho y ampliar el sonido antiimperialista de “Soldadito de Bolivia” con los versos contra los “feroces puñetazos extranjeros” de “Castigo”, perteneciente a Despiertan las fogatas (1953). En este poemario introduce sus primeras añoranzas de los ancestros y sustituye el canto a la lucha armada por el reconocimiento de la condición de exiliado, que le acompañará desde este momento. Recuerda al gran creador del teatro popular paraguayo en “Carta a Julio Correa”; dirige una mirada oblicua a su país “lejano” en “Alegres éramos”; o canta al secular Sur en “Costa Ferroviaria”, donde se combina el verso largo con el breve, en un alarde matrimonial entre la observación y el impulso. Elvio modifica en ocasiones -pero sólo en ocasiones, no habitualmente como sucederá en el futuro- su forma de expresar el enojo y la rabia ante la opresión, sustituyendo la elegía y el himno por el canto, la sublimidad por la ironía sutil.
El sol bajo las raíces (1956) es una mirada hacia sus compatriotas, ya con escasas esperanzas de que la madera paraguaya deje de convertirse en sangre y que se transforme en puño vesperal difícil de quebrar, como expresa el poema “El cuerpo de madera”. Los cantos igualitaristas no se fundamentan en imágenes tan abstractas como las de anteriores poemarios. Cada composición está dedicada a un personaje concreto de extracción popular: el tallista Lacú, el montaraz Valeriano Méndez, el músico José Asunción Flores... Elvio comienza a sentir la necesidad de rendir homenaje a todos aquellos amigos extraviados, en un exilio cuyo